Mujeres
Cansado del trabajo, salgo por una cerveza al bar de moda. Tomo las llaves de mi auto para que me conduzca casi con lo ojos cerrados a ese lugar de vicio y diversión. Veremos qué pesco hoy. Después de unos minutos que se me hacen eternos, por fin llego, dejo el auto al valet, le advierto que me lo cuide. Me topo, casi tropiezo con una mujer.
Pero no una como la que espero encontrar. Descubro a una mujer cansada, fatigada, lleva una pesada carga sobre los hombros, un canasto; quizá el marido ya ha fallecido, quizá la maltrataba y su ausencia es ahora un alivio. Pero también quizá, no salieron buenos sus hijos, un par de varones, viciosos y jugadores, que además ¡le han dejado a sus nietos! Y ella tiene que salir a trabajar, para ganar el sustento. Me atrevo a decir que México descansa sobre los hombros de estas valerosas mujeres.
Entro al lugar, pido el trago de moda, y en menos de lo que pienso, hacemos contacto, me acerco a ella, la mujer que espero. Después de unos tragos y una noche loca, me descubro aquí, a lado de ella, los dos recostados en la cama de una gigantesca casa, que sirve de hogar a otros rumys: Tres personas la rentan para vivir, a saber: dos mujeres y un hombre. Cada uno vive en su propia recámara, con su propio baño, se comparte la cocina y la sala. Los sueldos en la gran ciudad, se quedan cortos. Casi la mitad de los ingresos de cada uno de los tres integrantes se va en la renta. Cada uno tiene su dinámica, su rutina, su cotidianeidad. A veces ni se ven ni se saludan; salen a trabajar apurados, metidos en sus propios problemas. Estamos recibiendo los rayos del sol matutino a través de un gigantesco ventanal, yo recostado en sus piernas, acaricio y recorro con mis dedos las líneas de sus tatuajes, símbolo mudo de su libertad.
La casa no esta toda ocupada, algunas partes parecen deshabitadas. Como una alegoría, podría decirse que se ha ganado espacio, en la casa y en la lucha, pero ambas, ahora, deben ocuparse.
La casa, le pertenece a otra –valerosa– mujer, una mujer soltera, sin hijos, que trabaja. Y que la renta a tres personas. Yo, soy invitado, y a nadie parece importar que dos mujeres compartan techo con un hombre, sin ningún parentesco entre los tres.
Todo esto lo pienso, mientras ella duerme, en medio de esta gran habitación, en medio de esta gran ciudad. Independiente, fuerte, sabedora de lo que quiere en esta vida, pero me pregunto si ignora lo que todas las que habitaron este mundo antes que ella tuvieron y tienen que pasar. No lo sé, no le he preguntado. Quizá sí lo sabe, pero está tan concentrada en su futuro que, sin saberlo, labra un camino para las que han de venir después. Después de todo, ella también es una valerosa mujer.