Mirar hacia atrás, tarea dificilísima

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Qué cosa tan curiosa es la historia, y qué tarea tan complicada es mirar hacia el ayer con los sesgos del hoy y poder enunciar ideas coherentes. La tarea de la historia, para quien la tiene asignada, es algo de una responsabilidad sin fondo y de una importancia para el porvenir del mundo y de las ideas igualmente de grande. Quien la tiene que enseñar, carga con una responsabilidad moral que exige una benevolencia propia de pocos individuos. Y quien tiene asignado entenderla a modo de alumno, tiene tanto de víctima como de victimario respecto a lo que vaya a hacer con ella. Nadie puede oponerse a ser criado en el odio pero sí a ser engañado cuando la propia vida intelectual ya está cuajada.

¿Nos hemos parado lo suficiente a pensar la gravedad del asunto? De lo que pensemos acerca del ayer depende el prisma con el que veremos siempre. De cómo nos hayan enseñado a hacer esto dependerá que el día a día se conciba como algo digno de vivir, o como algo zafio y rastrero siempre por culpa de los otros. Realmente el problema es mayúsculo: según la narrativa que recibamos acerca de la formación del espacio en el que vivimos, concebiremos la vida como un campo de relaciones hostil que opaca una belleza y una dignidad sin iguales, o como una prisión de la que somos víctimas y cuya única escapatoria es la violencia.

Porque la historia es ese conjunto oscuro de sucesos es que su enseñanza, es cuantitativa antes que cualitativa, accidental antes que esencial, memoria antes que sentido, y por ende una asignatura de la que se acaba aprendiendo más bien poco. Enseñar el sentido, el porqué de las cosas es algo infinitamente distinto a explicar cómo han pasado los hechos. Dos cosas muy distintas es narrar la sucesión terrible de los hechos desfavorables para las naciones a lo largo del tiempo, que explicar el espíritu que los ha movido, y cómo este ha ido disipándose en progreso o en atraso. Cuando sucede lo primero se habla de conocimientos trascendentes y cuando sucede lo segundo se habla de información pasajera. Más concretamente: es más fácil vilipendiar a los antiguos devotos de Tlaloc que saber antropología azteca, y odiar al colonialismo que entender el desarrollo del espíritu imperialista como un fenómeno inevitable.

A modo de coda, no olvidemos que las lecciones de filosofía de la historia enseñan que quien quiera aprender del pasado primero tiene que desprenderse de la costumbre de apilar fechas, datos y sucesos volumétricamente. Debe de apuntar su curiosidad contra las ideas rectoras de cada época en su contexto. En ellas están nada más y nada menos que las causas últimas de todo cuanto ha acontecido en la realidad, los mal llamados motores de la historia, las respuestas a todas las crisis del día a día, las herramientas con las que se puede impregnar virtud donde ahora mismo, sólo hay vicio.