Optimismo tóxico

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Querido y aguzado lector, espero se encuentre bien. Antes de entrar en el tema, me gustaría agradecer de manera especial a la Universidad de Ixtlahuaca, mi casa de estudios, me invitaran a presentar un taller con motivo del Día del Comunicólogo, que se celebró el pasado 12 de mayo; agradecida y conmovida de haber recorrido nuevamente sus instalaciones y ver con orgullo cuánto ha crecido en oferta educativa e infraestructura.

¡La mejor de las suertes a los futuros comunicólogos!

Ahora sí a nuestro cometido, hoy quiero poner en la mira a los pesimistas, aquellos que siempre son condenados y relegados en sociedad por su peculiar forma de ver la vida, pero me refiero a los pesimistas que contribuyen, con su visión negativa, que es como se le cataloga y descarta muchas veces, no siempre son lo peor.

Esto ante un comentario del novelista, poeta, periodista y dramaturgo portugués José Saramago y quien además recibió el Premio Nobel de Literatura en 1998, alguna vez dijo que los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay. Una aseveración por demás destacable y que deja mucho que pensar en cuanto a que estamos rodeados de optimistas.

Ahora que tanto predomina la promoción de estilos de vida en torno al optimismo que llega a caer en lo tóxico, así lo han denominado psicólogos especialistas en el tema, el optimismo tóxico: el auto engaño al negar o desconocer las emociones contrarias a las que son consideradas como positivas. Algunas consecuencias a estas prácticas pueden ser la ansiedad, culpa o tristeza.

Pareciera inofensivo, no le parece querido lector, pedirle a alguien que ignore los problemas, que silencie sus emociones, para sólo dar cabida a la sonrisa forzada y el vacío emocional.

Es tan cotidiano rodearnos de mensajes con estilos de vida de lujos, comodidades, despilfarros, gente aparentemente feliz con un estilos de vida caro; un mensaje aspiracional, en el que si tienes fortuna, lujos y excesos podrás ser feliz.

Una tirada de mensajes que para algunos sí resulta motivador y para otros un tormento, porque mientras que los que ven un aliciente en estos mensajes y logran su cometido de felicidad, para aquellos que no sea tan fácil frente a sus circunstancias sociales y emocionales, será una frustración el no lograr eso que se impone como el modelo a seguir.

También hay que decir que existen personas que han podido mediar entre estas imposiciones del positivismo tóxico y la imposibilidad, hacen algo así como mantener un pie en la estabilidad del orden, mientras colocan otro en la adversidad del caos. Y les resulta y parecen felices.

Esta lucha de alcanzar los ideales impuestos, la realidad (propia y del entorno), acaban por trasgredir las creencias, la moral, el constructo social de quien se es; causando así conflictos internos, que terminan por imponer modelos narcisistas con la necesidad desmedida de sentirse importantes, necesidad de atención excesiva y admiración, y la nula empatía por los demás.

Todo aquello desemboca la toxicidad del positivismo, y parte de esa ausencia de empatía por el que sufre, piensa y siente de manera diferente la vida. Por qué no permitir conocer las sombras y grises del ser humano, por qué sólo dejar que la luz de la felicidad acabe por cegarnos. Y aquí otra cuestión, ¿qué es la felicidad, es para todos lo mismo?

Fiodor Dostoievsky, escritor y también referente filosófico escribió:

Tengo fe en mí mismo. Estoy pensando significativamente. Con todo, el hombre es un misterio. Si usted gasta su vida entera en intentar conocerlo, entonces podrá afirmar que no ha empleado su tiempo en vano. Yo mismo me ocupo de este misterio, porque quiero ser un hombre”.

Creo que en algún momento dejamos de creer que cada ser, es único, y que aunque va a reflejar un tiempo, espacio, cultura, siempre tendrá alguna característica o características que lo harán diferente y que probablemente lo hagan salir de las imposiciones sociales y culturales que se imperan de manera intencional o implícita.

¿Alguna vez nos hemos preguntado quiénes somos o cómo somos, nos hemos pensado alguna vez?

Creo que en diferentes épocas de la vida, el ser humano ha tenido que enfrentarse a estas disyuntivas, y en cada una, la no resolución y la presión social lo ha llevado a escenarios dolorosos, e incluso, trágicos.  Pero cuán fácil o difícil poder ser ir contra corriente y llevar el propio ritmo sin tambalearse con los vendavales de las críticas y el oleaje de normas sociales, modas, tradiciones.

Decía la poeta y oradora mexicana Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein mejor conocida como Pita Amor, Mi victoria es nunca parar: tomarlo todo sin andar en nada, y a fuerza de dejar, irme saciando. ¡Que la muerte me encuentre exterminada! Qué fácil suena esta sugerencia de disfrutar la vida “sin andar en nada”, con libertad; “a fuerza de dejar”, sin poseer ni aferrarse a constructos prestablecidos sino de ir armando los propios los adecuados a cada quien.

Será querido lector, o es más fácil soltar el timón y dejarse llevar por la marea del optimismo tóxico, Aquí queda la provocación, a cuestionarnos un poco más a aquello que moldea nuestra forma de vivir y de sentir, pues finalmente quien habrá de vivir nuestra vida somos nosotros mismos.

Imaginemos llegar al final de nuestra vida con cuestionamientos como los que hay en la película El día que Nietzsche lloró, basada en la novela homónima del escritor Irvin D. Yalom, que dicen así: ¿Pero vivió su vida? ¿O la vida lo vivió a usted? Usted está de pie fuera de su vida, de duelo por una vida que jamás vivió.