Las gafas de Fidel
Perdido el paraíso, nos vino el castigo. Por andar saltándose la ley, Adán y sus descendientes fueron expulsados del edén para sobrevivir, malamente, “con el sudor de la frente”. Ya estaba dicho, trabajar no era lo nuestro, pero resultaba indispensable. Esencial.
El trabajo nos ganó distancia de las bestias. Trabajando hicimos de la caverna hogar, y del hogar taller, fábrica, comercio, Oxxo. Luego llegó el dinero, que lo compraba todo, incluso la “mano de obra”, y eso degeneró en la lucha de clases (la clase trabajadora y la otra), las uniones laborales, las fraternidades, los sindicatos, las confederaciones y la “canasta básica”.
Así ha ocurrido el desganado desfile obrero de este 1 de Mayo; nada que ver con aquellos apoteóticos de antaño, encabezados por Lázaro Cárdenas o Adolfo López Mateos, que eran de portento proletario, si cabe la figura.
Recuerdo con nostalgia las tardes de aquellos primeros de Mayo en que mi padre, ingeniero civil adscrito a la SCOP y encargado de trazar carreteras por doquier, llegaba a casa extenuado luego de marchar bajo el sol para saludar al “primer obrero de la nación”, López Mateos. Entonces se tiraba en la cama luego de beberse dos vasos de limonada. “Qué zafacoca”, se quejaba, porque además no había de otra. O ibas o perdías el puesto.
Pero qué tiempos aquellos cuando Vladimir Lenin aún dirigía los consejos obreros de la naciente URSS, y en México los “cinco lobitos”, en principio vinculados al Partido Comunista, conformaban la Confederación de Trabajadores de México, CTM, hoy de capa caída. De aquellos cinco lobeznos (Fernando Amilpa, Jesús Yurén, entre otros), el más sagaz fue Fidel Velázquez, quien dirigiría la central durante nada menos que 52 años. Se le recuerda monolítico, lacónico, mustio, tras las oscuras gafas RayBan o Motion BlackDark (nunca se aclaró) que escondían sus ojos cansados de ver tanto atropello y sumisión. Ruiz Cortines, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas, incluso Zedillo… A él que no le vinieran con cuentos. Había cumplido con su misión: separar la confederación de los devaneos izquierdistas de Lombardo Toledano (que fue su dirigente), e integrarla como el contrafuerte proletario del sempiterno PRI.
El 1 de Mayo, que celebra la masacre de obreros en Chicago de 1886, es llamado por ello “Día Internacional de los Trabajadores”. De algún modo fue el festejo socialista por antonomasia (en Madrid, Moscú, Pekín, La Habana, París), en demanda de mejores salarios y condiciones laborales. Pero el mundo ha cambiado.
La huelga sigue siendo el arma obrera contra los abusos empresariales, y el salario mínimo la medida de negociación. Por ello recordamos aún ciertas huelgas que conmocionaron nuestra historia; como las de Río Blanco y Cananea, cuando Porfirio Díaz, la iniciada por los trabajadores petroleros en 1937 contra las compañías extranjeras, la huelga de mineros en Nueva Rosita de 1951, la huelga de los ferrocarrileros de 1959, la huelga universitaria de la UNAM de 1999.
El asunto es que la mística radical se ha edulcorado. Los obreros de entonces ahora son “empleados”, los capitalistas explotadores ahora pertenecen a las “cúpulas empresariales”, y los militantes proletarios se han transformado en “pueblo bueno”. Lo cual está muy bien, porque las tesis de Marx y Engels están por demás superadas, y la explotación del capital y su consiguiente plusvalía, no pasa la prueba del “trabajo a distancia” donde nunca aparece el patrón, y el capataz es un “robot inteligente” que habla y deposita los sueldos por vía electrónica.
Todo envejece. No hay demasiado que celebrar ya los días 1 de mayo, y pocos son los que tragan ya la píldora aquella del “acceso del proletariado al poder”. Lo que sí, ¡ah!, cómo extrañamos la figura pétrea de don Fidel en el balcón de Palacio Nacional, alzando la mano, sonriendo apenas, acomodándose las gafas negrísimas para complacerse con las mantas aquellas, de banqueta a banqueta, y los gritos de electricistas, burócratas, camineros de la SCOP… “¡Gracias!, señor Presidente”.