MI PECADO DE VIERNES
La lectura nos encuentra hogares en todas partes.
Jean Rhys
¿Quitas la miga a los panes, antes de comerlos? Yo lo hago por costumbre y porque siempre creí que en la miga del pan, había más calorías que nutrientes. Confieso que la idea de ir de tiendas para cambiar un guardarropa entero, me hace poca gracia y por ello, cuido la línea. Un panadero, de carrera y mundo, me ha desasnado hace un par de días sobre la única diferencia entre la corteza y la miga de esos apetitosos cruasanes (croissants, si prefieres el francés), que son –junto a un buen libro– mi pecado de viernes. Al calor del horno –me explica– el exterior de la masa pierde agua y forma una costra dorada, mientras que el corazón, o miga, la conserva. O sea, si la miga y la corteza de un pan pesan lo mismo, habrá más calorías en la corteza y más agua, en la miga. Para mí, que ignoraba estos pormenores, fue una útil novedad. Lo que no fue novedad, pero disparó mi imaginación, fue su consejo: Elige un pan con 80% de harina integral para recibir lo que la harina refinada, perdió. ¡Oh, sí! Mi imaginación estaba ya en la vía libre (o libresca) y asociaba sus palabras a otro tipo de pan, de papel, que reposaba entre mis manos.
Pensaba en cómo, desde que nació la escritura, la lectura empoderó a la humanidad, y en tantos libros censurados, destruidos o modificados, como la harina integral, para adecuarlos a los intereses específicos de diversos colectivos, perdiendo en el camino –quizá– sus más valiosos nutrientes. Los complejos carbohidratos literarios transforman, lentamente, nuestras vidas; sacian un hambre de saber, de aventura, y en lugar de quedarse en nuestras caderas, perviven en la conciencia y los sueños. ¿Por qué nos gusta tanto leer? Porque somos seres narrativos, asegura Alfonso Ramírez de Arellano: Es difícil imaginar nuestra identidad sin ese fluir discursivo del que somos narradores y protagonistas, aunque también víctimas, ya que casi nunca somos completamente dueños de la trama. ¡Maldita sea!, ni en nuestras propias invenciones salen las cosas como queremos. Somos parte de una memoria común, y con la lectura descubrimos que nuestros ojos ven el mundo en forma similar, que nuestras voces piden lo mismo. Son más los déjà vu que los jamais vu: es más lo que repite la historia que lo que ocurre por primera vez. En el año 2015, escribí un poema sobre el viaje de la vida, con una línea y elementos, evocadores para mí; tres años después, descubrí el poema Ítaca, de Kavafis con una línea y elementos ¡casi idénticos! Debo haberlos comparado unas mil veces y cuando ya me sentía la reencarnación del poeta griego (él escribió Ítaca en el siglo XIX), decidí retirarlo: ambos fuimos inspirados por Odiseo y el sol de Alejandría, pero él llegó primero y con más arte. Un escritor, a quien admiro, me instó a reponerlo: Todo está ya escrito, Gissele, las diferencias las pone el estilo y algún detalle. Tenía razón, mas no levanté la autocensura. Por un motivo distinto, Stephen King retiró de impresión y venta, en 2007, su libro Rabia. Encuentro justa la autocensura; en cambio, me asfixia el olor a libro quemado de la historia, voces condenadas a desaparecer que, por fortuna, usaron las lenguas de fuego para gritar más alto que el olvido; colaron sus rimas y disonancias, entre los antiguos ecos de otros, sostenidas por la complicidad de los lectores.
Pensaba en El origen de las especies, considerado el libro más influyente, prohibido en 1859 por el Trinity College de Cambridge, donde estudió el propio Darwin; en la Sagrada Congregación del Índice y su Index Librorum Prohibitorum (Índice de libros prohibidos) calificados como inmorales o heréticos. Recordaba el veto del gobernador militar chino, Ho Chin, a Lewis Caroll y su Alicia en el país de las maravillas, por atribuir a los animales el poder del lenguaje humano, ¡un insulto a nuestra especie!, y en la distópica –y política– 1984, de George Orwell, peligrosa por enfocar la manipulación a través del lenguaje. El poder de las letras ha sido “refinado” ¡tantas veces! para mostrarse religiosa y políticamente correcto. La obra de Roald Dahl, se reedita en puntillas para evitar estereotipos: La inteligente Matilda ya no lee a Joseph Conrad y Rudyard Kipling, sino a John Steinbeck y a Jane Austen. El Gloop de Charlie y la Fábrica de Chocolates ya no está enormemente gordo sólo es enorme. Tal vez, el cambio más notorio esté en Las Brujas, con párrafos completos reescritos –sin consentimiento del autor, obviamente–. En la edición 2001, la Abuela dice al Niño: No puedes ir por ahí tirando del pelo a todas las señoras que encuentras, aunque lleven guantes. Inténtalo y verás lo que pasa, mientras que en la edición 2022, leemos: Hay muchas otras razones por las que las mujeres llevan peluca, y no hay nada malo en ello. Es una frase amable, pero ¿exagero si digo que no tiene nada que ver con lo que escribió el autor? Ni siquiera Agatha Christie se ha salvado; el título del inmortal Diez Negritos fue cambiado a Y no quedó ninguno, para que no sonara racista.
Algunos defensores de la libre expresión reclaman que adulterar las obras de Dahl, es absurdo, que basta una nota aclaratoria sobre el contexto en que fueron escritas, y lo engañoso que sería juzgarlas con valores actuales. ¡Debate abierto! De otro lado, existe un tipo de lectura que no levanta críticas: Los cuentos Zen. Ellos llegan envueltos en poesía y trampantojos más ilusorios que las uvas pintadas por el griego Zeuxis; no obstante, sus lecciones honran el sentido común. En uno de ellos, un discípulo pregunta a su Maestro ¿Cuál es el propósito de la lectura? Porque ha olvidado el contenido de casi todos los libros que leyó. El Maestro pide al muchacho traer agua del río con un colador sucio. El aprendiz toma el colador e intenta cumplir la tarea. Al rato, se rinde y pide perdón por fallar. El Maestro replica: No fallaste. El agua que filtró el colador, lo dejó limpio y brillante. Los libros son el agua y tú, el colador. No necesitas guardar en tu memoria todo el conocimiento; la lectura pulirá tu mente y espíritu con las emociones, ideas y conocimientos en los libros. Te hará una mejor persona y ese, es el propósito de la lectura. Somos lo que nos contamos y contamos a los otros; somos los libros que leímos y los que leeremos; somos aquello que nunca vimos, pero hicimos parte de nosotros. ¿No es un privilegio poder elegir entre un libro integral con toda su fibra y nutrientes, y uno refinado, al gusto del censor de tus simpatías? ¿No es un placer entregarse a la lectura, como Nietzche, con actitud de rumiante, ojos de pulidor de vidrio y tacto de ciego, leer despacio, con profundidad y dedos delicados, rigurosidad, sigilo; silencioso y pausado? Si. Tal como se disfruta de un secreto y exquisito, pecado.