La propiedad: ¿aún puede seguir pareciendo perniciosa?

Views: 615

Con el convulso fin de año que se está teniendo en materia política y jurídica en la región, no han dejado de estar en juego y duda, asuntos como la libertad o el control comercial, el achicamiento o crecida del Estado, o la propiedad privada como institución ilegítima o como el derecho civil por excelencia. Por esto, me gustaría esbozar algunas ideas sobre la propiedad que, considero, siempre son necesarias para la defensa de una institución muchísimo más importante de lo que pueda parecer. Así, si creo que la propiedad privada no puede vulnerarse de ninguna manera es porque su permanencia asegura un mínimo de paz y orden que cualquier sociedad necesita, y porque es la garantía del proyecto de vida más íntimo de cada quien.

Sobre la primera idea conviene recordar las dos proposiciones imperecederas del británico David Hume (1711-1776), quien con ellas dejó dos lecciones de filosofía del derecho fundamentales: la propiedad no se obtiene ni por robo ni por fraude y los pactos se cumplen, y el que no los cumple deberá indemnizar al que sí lo haga. No se puede convivir en una sociedad que escape o pretenda revertir estos dos principios en nombre de cualquier propuesta política. Si se ha hecho, como es conocido, el resultado ha sido otro un sofisma de prosperidad industrial y de equidad. Pues resulta que donde la individualidad se coarta, la humanidad y el genio de ésta no pueden aflorar.

Sobre la segunda, lo más importante que cabe decir es que no toda privatización, o manejo íntegro de un bien o un medio de producción es necesariamente perniciosa. La generalización no puede ser más injusta por la abundancia de casos desde Robert Owen hasta la actualidad. Donde ha habido un aprovechamiento exitoso y legítimo de la suerte y del mérito no cabe la colectivización. El individuo que ha disfrutado de estas hieles jamás podrá tolerar la injuria que supone, en el caso más extremo, la expropiación en aras de un colectivo. Porque, paradójicamente, esto resulta un robo mucho más grande que aquél del que se le pudiese acusar.

En suma, creo que la propiedad en el fondo es una cuestión de dignidad en el oficio, porque más allá de toda brecha u oligarquía evidente, el trabajo del individuo honrado siempre será infinitamente más legítimo y fecundo que cualquier intento colectivista de tocar el cielo en la tierra. Y es que, no debe perderse de vista que este tipo de propósitos, en sus alas más extremas, no sólo están enfermos de ambición, sino de la terrible deshonestidad que subyace en anteponer la idea a lo que el mundo exige.