La generación con fuego en las manos
Si quisiésemos encontrar una explicación a los abundantes problemas que la actual generación de jóvenes presenta, insistir en la abundancia de facilidades, y en la llegada de internet, como sus causas últimas, se hace tan trasnochado como intrascendente. Sus resultados, no pueden ser otros que los típicos de la conversación familiar debida a la imperiosa necesidad de expulsar gargajos neuróticos que la psicopatología de la vida cotidiana actual, aún amontona en el adulto común. Y creer que cuanto más furibundamente se critique el asunto, inventando nuevas explicaciones y analogías, para prolongar la culpa de todos los males actuales por lo fácil que se hace vivir en el siglo corriente, roza el absurdo que mejor indica la insustancialidad de una discusión: redundar en lo obvio.
Nadie niega la evidente vulgaridad y esterilidad de las ideas y las aspiraciones de los jóvenes en la actualidad. Hacerlo, supone incurrir en una inocencia de Perogrullo y una necedad imperdonable, sólo propia de quien piensa que a una mente positiva le sigue una vida positiva. Como tampoco se puede negar que la era corriente, necesariamente tenía que cuajar en un tiempo de extrema desazón ni bien se asentase, porque en su carácter vemos cumplirse con una increíble exactitud, la ley de las generaciones que Ortega y Gasset estipuló, cuando dijo que el hombre ha perdido el don de desear, y no sabe bien para qué vivir. Era, pues, de esperarse, que al cumplirse las ansias del hombre que soñó con obtener información útil con tan solo digitarla, el logro se tuviese que pagar con tiempos en los que todo lo que no hay de ambición lo hay de satisfacción y falta de deseo.
Lo que conviene replantear, sabiendo ya que si hoy se adolece de los cuatro terribles males propios con lo que mejor se diagnosticó a la era corriente –a saber, el inmediatismo, el fragmentarismo, el superficialismo y el facilismo– es un asunto de mayor profundidad. De mayor tesón intelectual y propio de un viaje investigativo mucho más fecundo. Esta es intentar recordar o pesquisar la calidad de las ideas que los jóvenes recibieron desde la cuna. Contra qué estuvieron preparados y contra qué no en cuestiones intelectuales. Cuáles fueron las ideas de infinita vulgaridad y vacuidad que se permitieron ingresar a la conciencia de los niños, porque se las vio triunfar en otros países. Y, sobre todo qué tan auténtica fue la idiosincrasia transmitida a las generaciones actuales, para que ahora no importe en absoluto ni a padres ni a hijos ni el arte ni la cultura con tal ser conocidos y exitosos.
Preguntémonos, entonces, si acaso el relevo que recibió esta generación fue perfecto.