La escritura Mexicana

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“La libertad no necesita alasLo que necesita es echar raíces”

Octavio Paz

Empieza un nuevo ciclo en nuestras vidas, las frondas del viento tiritan de nostalgia por un año que se va y otro que comienza; las luces decembrinas lentamente se apagan como si se estuviese bajando el telón de las festividades, quedando solo el regocijo de los momentos que en nuestra memoria se elevan al cielo.

Qué bello es recorrer el mundo desde la tinta y el papel; conocer lugares, personas, momentos, palabras e historias; tantas astillas del universo disipadas en la concepción de hombres y mujeres que aman entregarse asimismo a través de la escritura, como dijera Octavio Paz: “(…) las estrellas escriben, sin entender, comprendo. También soy escritura, y en este instante, alguien me deletrea”.

Y es que la escritura, ha definido la historia de la humanidad: por su medio el ser humano se dio a entender cuando no podía ser escuchado y me atrevo a decir, que gracias a ella el ser humano se expandió, expandió sus horizontes, expandió su concepción de un universo que dista de ser material para convertir; según la concepción helenista, al ser humano en mente y espíritu.

A través de la escritura un pueblo levanta la vista e ilumina con su mirada la mente de quienes esperan redentoramente la voz que como en el desierto señale el camino y abra las aguas de la ignorancia para dar paso a la sabiduría; que deposita el polen de su elevación, en quienes asiduos al banquete de la palabra hecha signo devoran letras para conectarse con nuevas realidades, para deleitarse con la destreza de quienes han nacido con el talento de elevar espíritus y despertar conciencias.

En México tenemos la tradición milenaria de manifestar en la tinta y el papel el sentimiento de un pueblo, sabiduría que nos ha sido heredada a través de la tinta roja y negra plasmada en los códices de nuestros antiguos; quienes descifraban el mundo a través de su propia concepción, y que perpetuaron para nosotros el aroma y el orgullo de una raza guerrera que confiaba en la disciplina como bastión de orgullo de una nación que aspira a la trascendencia.

Grandes han sido las plumas que se han levantado en la historia mexicana, unas para denunciar y fustigar, otras para embellecer y hacernos suspirar: mujeres y hombres han plasmado una realidad histórica que el tiempo ya no podrá borrar; y ahí están los nombres de los grandes literatos mexicanos, que tatuaron con su esencia la luz de las nuevas generaciones. Porqué ni aún entre cadenas, ni tras los barrotes de una prisión, las lucidas plumas mexicanas lograron encontrar reposo, pues los escritores tenían una misión, que no puede ni debe ser silenciada por el tiempo, misión sublime: la educación hecha en el verbo.

Con razón en el pueblo mexicano naciera el hombre que se consumía entre ensayos y poesía, porqué para pensar también hay que sentir; porque a través de la escritura se exaltaba la grandeza de la sangre mexicana, haciendo y recreando un espacio donde nos introducíamos en el subconsciente de la mexicanidad, porque debemos entender al mexicano sin sus máscaras: “máscaras mexicanas”. Octavio Irineo Paz Solórzano es el primer y único mexicano (al momento) en haber obtenido el galardón preciado de las letras, el honroso Premio Nobel de Literatura; y entre sus obras destacamos: “Entre la piedra y la flor”, “El laberinto de la soledad”, “Libertad bajo palabra”.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, el hombre que nos diera el pebetero de la rebeldía ante la novela revolucionaría, conocido como “Juan Rulfo”; pone la cimiente a los literatos no solamente mexicanos sino latinoamericanos sobre lo que puede producir la mezcla entre la realidad y la fantasía, enseñanza que seguros estamos, ha permeado en el movimiento conocido como “Boom latinoamericano”. De esa talla se constituyen los escritores mexicanos quienes han heredado no solamente la punta sino la lanza con la que se ha de atravesar a las conciencias lectoras; entre sus obras enmarcamos: “Pedro Paramo” y “El llano en llamas”, mismas que han captado la atención de selectos grupos literarios.

Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, aclamada en su tiempo y posterior al él como una mujer apasionada y culta, guerrera de la pluma que se atrevió a retar al tiempo y sus costumbres para dar paso a una desbandada de versos y pociones literarias que han marcado la semilla de la voz femenina; Sor Juana Inés de la Cruz, concebida como la “décima musa” pone el acitrón de la literatura y las letras mexicanas, mujer de Dios que se entrega al mundo a través de sus sátiras meramente de libertad, lectora asidua que en un mundo de oscuridad para la mujer, levanta el índice hasta el infinito para resumir su vida en el culto a Dios, compartiendo su sabiduría en el quebranto del espíritu, como insigne benefactora del camino, tiempo antes revelaba el mismo camino de la Madre Teresa de Calcuta pues: “El que no vive para servir, no sirve para vivir”.

Referenciar nombres es tal vez una responsabilidad, pero resulta al mismo tiempo éxtasis del intelecto, omiso de detalles plausibles en la vida de los escritores; pues fueron ellos quienes moldearon la potencia de sus pensamientos. Es la escritura mexicana una colmena de abejas incendiarias que en su tiempo y en su espacio fueron abriendo la vereda de los grandes cambios en un país herido, que le dieron voz a los pelados mexicanos, que le dieron identidad a la mujer y centellas a las ideas de igualdad y libertad que tanto anhelan las generaciones mexicanas. Es por la escritura mexicana, que el mundo conoce el rostro de México; hagamos nuevas notas que enciendan al cenzontle, para que cante lírico de nuevos bríos y levante las alas de nuestro despertar…