La niña de la ventana

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   A  mi sobrina

Tengo años de vivir en el estado de Querétaro, años de habitar en las entrañables colonias populares que, hace muchos eran las afueras de la ciudad, en estos asentamientos se viven tantas historias que, con el solo hecho de mirar con ojos interiores, se descubren multiplicidad de mundos; mundos como el de Miriam, la niña de la ventana…

Dentro de las actividades que hago en un solo día, es trasladarme al polideportivo donde la natación me resarce el espíritu; mientras manejo, observo todo lo que se presenta a mi alrededor. Como los horarios son variables, a veces, me toca la entrada o salida de las escuelas: kínder, primaria o secundaria que generalmente están próximas unas de las otras. 

 

Lo que vi hace días, es la cabeza y hombros de una niña asomándose por la ventana de su casa, ésta da a la calle y por la acera pasan los infantes que van al kínder de esa zona. A lo lejos, miro a la niña que voltea su carita hacia uno y otro lado; ella sonríe cuando pasan cerca de su vivienda, junto de donde está; sus manos simulan un aplauso feliz.

El otro día, observé a la mamá arreglándola para su ventana al mundo; ella le acomodaba sus cabellos, sus ropas, limpiaba su rostro y la comisura de sus labios. Admiré la paciencia de ambas, su actitud sabiamente amorosa. La mamá es más bajita que la niña, pero sus fuerzas por sacar adelante a su hija son del tamaño de su cariño.

  

Por la casa de la niña de la ventana, paso unas tres o cuatro veces por semana, siempre volteo hacia la derecha, hacia su casa, la mayoría de las ocasiones, tengo la fortuna de verla, de valorar más la vida a través de ella.

¿Qué hace única a la niña de la ventana? Que ese infante, es una mujer de casi treinta años que depende completamente de su familia: papá, mamá y hermanos. Para Miriam, esa ventana, es una claraboya, que le permite sentir el mundo de los otros, para crear uno interior, en su encapsulado cuerpo con parálisis cerebral.