La música también se piensa, forma parte de las redes neuronales y creadoras. (Primera parte)
Comencemos con la idea de que no hay vida cotidiana sin música, esto tiene que ver con que, en las culturas, como proceso de creación, se ha ordenado el ruido y se han creado melodías, ritmos y canciones que han desempeñado un papel trascendental en el desarrollo de la humanidad. Podemos observar desde los cantos de los pueblos primitivos hasta la música docta y la ópera, aterrizando en los ritmos más urbanos como el rock, el jazz, el blues, inclusive los metales más extremos, han tenido una repercusión importante en el desarrollo de la sociedad.
Esta cotidianeidad, en ocasiones se vuelve un hábito. Por ejemplo, hace ya algunos ayeres, al levantarse, muchas personas encendíamos la radio, más tarde en el tiempo; el reproductor de discos compactos, hoy en día podría ser la plataforma de streaming de preferencia, para poder escuchar las melodías de su agrado en diversos lugares y momentos. Cuando se piensa sobre la música que se escucha, por lo general se asocia este comportamiento con la esfera emotiva; sin embargo, hay que decir que las personas desde pequeñas son capaces de recordar y distinguir algunas melodías, inclusive cuando es necesario un aprendizaje, se echa mano de la enseñanza a través de cantos o de pistas musicales. Ahora bien, a pesar de que en nuestra vida cotidiana, una fuente importante de estimulación es musical, los intentos por explicar la interacción de las personas con dicha estimulación desde el campo de la psicología han sido relativamente escasos si se comparan con los trabajos que hay sobre el procesamiento de información verbal.
Especialmente en la psicología cognitiva, se tiene un campo comparativamente nuevo, a pesar de que existen algunos trabajos de inicios del siglo XX como evidencia de la existencia de ciertos procesos cognitivos implicados en la experiencia musical. No es hasta la década de los ochenta que se empiezan a realizar abundantes disertaciones en este terreno fértil, así es como comienza el estudio de la cognición musical, aun cuando todavía se requiere de la integración y estructuración teórica de todos muchos elementos, que hasta el momento no se ha realizado satisfactoriamente.
Uno de los elementos que hace que la música sea música es el proceso creativo en su misma esencia. Pero esta no existe por sí sola, sino que se asocia con redes directas o indirectas musicales, sociales, culturales y sus relaciones. Esto implica que la música es la actividad humana más global, más armoniosa, aquella en la que el ser humano es, al mismo tiempo, material, espiritual, dinámico, sensorial, afectivo, mental e idealista como lo comparte Willems (1981). De ahí que Elliot señalara que quienes exhiban obras musicales creativas, se situarán por sobre los hombros de los antiguos y contemporáneos creadores. Pero también grandes creadores nos comparten, por ejemplo, Johannes Sebastian Bach: Obtengo tanta alegría de mi trabajo que no puedo enojarme si los hombres no gustan de lo que hago. El icono romántico Ludwing Van Beethoven continúa: La música es una revelación más alta que cualquier sabiduría y que cualquier filosofía; quien penetre en el sentido de la música se verá libre de toda la miseria en la que se arrastran los hombres.
En tanto a la significación misma de la música, por ejemplo, recordemos que las cartas que Hegel escribió a su mujer relatando las veladas en la ópera, constituyen, según Hermann Glockner, los escritos más entusiastas del filósofo; no hay ninguna biografía de Rossini que deje de citarlas. Esta experiencia vienesa no quedó sin frutos: le proporcionó la ocasión de superar desde el punto de vista teórico, en las clases impartidas en 1826, la contradicción establecida hasta entonces entre la música instrumental sin contenido y la música de acompañamiento, religiosa o dramática, sometida a un contenido dado desde el exterior. Por otra parte, los cantantes italianos mostraron, en el canto, en la libre expansión de la melodía, una libertad que condujo a Hegel a la idea de una música independiente del contenido, sin ser sabia o desprovista de un significado determinado, pero hay que señalar que es hasta 1829 que en la música instrumental, el virtuoso deja de producir una música mecánica, y ya no se dirige sólo a los estudiosos, puede también ser un genio que ejerce su dominio sobre el instrumento concebido entonces como un órgano y ya no como una cosa, manifestándose así el poder de una subjetividad creadora.
Regresando un poco al tema psicológico hay que recordar que, por ejemplo, en la sección infantil de los comercios de discos se incluye una amplia variedad de discos que pretenden promover las capacidades intelectuales de los niños desde edades tempranas. Esta idea comercial surge a partir de que Rauscher, Shaw y Ky (1993), publicaron un trabajo con estudiantes de bachillerato en el cual se aplicó una prueba de razonamiento espacial de la escala de Inteligencia de Stanford Binet, quince minutos después de haber terminado de escuchar el primer movimiento de la Sonata para dos pianos en Re Mayor de Mozart y reportaron una ganancia en dicha prueba, a diferencia de quienes escucharon música para relajación. Al darse a conocer esta información en los medios masivos de comunicación, se fue deformando, extendiendo el efecto a situaciones cotidianas, a edades tempranas y a las distintas esferas del desarrollo cognitivo sin hacer distinción de las obras musicales de Mozart, llegando inclusive a extenderlo a otros compositores. De acá que hay que recurrir a la búsqueda de evidencias que permitirían sostener que el escuchar música posibilita el desarrollo intelectual de una persona. Las ideas iniciales de Rauscher (1993) apuntaban a establecer que una relación entre la audición de la música y su efecto en las habilidades espaciales consistía en la evidencia de que éstas y el procesamiento de la información de los estímulos musicales se presentan en el hemisferio derecho. Hay que tomar en cuenta que en su contexto tenemos la referencia del modelo de Leng y Shaw (1991), tiene que ver con el tema de los patrones que se producen en la corteza cerebral cuando se realizan tareas espacio temporales son semejantes a las que ocurren durante la cognición musical, y sugirieron que la exposición a la música podría excitar o estimular un gran grupo de neuronas en la corteza implicadas en el razonamiento espacial.
Sin embargo, podríamos dejar abierto a la discusión y a la reflexión el tema de si en la actualidad, la creatividad musical sufre una crisis considerando el contexto de que la música popular del siglo XXI es una forma comercial que se distribuye a través de los medios masivos de comunicación como cultura de masas. En la práctica, se hace muy difícil decir qué se expresa y quiénes, desde el punto de vista de los fans, son los intérpretes auténticamente creativos como bien lo explica Frith (2001). Todo esto hace que el acto de la creación artística se haya convertido en algo ajeno y remoto para la mayoría de las personas, en efecto, sólo una ínfima minoría de la población se considera capaz de escribir un poema, pintar un cuadro o componer una pieza musical. Pareciera que la creatividad se ha vuelto inaccesible para la mayoría, que debe conformarse con la contemplación de obras ajenas.
Entonces, queda ya claro que la música constituye un hecho social innegable con mil engranajes de carácter social, se inserta profundamente en la colectividad humana, recibe múltiples estímulos ambientales y crea, a su vez, nuevas relaciones entre los hombres, como expresó Fubini (2001). Así es que las canciones y melodías que llevamos dentro de nuestro equipaje cultural implican determinadas ideas, significaciones, valores y funciones que relacionan íntimamente a los sonidos con el tejido cultural que los produce, inclusive históricamente, la música siempre se ha destinado a un determinado público al que se concebía como grupo social con unos gustos determinados que difieren en función de la sociedad donde nos encontremos. De tal suerte que podemos ver cómo en las prácticas musicales de nuestra cultura contemporánea no sólo quedan reflejados símbolos y valores, sino también las pautas de estratificación social, las características tecnológicas de nuestro tiempo y la creciente influencia de los medios de producción.