La serie

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Aunque no lo veamos como un sentido propio de la cultura latinoamericana, los efectos que la serie coreana El juego del Calamar ha tenido sobre los espectadores en nuestros países ha sido contundente.

Y no es sólo por el hecho de que sea una serie de ficción, sino por lo que representa en una sociedad que vive, desde hace poco más de un año y medio, entre la virtualidad y la poca comunicación humana.

Pero los fans aumentan cada día, y por momentos, se plantea un hecho de imitación de los inocentes –¿en serio son inocentes?– juegos a través de repeticiones y adaptaciones de los mismos utilizando elementos semejantes.

Entre todas las críticas que he leído alrededor del Squid Game no falta aquella en donde se revoluciona el pensamiento y una teoría de la conspiración brota de manera natural. Y no ha sido la única plataforma –Facebook– donde los comentarios se hacen virales de manera inmediata, sino también en plataformas como Twitter, Youtube e Instagram, aunque seguramente en Tiktok y Twicht suceda lo mismo.

No es de extrañar que las interpretaciones varíen. Y algunas se han vuelto de la noche a la mañana en verdaderos nódulos de información que permean las opiniones de los internautas de tal manera, que regresan a los nueve capítulos de una manera quizá un tanto obsesiva, sólo para intentar descubrir detalles que hasta ese momento se le habían escapado.

Pero lo que llama la atención de las diversas interpretaciones es la que menciona el estado actual de la sociedad moderna, con todas las diferencias económicas y sociales, así como los efectos que dicha desigualdad provoca en las relaciones humanas.

Algunos no creen en que sólo sea ficción, incluso llegan a demostrar que el pretendido rubro de ficción de la serie es tan sólo una manera de ocultar el sesgo real. Han señalado posibles sitios en donde se halla el edificio de los juegos y en algunos casos, hasta el aumento de la contaminación por la cremación de los cuerpos –aunque la pretendida contaminación no es sólo de los cuerpos del juego, sino de todos aquellos que han perdido la vida en estos, casi, dos años de pandemia–.

Es cierto, la desigualdad que muestra El juego del calamar es real y no tan ficticia. Hay un porcentaje mayor de pobreza en los países más desarrollados, así como también existe una riqueza desmedida de unos pocos que contrasta con la gran mayoría de la humanidad.

Y eso conlleva a una interpretación social de la serie, al intentar probar que, a pesar de que los juegos no se llevan a cabo de esa manera, todos los días aquellos perdedores van muriendo en las calles para que sólo queden los más dotados.