Paco Díaz: artista kafkiano
El asunto es el siguiente: pensaba en cual sería un buen tema para la columna de esta ocasión. Hay varios en el tintero que primero son jugosos, pero que luego comienzan a desdibujarse. Por ejemplo, la velocidad con que los medios independientes avanzan, medios con presencia principalmente en redes sociales que se mueven en el submundo de la falta de regulación y que cada vez, en boga de la libertad de expresión, comienzan a significar un problema poco abordado. Sí, el tema perdió fuerza luego de un rato.
Entonces scrolleaba perdiendo el tiempo sin más hasta que una publicación llamó mi atención, la de un par de músicos de muchas ganas y buenas intenciones, pero nada más. Dicho esto en el mejor de los sentidos, y si no, pues también, ya que la obra distaba mucho de ser algo trascendente. Esto por supuesto puede parecer agresivo, pero, y sólo por poner un ejemplo, en la literatura, los talleres literarios están llenos de críticas feroces para saber si un texto merece la pena ser tratado, y ver luego si puede ser publicado. En la misma publicación, en unas fotos con poca imaginación, servían de fondo los murales de los artistas plásticos de la región. Y como no hubo créditos —porque seguramente se ignoraba el caso, aunque dicho sea de paso, los trabajos eran notablemente más pensados y trabajados, amén del talento obvio—, fue uno de los autores quien tímidamente levantó la mano con un saludo en los comentarios para ver si tal vez se reconocía por ahí su obra.
Luego ya, clavado en el ocio cultural, pude entender que fotógrafo y músicos eran amparados por el manto oficialista, de, la burocracia, o los concursos fotocráticos.
Sirva este preámbulo para remarcar dos cosas: el empacho de esa cultura y el maltrato al buen gusto y la molicie en el cultivo de la estética en las obras de cualquier tipo. Y todo ello, nada más para caer en una conclusión, entre nosotros no estamos señalando a nadie.
Ya hablábamos de la literatura. La plástica comienza de a poco a notar que si la explicación es más larga y enredada, seguro hay un timo de fondo. En el cine, hay tenemos a Scorsese poniendo en su lugar al universo de Marvel, pero en la música se acepta casi cualquier cosa porque es, probablemente, la expresión a la que con mayor facilidad se tiene acceso y donde el gusto pudre el juicio. Presentación:
El caso del que quiero hablar en esta ocasión es complicado, no hay de hecho una presentación oficial que cuente como piedra de centro para abordar, pero bueno, Kafka se murió sin saber que era un genio, lo mismo que Van Gogh o el siempre eterno Rockdrigo Gonzales. Entonces ahí vamos. Paco Díaz es un dentista que atiende su consultorio como cualquier otro. Cumple sus obligaciones, lleva a los niños al colegio y recibe a sus pacientes por la tarde. Y aunque es bastante bueno en lo que hace, es en la noche cuando la magia viene.
Esto último delata un poco el asunto, ya que de no ser por las bohemias seguramente nunca hubiera escuchado las letras que, de su garganta e inventiva, brotan. Ya saben, ese extraño fenómeno del que los buenos artistas padecen, creyendo que lo que hacen no es valioso. La primera vez que pude escucharlo, su voz me parecía la de un fantasma, y es posible que eso provocara el deleite ante la contemplación de lo que él podía hacer. Luego, de sus manos salían piezas clásicas con una sutileza que era inaudita. Eso fijó la atención para entender ese muchacho no es para nada un improvisado, pero llevó celosamente guardada la llama de la música, tal vez por el rigor profesional.
En ocasiones, cuando perdíamos el tiempo, hablaba de músicos geniales, Eddy Vedder, Israel Kamakawewo, Sheeran, Lennon o algunos mexicanos —tiene un pecado: le gusta la trova, al fin y al cabo nadie es perfecto—. Y eso, claro, educa el oído. Como en la literatura, el escritor debe leer; en la pintura, el pintor debe analizar la obra de las vanguardias, en la música se debe escuchar buena música. Segunda señal.
Lo que sigue son interminables charlas entre guitarras, ideas y brandy. De cuando en cuando, una que otra tonada salía, una que otra buena nota nadaba en el tiempo de aquella azotea, dejando al oído la sensación de haber pasado por algo novedoso, fugaz, pero poderosamente conectado a los sentidos y la técnica.
Con la confianza artística ganada para entonces, ocasionalmente tenía la oportunidad de escuchar las maquetas de sus ideas. Maquetas que escuchaba con atención y gusto, aunque el gusto lo sabemos todos, no es mucho y solo fue cuando una de esa maquetas me arrancó la ansiedad del cuerpo, cuando noté no era la adulación ante un camarada la que me orillaba a decir aquel era un buen músico, sino el poder de su obra:
Es noche buscaba una dirección en las calles de Toluca luego del concierto de la Sinfónica del Estado. Entre el arte, era noche de fiesta. El caso fue que seguro de no perderme, me perdí, cayendo en un barrio no muy amable a la vista que digamos. Y para colmo de males, el saldo se había acabado. La angustia comenzaba a hacer mella en mí. Tenía los audífonos puestos, había escuchado True Love Waits de Radiohead y seguí buscando la calle correcta, por lo menos para no sentirme tan perdido. Entonces, llegó la canción:
Una guitarra rota recargada en un rincón
como un recuerdo viejo,
que se aferra al corazón
un acorde solitario que salió de la pared
que dejaste bien guardado una noche sin querer
¿A dónde vas sin mí?
Ve despacio que yo voy detrás de ti.
Ahí estaba, cantando y disfrutando esa canción, no porque fuera de un amigo, sino porque la obra había cobrado vida por sí misma. De hecho, cuando esta terminó y a pesar de ser una maqueta austera, me preguntaba inconscientemente de quien era esa canción. Cuando di cuenta, esa canción ya no era de mi camarada, era la canción de Paco Díaz, la que en una noche de octubre posiblemente me perdió más, pero que definitivamente me hizo olvidar brevemente esa leve peripecia.
Lo divertido del asunto, es que no hay mucho de donde cortar hasta que de pronto el señor se siente e terminar las canciones que tiene en el tintero. Porque por el momento, sólo existe canción y media —y unos veinte comodines de mucha justicia—, que suenan y suenan poderosas y sutiles en los recovecos de una azotea luego de quitarse los guantes quirúrgicos. Y es que lo buenos artistas no siempre están en donde deben estar, pero si logran cosa maravillosas. Sí. No siempre se habla de quien se debe, y por eso ésta, es mi primera aportación, esperando que pronto salga a la luz el genio de Paco Díaz.