NUESTRO JAZZ
Hoy les platicaré la primera parte de dos entregas dedicadas a éste, mi favorito género musical, el jazz.
Ni siquiera trataré de explicar qué cosa es el jazz, porque debo confesar que ni yo mismo lo sé.
El jazz está en mis cinco sentidos, en todos mis estados de ánimo y en el mundo que me rodea. Por todas partes veo, escucho, percibo, palpo el jazz.
Para mí el jazz no está únicamente en la música; está en todas las artes y en todas las cosas perfectas. Está en las casas y en los pueblos, en las ciudades y en los paises; en nuestro planeta y en nuestro infinito.
El jazz es para mí, algo así, como es para los niños trepar en los caballitos de la feria. Nuestro jazz está en todos los seres que conocemos, se encuentra en el atardecer, en los elementos y en los fenómenos; en el espacio infinito y en el fondo de los mares. Nuestro jazz está en la lluvia pertinaz, en el viento que canta, en el rocío que perla nuestra frente y en el tiritar de nuestros huesos en el frío. Es la bujía que nos da el ritmo, es el tiempo y el espacio unidos.
Nadie que sienta nuestro jazz se saldrá de balance, en una discusión, en un conflicto, en un problema. El jazz, nuestro jazz, produce un ritmo tan perfecto, que todas nuestras células al sentirlo, funcionan con una precisión que nada tiene que envidiarle a los cerebros electrónicos.
Todas las cosas, objetos, lugares, colores, sabores, aromas, formas y seres que nos agradan tienen jazz. Está en el fondo de las pupilas de nuestros seres queridos, en las rugosas manos de la abuelita, en las heroicas canas de nuestros padres y en las sonrisas de los niños chimuelos.
Nuestro jazz siempre está a nuestro lado. Aunque muchos apenas si se enteran, nuestro jazz siempre nos acompaña, para que desafinemos lo menos que podamos en la vida.
¡Sí… yo conozco nuestro jazz! No como los eruditos, los “snobs” o los intelectuales de mal aliento. Yo lo conozco brutal y delicado, sentimental y brusco, huraño y cariñoso. Yo conozco este jazz… ¡nuestro jazz!
Me he apropiado de ésta amplia definición del jazz que hizo en 1966, Jaime Pericáz, periodista y crítico de música nacido en Coyoacán, en su libro titulado como este artículo que hoy les comparto, cuyo prólogo escribió el reconocido periodista Manuel Mejido, fallecido en septiembre del año pasado.
Las valiosas aportaciones que hizo nuestro México al jazz mundial, no fueron menores, ya que endulzaron el jazz nacido a principios del siglo XIX a partir de los ritmos y bailables africanos, utilizados por los esclavos negros en los campos de algodón de Luisiana, Estados Unidos.
Nuestro jazz llegó a Nueva Orleans en 1884 cuando la banda de guerra del General Porfirio Díaz, tocó en un festival de esa afrancesada ciudad, el hermoso vals del oaxaqueño Juventino Rosas, Sobre las Olas; nunca imaginaron que ese suceso cambiaría el curso en la historia del jazz. A partir de entonces, el clarinete y el saxofón fueron incorporados al jazz, lo que se consideró la gran aportación de México a este género musical.
La Banda de 100 integrantes, la mayoría oaxaqueños, tuvo una participación destacada en la agenda de eventos de la Exposición del Centenario Industrial y del Algodón de 1884 en New Orleans. En la Expo participaron varios países productores de fibra, donde México, desde 1869, era un invitado especial. Porfirio Díaz iniciaba su segundo periodo presidencial, para seguir proyectando a nuestro país, principalmente en lo relativo al proceso del textil, para ello, viajaron varios músicos mexicanos, la mayoría, originarios del bello estado de Oaxaca, que ofrecieron conciertos para los miles de asistentes de la feria.
Fue tal el éxito de los músicos mexicanos en Nueva Orleans, con su interpretación magistral del vals Sobre las Olas de Juventino Rosas; que no solo fue el favorito del Carnaval, sino que era prácticamente la banda sonora que se escuchaba en parques y ferias y se tocaba cuando los trapecistas hacían sus trucos en la carpa del circo. Dicho vals, es un icono nacional, al igual que el de Dios Nunca Muere, de otro oaxaqueño excepcional, Macedonio Alcalá, considerado el himno no oficial de nuestros hermanos oaxaqueños.
Fue el 16 de diciembre de 1884 en el carnaval de New Orleans, la 8th Mexican Cavalry, cuando llamó la atención de muchos músicos negros, al tocar un ritmo sincopado cargado de sonidos caribeños; además de que los que cargaban los instrumentos y entonaban esas ricas melodías eran músicos de diferentes colores que tenían consigo antecedentes de colonia, abolición de la colonización, y que vivían en un país Independiente bajo los lemas franceses de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Claro que esto despertó la admiración y sorpresa para los asistentes negros de New Orleans que todavía vivían como esclavos trabajando para hacendados blancos.
Cuando la Feria Mundial terminó en enero de 1885, muchos miembros mexicanos del Octavo Regimiento se quedaron en Crescent City, compartiendo y enseñando su oficio musical con bandas regionales de New Orleans, nada menos que la cuna mundial del Jazz.
La Banda del 8º Regimiento fue tan emblemática, que en 1893, Díaz la transformó en la Banda de Música del Estado Mayor Presidencial y les dio una base de operaciones musicales en la capital del país. Así que, todos los eventos oficiales de mayor relevancia, en particular en los que estaba el mismo Díaz, fueron acompañados por los acordes de esta histórica Banda, digna representante de México en eventos y ferias internacionales.
El conjunto orquestal castrense, desempeñó un gran papel en la cultura musical del país, ya que acercó a la población el repertorio de los grandes maestros europeos y mexicanos, que de otra manera hubiera sido imposible hacer que el pueblo escuchara. Esto gracias a la tradición de ofrecer serenatas en las plazas principales de todo el país, e hizo que la banda militar se convirtiera en el símbolo musical de México en aquella época.
Don Porfirio impulsó un país de ganadores, buscando llevarnos al máximo común denominador, no al mínimo común denominador, como hoy en nuestros días. La inspiración de Díaz, era el modelo francés de la ilustración, hoy en cambio, se inspiran en modelos que han demostrado ser un fracaso mundial y que atentan a los derechos humanos. México era respetado en el concierto mundial, hoy somos motivo de risa y de gran preocupación. Díaz fue un constructor, no un destructor como el que actualmente ocupa la silla embrujada como la tachó Zapata, que es un solista sin conjunto y todo se le va en desafinar y amargar la vida nacional.
Los ferrocarriles, las grandes construcciones y el crecimiento económico, fueron el sello en el régimen de Porfirio Díaz, pero su verdadero orgullo fue su ejército. Lo que al inicio de su gobierno fue un contingente de individuos mal vestidos con fusiles, en unos años se transformó en un cuerpo con flamantes batallones, en una hermosa caballería con una artillería que sería el símbolo de toda una fuerza armada moderna, digna y respetada. Eran los tiempos de Don Porfirio.