Música y poesía: ¿Equilibrio entre Apolo y Dionisio?
Sin duda la música siempre ha tenido un misterio y una complejidad fuera de serie en tanto su estética y su acción sobre el lenguaje y la comunicación humana. Así es que a través de la historia ha recogido innumerables enfoques. Sin embargo parece siempre tropezar con la misma piedra. Me refiero al tema semántico. Desde ahí podría ser objeto de las más descabelladas interpretaciones, a veces podría parecer acercarse a un lenguaje cómplice de la razón, pero también podría perder toda validez lingüística si no era referenciada de la poesía. Pareciera entonces que, hoy en día, sería complicado y pretencioso aproximarnos a la estética musical sin pensar en una comprensión lingüística.
Es impensable abordar esta temática sin pensar en las aportaciones de un joven Nietzsche que en ocasiones pudiera haber rebasado los límites de la locura o haberse acercado desde una muy corta edad al reflexionar más allá de una razón práctica acerca de la música y la poesía, esto es, sobre el mundo del sonido y el de las palabras. Además hay que considerar también que se involucró también en la práctica tanto musical como poética de tal suerte que sus reflexiones se convertían también en acción. Se podría decir que pasaba de una simple reflexión, a un conocimiento que a partir de la acción se convertiría en un saber.
Vale la pena señalar que en esta toma de acción, en la misma generación de vivencia del joven Nietzsche y que tuvo como resultado una notable creación artística tanto en el pentagrama cómo en la hoja en blanco, se dio un hecho biográfico que tal vez pudiera ser el parteaguas del entendimiento profundo y puesto en acción de una simbiosis de la música y la poesía, en una primera instancia a nivel estético y posteriormente a través de un canto popular trascender al lingüístico. Así es que no podemos dejar pasar inadvertido su conversión al wagnerismo después de ser testigo auditivo del preludio del Tristán y la obertura de los maestros cantores, en octubre de 1868 en Leipzig.
A partir de acá Nietzsche ha advertido que el lenguaje ha dejado el sentido que no nos comunica con el mundo. Él mismo ha señalado que en relación con la música, toda comunicación mediante palabras es de una clase desvergonzada: la palabra diluye y embrutece; la palabra despersonaliza: la palabra hace común lo no común. Así es que para el joven Friedrich la música es el único lenguaje universal, que es comprensible para todos a través de contener las formas de todos los estados de deseo. Se trata de que posee el simbolismo de los instintos, el mundo de Dionisos.
Ahora bien, hay otra parte también que jala para el otro lado y es la parte de la estética y del lenguaje que se puede ver encarnada en Apolo. Entonces estamos obligados a un equilibrio. Partamos del artista subjetivo, de Arquíloco, del artista dionisíaco, el que encarna la música. Porque, ninguno es mejor que el otro, o el más importante, ambos son fundantes de una concepción que los une inseparablemente. Por tanto, la reivindicación de Arquíloco para el mundo del arte es la reivindicación del elemento dionisíaco musical para la consideración armónica que se configuró con la tragedia, y esto supone equilibrar la balanza entre las fuerzas artísticas de Dionisos y Apolo.
Ahora la pregunta quedará en si para el lector podría funcionarle el hecho de que el elemento unificador de lo apolíneo y lo dionisíaco podría ser la canción popular, esto es la disonancia como papel unificador de opuestos dentro de la armonía musical. La canción popular como análoga a la disonancia es precisa en este contexto. Llegamos a esto partiendo de lo que el mismo Nietzsche aportaba en el sentido de que la canción popular es ante todo el espejo musical del mundo, la melodía originaria. De ahí que la melodía sea clave para la comprensión del origen de la poesía en su conjunto, por lo tanto la melodía genera de sí la poesía, por ello es que la canción popular actúa como elemento unificador de fuerzas.