Maestría y pedagogía

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Maestría y pedagogía no son sólo dos términos de distinto significado, son también realidades fundamentalmente diferentes, valoradas, por esencia, de distinta manera y, meridionalmente separadas. En una tenemos el sustrato, y a la esencia, y en la otra a lo derivado, y a lo reproducido. Sustrato y esencia son cosas fijas, y derivados y reproducciones cosas tan variables como contingentes. La primera es el corazón y la segunda lo que el hombre haga con él.  Así, maestro, es quien ha comprendido y encarnado la esencia de educar, y pedagogo es aquel individuo ahora mismo sobreabundante, que, por haber aprendido una manera de enseñar, ya piensa que sabe educar. Grave error.

Si quisiéramos pesquisar quienes, hasta este mismo momento han sido maestros para nosotros y quienes pedagogos, necesariamente debemos de recordar a quien domina el decir pertinente en lugar del repetir, quien se adecua a las circunstancias en lugar de ni si quiera mirarlas, quien sabe llegar al corazón en lugar de a la memoria, o quien no necesitó nunca apelar a la palabra apocalíptica y a la invectiva histórica o ideológica, por no querer librarse de lo indigente de su derrotero de ideas. Sólo así parece verosímil encontrar a quienes nos han formado en el sentido estricto del término entendiendo forma como modo de ser, y no como desarrollo o cumplimiento de competencias. Si dicha búsqueda termina con dos o tres personas en nuestra memoria no es motivo de desazón, pues la cuestión de ser maestro, es una de aquellas en las que, con más fuerza, redundan, inminentes, los ecos del proverbial decir: la calidad es un bien rarísimo.

Pero mirar al lado contrario es naturalmente más fácil e igual de triste que advertir que el pedagogo que hace el periplo de maestro, abunda, pues basta con darse cuenta que no son pocas las personas que nos enseñaron, o que al menos nos ayudaron a memorizar algo, y que esto les ha valido nada más que para titilar débilmente en la memoria de sus alumnos, dificultando el recuerdo de sus expresiones, su carácter, o sus virtudes; aspectos, por cierto, no anecdóticos, sino fundamentales para entender quién nos educó y quien simplemente nos ayudó a memorizar. Tal diferencia, tiende a comprobarse fácilmente si pasa el tiempo y pretendemos traer de vuelta una serie de conceptos o técnicas, buscando qué nos dejaron, y vemos que nuestro corazón no guarda nada, y que en nuestra memoria tan solo quedan dos o tres conceptos naufragados entre sí, que por estar así de sueltos no nos terminan sumando nada.

Siempre que nos inunden los recuerdos claros y hasta la nostalgia al mirar hacia cuando fuimos pupilos significa que pudimos disfrutar de maestría, y que si tenemos la memoria llena de cráteres y erosionada de lagunas, significa que tuvimos que sufrir pasiva y simple pedagogía, enfrentándonos de un lado a la disciplina bien dosificada y del otro al mecanicismo, entendiendo, o memorizando, sintiendo, o aburriéndonos, compensando todo nuestro esfuerzo, o agotándonos injustamente. Todas estas grandes diferencias, claramente, también se encuentran explicitadas, como varios de los males de nuestros días, en nuestra cotidianeidad. Aquella, en la que donde sea que miremos nos asfixia el aroma a memorizar y no a sentir que se esparce por los sílabos y exámenes universitarios refritos, por los mismos materiales y maneras, o por el criminalmente irrisorio uso de un mismo texto durante décadas. Es, pues, una realidad más que palpable: si hoy abunda lo pedagógico y no lo maestral es porque lo primero cumple con inyectar información fácilmente expulsable para ser considerado competente, que es, ni más ni menos, que la metástasis del profesional que antes de un cumplidor de retos, se mueve por sobre fundamentos, criticismo, hilar de causas o interpretación.

A ella y no a otra cualidad es a la que debiera de apuntar quien forme y eduque en este siglo, que muy seguramente tenga que pagar el paso de una o dos generaciones enteras de desidia por la comodidad desorbitada de las dos que les precedieron. Ella es quien da a cualquier individuo cualificado en cualquier técnica, oficio o profesión el ser útil para el avance y cumplimiento de deudas con la realidad y no solo el mantenimiento de una comodidad indefinida. Quien puede prorrogar el llegar a ser tan útil en el anterior sentido, que pueda hacer que otros hagan serlo a otros. Quien enseña a cambiar de idea y a reformar todo cuanto tomábamos por cierto si la realidad y los hechos lo imponen. Quien no deja seguir portando el título de maestro, si se prefiere repetir cómodamente a cambiar el método que se cayó de viejo. Quien inmuniza al virtuoso de cualquier quehacer, de pensar que por haber formulado tal o cual teoría o haber completado este o el otro avance, ya no tiene que rebajarse a explicar. Quien enseña a no quemar la carta que inculpa fulminantemente al personaje que más se admiró. Y quien enseña a no contagiar la inamovilidad ideológica, por mantener el sistema del Cuando enseñes, enseña también a dudar de aquello que enseñas.