Para una interpretación mínima de Ramón…
Para leer a Ramón López Velarde hay que ir a fuentes primigenias. Ahondar en las páginas antiguas de sus predecesores y de ahí partir a una lectura que quede muy lejos del poeta mismo.
Durante años, en la primaria, nos persiguieron por las aulas con el Suave Patria, incitándonos a memorizarlo porque era parte de nuestros símbolos nacionales, algo que al final de todo, sólo se grabaron algunos versos sueltos que siempre se repiten, de manera constante, cada 15 de septiembre.
Quizá por eso me alejé de López Velarde hasta que descubrí la musicalización de algunos poemas por el cantautor David Haro, en la voz de Eugenia León. El piano de Genoveva me acompañó por algunos capítulos de mi vida. El sueño de los guantes negros me hizo compañía entre las calles de la gran ciudad mientras descubría que no todo era un sueño luminoso. Fuensanta estuvo a mi lado mientras veía el mar en una playa de Oaxaca.
Aún así, no fue suficiente para adentrarme en la poesía de Ramón López Velarde. No tenía las suficientes ganas de perderme por horas en su lectura y relectura, en hurgar las pequeñas variaciones que todos han hecho, en las Volanteos superficiales de quien lo estudia y pretende convertirlo en un acto intelectualoide cuando en realidad, López Velarde es algo tan sencillo y simple como la vida misma.
Al paso de los años, con esta madurez que se acerca cada día más, he vuelto a enfrentarme a los poemas lopezvelardeanos con una mirada distinta a esa juventud ya un poco lejana.
Sin embargo, y a pesar de que no siempre tuve a la mano alguna antología o recopilación de los poetas mexicanos, cuando por casualidad caía algún libro en mis manos, me iba a buscar El piano de Genoveva porque era el que mejor retrataba ese momento de mi vida cuando buscaba una respuesta.
A cien años de su muerte, las excusas se acabaron y los homenajes brotaron por todos lados, aunque siempre haciendo énfasis en ese poema que todo mexicano, dicen, debe saber o conocer. Y sí, lo conocemos, pero la poesía de López Velarde no es sólo la Suave Patria, sino El Ancla: Y decir al Amor: —De mis pecados,/los más negros están enamorados;/un miserere se alza en mis cartujas/y va hacia ti con pasos de bebé,/como el cándido islote de burbujas/navega por la taza de café.
No son muchos los poemas que recuerdo. Y no quiero hacer uso de la tecnología para incluir aquí fragmentos. Quizá por eso mi memoria me traiciona y no puedo asegurar que el trozo de estrofa que incluyo sea exacto como el poema mismo, pero me arriesgo porque si no es así, el poema, al menos me puedo inclinar hacia una versión libre del verso.
Y ahí radica la belleza de la poesía. El que cada uno pueda hacer su propia versión, utilizarla como un instrumento de la memoria corporal, sentimental, emocional. Ser parte de la voz del poeta para que la poesía continue su camino, determinada, como el sonido del piano cuando Genoveva lo tocaba. Así nomás, ¿por qué no?