Nubes negras
Esa mañana estuvo tremenda, tuve mucho trabajo y lo único que quería hacer, después de la jornada, era ir al bosque, relajarme y fumar un poco. Unos minutos antes de salir, pensaba en comprarme un sándwich y unas naranjas para el camino y en cuanto pudiera firmar mi salida, volar y dejar aquel lugar lleno de personas, papeles, números, nombres, ruido.
El cielo se veía despejado, sin viento, un poco de calor. Guardé mis cosas en el carro, y decidí caminar porque la montaña no quedaba muy lejos. En el camino me encontré con algunos conocidos, saludé y seguí. En una tienda cercana, una viejita con su jarrón de pulque me dijo salud, después, al alejarme de ella, me grito: ¡Íralo, no vayas, te va a agarrar la lluvia! Y se empezó a reír. Volteé y le grité salud al mismo tiempo que levanté mi mano derecha como un gesto de despedida –ándele pues– pensé , porque como les decía, el día estaba caluroso, así que más bien era el efecto del fermentado en la mente de la anciana. Me fui comiendo mis naranjas y después me empaqué el sándwich, el camino se me estaba haciendo largo, no recordaba que fuera tanto, quería llegar a un riachuelo más arriba, recostarme, ver los arboles altos y cerrar los ojos, estaba harto de todo. Ya miraba mi objetivo, cuando de repente, se escuchó un estruendo. Las aves huyeron de los árboles, y después un zumbido en mis oídos, duro unos pocos segundos, luego, nada, no pude escuchar nada.
Admito que me asuste, porque todo fue muy rápido. Dije algo en voz alta porque pensé que me había quedado sordo, pero si escuché mi voz. Vi para ambos lados y no había nadie cerca y al mirar el cielo, las nubes empezaban a juntarse como en cámara rápida. Sentí ganas de orinar, pero me las aguante. Me acorde de lo que la viejita había dicho y en eso, que me cae una gota en la frente. Valió madres. No había en donde atajarme, puro árbol, seguro me partía un rayo. Caminé más rápido y encontré una cueva que jamás había visto, pero ya la lluvia estaba intensa así que me metí. Carajo, pensé, sólo quería relajarme. Me fui metiendo más a la cueva, mis botas ya estaban llenas de una clase de barro muy pegajoso, sentí curiosidad por ver si la cueva era más grande, usé mi encendedor para alumbrar, en ese instante hubiera preferido no hacerlo. Alguien estaba ahí, al encender la llama, un rostro, me veía a los ojos, en eso, solté en encendedor y me hice para atrás, mi respiración era cada vez más rápida, pero traté de tranquilizarme, cuando me recupere un poco, escuche la respiración de alguien más, era esa cara, atrás de mí, entonces creo que me orine en los pantalones y comencé a buscar el encendedor, aunque no sé si en verdad quería encontrarlo.
Toque las paredes para guiarme de algún modo, y seguía caminando lo más rápido que podía, entonces, una fuerte corriente de aire me tumbó y termine tirado, me golpee con algo en una de mis piernas. No sabía que más hacer, recuerdo que grité: ¡¿Qué mierda es todo esto?! Tenía frío y nauseas, me coloqué en posición fetal, pensando que era un sueño, cerré los ojos. Comencé a escuchar una risa, se burlaba de mí, me hacía preguntas: ¿No encuentras la salida?, ¿De qué huyes?, ¿Tienes miedo?, ¿Qué quieres? ¿Necesitas luz? Esa última pregunta me hizo reaccionar y cuando abrí los ojos la cueva ya no era oscura, me levanté, podía ver que estaba llena de lodo, pero había muchas cosas, encimadas unas sobre otras, como un basurero, muebles, papeles, aparatos, instrumentos, fotografías, conforme exploraba más, encontraba más cosas, se me hacían familiares, vi una avalancha, como la que tuve en mi infancia, cassetes, monedas, hasta que llegué a un rincón en donde olía muy mal, algo se estaba pudriendo ahí, di un paso atrás, y sentí un empujón hacia delante, caí de rodillas frente a una bolsa negra, la que olía mal, me dio asco, pero algo me decía que la abriera, vomité antes de poder abrirla, luego, sujeté la bolsa con mis dos manos y la estiré lo más que pude hasta romperla, salió una masa negra, que empezó a hacerse más y más grande y lleno todo el lugar, estaba hasta el cuello, ya no podía moverme, todo se oscurecía de nuevo, no podía respirar, escuche la voz susurrar por última vez: ¡sálvate! Vi una ranura hasta el tope de la cueva, pude alcanzarla para sacar mis manos, empujarme y poder salir. Una vez fuera, no reconocí nada, solo corrí lo más que pude para alejarme, estaba ya muy cansado, cojeaba, caí, hasta ahí recuerdo.
Desperté en un hospital, me preguntaron si sabía quién era o a quién podían llamar para avisar, les dije mi nombre y les di el número de mi hermano. Horas después llegó, y yo no lo reconocía del todo, aun así, sabía que era él. Al verme se puso pálido, me miró con asombro, yo no me había visto en un espejo, pensé que estaba deforme o algo me había pasado en la cara, pero me la toqué y todo se sentía normal. Se acercó a mí lentamente, han pasado muchos años desde que te perdiste, me dijo, estás igual. Sabía que si le contaba no me lo creería, de todos modos, lo hice. Desde entonces, todo es distinto. Veo las cosas de otro modo, las siento de otro modo, me siento ligero. El rostro que vi, era el mío, era mi voz, era mi cueva, era todo mi lodo asfixiándome día con día, todo lo que guardé, lo que no dije, lo que no sentí, el daño que me hice, ¡me salve!