La fe, la verdad, y los cuentos de hadas
Los cuentos de hadas son un género literario en el que late una honda visión del hombre y del mundo. Al menos, ésa es la idea que sobre estos relatos compartían dos grandes autores ingleses como G. K. Chesterton y J. R. R.
La capacidad de asombro ante lo que sucede a nuestro alrededor es algo muy saludable». Es más, la admiración es la actitud justa, adecuada, con la que el hombre debería situarse frente al mundo. Esta capacidad de asombro que caracteriza a la infancia, además, se identifica con un ansia de saber -con sed de verdad, con filo-sofía en su sentido etimológico, que «permite que parezcan naturales algunas realidades que la lógica adulta rechaza como sobrenaturales, anormales e imposibles en el mundo real».
Pero lo que atrae al niño hacia el cuento no es tanto su sed de verdad, sino más bien el hecho de que el cuento sea capaz de saciarla. La verdad literaria del cuento puede ser reflejo de verdades humanas profundas, normalmente de tipo ético». En realidad, en ningún otro lugar como en los cuentos de hadas se pueden observar las líneas maestras de las leyes e ideales morales más elementales.
En cuanto al autor de El Señor de los anillos, explica la fe literaria, que hace que se puedan aceptar los cuentos como realidad: Tolkien está en contra de considerar al niño un ser no-racional, susceptible de ser engañado con cualquier historia a la que supuestamente él prestará asentimiento en virtud de una también supuesta infinita capacidad de creer. En realidad, el niño es receptor del cuento de hadas no en cuanto niño, sino en cuanto inocente y humilde, cualidades que no le pertenecen en exclusiva y que también se encuentran en muchas personas adultas a quienes realmente agrada este tipo de literatura.
El niño puede sentir por los cuentos el mismo aprecio que el que siente hacia las ciencias naturales o la aritmética, o incluso mayor, precisamente porque para Tolkien la validez de los cuentos se inserta en un contexto más amplio, epistemológico: el cuento de hadas es un medio para alcanzar la sabiduría. Con todo, como ya había señalado
El niño no es un ser irracional que se creerá cualquier cosa que se le cuente. De hecho, hay relatos que fracasan a la hora de suscitar la fe literaria, mientras otros sí lo logran. Segura citó una frase de Tolkien en la que éste afirma que, en el buen relato, lo que en verdad sucede es que el inventor de cuentos demuestra ser un atinado subcreador. Construye un mundo secundario en el que tu mente puede entrar. Dentro de él, lo que se relata es verdad: está en consonancia con las leyes de ese mundo.
El hombre como subcreador
Este concepto de subcreación es clave para entender el pensamiento de Tolkien, y también para comprobar cómo el paralelismo entre él y Chesterton «parece hundir sus raíces en unos principios antropológicos comunes», que son los de la Iglesia católica. La teoría de Tolkien sobre los cuentos es inseparable de su catolicismo. Él conocía por el dogma cristiano del pecado original que el hombre, aunque des-graciado (dis-graced), no ha sido destronado, / y aún lleva los harapos de su señorío. El dominio del mundo se traduce, para Tolkien, principalmente en actos creativos: siendo imagen de Dios, el hombre es capaz de crear mundos secundarios a partir de este mundo, el primario.