La selva, el pulmón perdido
Sea cual sea la mirada que se adopte frente al Perú, si hay algo que las une hasta en lo irreconciliable, es la grandísima valía y fecundidad de ese sustrato iluminado por lo indeterminado que es él mismo como nación. Unificar los pareceres así no es estrictamente cristiano, sino devoto de reafirmar otro eje presente en todos los estratos del Perú: las ansias de libertad. Como tampoco es estrictamente económico o político, si quisiésemos igualar el asunto. Emparentar opiniones así, es, pues, algo fundamentalmente humano y libérrimo, al no parecer, ser otros los términos sobre los que convenga pronunciarse acerca del territorio.
Pero si quisiésemos pensar los adentros del Perú mientras pretendemos perpetrarlos de imparcialidad, necesariamente nuestra visión tendrá que ir a lo geográficamente más hondo histórica y geográficamente hablando. Es decir, hay que mirar a su selva: una realidad desbordante de humanidad y de una indeterminación potentísima, tristemente caracterizada por haber tenido un pasado, una actualidad y un futuro con tendencias al olvido y a la mención superficial por parte del grueso de la nación.
La selva, sepultada de la memoria de muchos, es el territorio de los aborígenes peruanos por antonomasia, y también uno de los abismos más grandes del pasado, pues donde no hay conocimiento histórico no hay más que oscuridad; al margen del ingente campo antropológico al que nos referimos al sólo mencionarla. Y por lo mismo, es una de las heridas en la memoria histórica del país, que invita a ser curada a través de una racionalización perpetua para cerrarla permanentemente, pues cargar en los hombros de la conciencia la inminente realidad que supone la inexistencia de civilización moderna en una fracción del país, es tan difícil de perdonar como de aceptar.
El remedio ante tal trauma en la conciencia histórica parecería ser la exploración del alma popular de la amazonia. Un bellísimo concepto por el que se anulan reduccionismos en la óptica bajo la que se mire a una sociedad, y que permite gozar de todo cuanto de enriquecedor tienen que decir los usos y las costumbres de un pueblo acerca del género humano. Y es que, no es, pues, que estén todas nuestras regiones amazónicas lejanas de ser humanas, o que sea por una tozudez perpetua para cooperar con las políticas de estado, que estriba el retraso desproporcionado de nuestra selva. El origen de la tragedia de la selva está en que una naturaleza no puede desenvolverse por potente que sea, si su circunstancia es tan opresiva como indiferente, pues para que los actos perfeccionen a quien los expulsa hacia la realidad necesitan integración y no indiferencia.
Por lo demás, vemos claros los equívocos y conformes y reafirmadas las sentencias de la ciencia jurídica, y lo preciso de la mirada humanista en relación a el problema de la selva, cuando recordamos, que los derechos se reconocen, no se otorgan, y que el peruano común tristemente tiende a la erudición de unos defectos dibujados por indigentes del humanismo y de la sensibilidad estética, y a la generalizada ignorancia de lo que sí es y vale, en el sentido más íntimo, como aseguraba Salazar Bondy en su insigne texto Entre Escila y Caribdis.