Libreta
Tenía catorce años cuando compré un cuaderno de cinco pesos, una libreta de cincuenta hojas, en él se posaron las iniciadas letras de una ingenua adolescente.
Hace tiempo, una amiga me regaló un cuaderno artesanal labrado delicadamente por hermanas manos mexicanas. Mirar la portada, tocar su corrugada textura me llevaron al sendero de líneas tiernas en la sensibilidad de algo que se llama amor por las letras.
Muchas veces sólo escribo, siento cómo la pluma lleva mis dedos en trenzadas reflexiones. El pensamiento y el corazón dictan cada símbolo gramatical; repasan el tiempo y el espacio distinguidos por el universo que me habita, por el cosmos escribano.
Otras veces, los ojos interiores, prestan atención al derrotero mundo de los demás.
Busco una historia que me nombre, un relato en el aire, en el agua, en el sol, en la luna, en la vida o en la muerte: innumerables historias multiplicadas por billones de vidas.
En otras ocasiones, la escritura no llega, se da el tiempo para que el corazón se acomode pensando el mundo desde otra visión.
Hoy, esa libreta de cincuenta hojas, se ha convertido en un cuaderno coloreado, se ha vuelto librillos contados infinitamente. Esta vida escribana no parará hasta que cese la vida, la capacidad de asombro, el amor por cada día.
Me recuerdo a los catorce junios, caminando hacia la casa, abrazada de mi cuadernito de pocas páginas, emocionada de garabatear lo que sentía, lo que pensaba, lo que callaba y quería gritar.
Han pasado muchos años, jamás los suficientes para detener el universo escribiente de aquella adolescente. Hoy me veo en el espejo de la vida. La emoción por las palabras pulsa el alma, marca ritmo existencial.
Cada texto, cada párrafo, cada palabra, cada letra son puestas en escena recordando ese instante en que, –aquella niña con indicios de mujer–, abraza contra su pecho aquella libreta que dio inicio al sueño de ser una escribana constante de la vida.