PEDAGOGÍA DE UN HUMANISTA

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Jaime Torres Bodet / 12 mensajes educativos texto publicado en el año de 1960 en ciudad de México, por aquellos educadores que iban a realizar una revolución sin armas, sólo con la pluma; con ella, bajo lineamientos estratégicos de la pedagogía y bajo procesos y métodos de nueva didáctica que está más allá de ideologías fanáticas que en aquellos tiempos llamaban aún a los años de Guerra Fría: capitalismo versus socialismo, entre malos y buenos como si fuesen tiempos del oeste norteamericano. Un humanista en toda la concepción de la palabra es Jaime Torres Bodet, uno de los tres más importantes funcionarios de la educación en nuestra patria en 200 años de independencia.

De tal importancia es el paso del poeta y prosista destacado, del internacionalista que fue por sus cargos y su mentalidad. En el primer discurso que aparece en el texto referido dice: Esas peguntas han de constituir, para todos vosotros, un nuevo estímulo. Las formulo con la intención de que entendáis claramente por qué motivos una de mis preocupaciones mayores es la de conocer, y apreciar con exactitud, la validez nacional y humana de quienes —en esta Escuela y en todas las Normales de la República—están disponiéndose a ingresar en las filas del magisterio. Más allá de la mitad del siglo XX viene el nuevo hombre a la mexicana, el hombre que es muy mexicano y a la vez es universal. Y no hay hombre, educador o educadora que desea ser verdadero pedagogo, pero pedagogo en serio, que no piense que es pedagogo porque en alguna universidad o escuela normal le dieron un título con ese nombre. En el caso de Jaime Torres Bodet tenemos quizá al pedagogo más completo a la mexicana, que nos da seguridad en sus pasos por el magisterio de su tiempo, entre 1958 a 1964. Es tan bello lo que dice en ese discurso en la Escuela Normal: No se educa sólo con el talento. Se educa con el ejemplo. Y, en el ejemplo, hay que poner a la vez el talento y el corazón. En esta Escuela se os enseñan muchas técnicas pedagógicas. Hay una en la que yo desearía que todos os adiestráis: La de percibir que, en cada uno de vuestros alumnos, México entero estará presente. En efecto, no existe alumno, por humilde que lo juzguemos, que no sea un representante de la gran esperanza de la Nación.

Todo dicho aquí, por lo que vale preguntarse ¿qué tiene que ver estas palabras con el mundo actual de la educación en México, donde lo que menos parece interesar son los alumnos de todos los niveles. Bien vemos cómo las entidades más atrasadas son aquellas donde los interese gremiales en su peor expresión dan prueba que los educandos no son materia de interés para ellos: son esas escuelas donde se comienza a trabajar el martes y se retira el docente el jueves por la tarde, pues tiene que llegar a su hogar que se haya, a veces, bastante lejos de la escuela donde trabaja. Por eso las palabras de Torres Bodet son sabias y oportunas en aquel tiempo y, lo son ahora, que vemos despeñarse el sistema educativo nacional sin que parezca que haya algunos educadores que impongan una política educativa que transforme esta debacle que venimos viviendo desde hace varias décadas.

Hombre de letras, de larga carrera como funcionario, de amor por la patria antes que algo más lo distraiga, dice: “A este respecto, conviene citar aquí lo que dispone nuestra Ley Constitucional. La educación —declara— tenderá a desarrollar todas las facultades del ser humano y fomentará en él, a la vez, el amor a la patria y la conciencia de la solidaridad internacional, y en la justicia. El pasado enseña al presente sus malos pasos. Al olvidar la educación del civismo, como amor a la patria y sentimiento solidario con nuestra cultura universal, nos hemos convertido en unos egoístas, yoístas hasta la enfermedad que pasa por una epidemia por y hacia la violencia de todos contra todos. Al olvidar lo que nos hacía mexicanos frente a nosotros mismos y frente a lo extranjero, hemos terminado por hacer una máscara irreconocible para aquellos que a mitad del siglo XX tenían claro muchos de los valores del México que era independiente y sabía que esa independencia se debe batallar a diario.

Un solo discurso es suficiente para valorar al pedagogo mexicano, y no sólo al funcionario que desde ese despacho tan bello que es la secretaría de Educación Pública, para aquél entonces ya contando con los admirables y famosos murales de Diego Rivera. Grandeza con grandeza van. Torres Bodet era tan grande como lo es Rivera y aquellos que son parte de la identidad mexicana: David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo. Por eso el discurso es texto pedagógico: Quisiera que os penetráseis de estos principios. Ante todo, educación integral, y no sólo educación de un aspecto o de una aptitud del hombre. Educación del carácter y de la voluntad, tanto como de la imaginación o la inteligencia. Y, también, educación de la sensibilidad. México no aspira a que sean sus hijos dóciles siervos, o elementos intercambiables en una máquina de poder. Aspira a que sean hombres. Hombres capaces de conquistar y de merecer cada día su independencia, dentro de una promoción democrática nacional; atendiendo, en primer lugar, a lo mexicano, porque sólo así podremos prestar un concurso auténtico a la obra de paz, de justicia y de ayuda mutua que necesitan llevar a cabo todos los pueblos de la tierra. Decir tanto en tan sólo un párrafo, es prueba de la profunda cultura con que cuenta el secretario de Educación en ese tiempo del gobierno de López Mateos. Era tan grande como lo es su presidente de la República.

Comprobar que no había fobias entre ellos, que el presidente de México Adolfo López Mateos eligió al mejor hombre que había para ser su secretario de Educación: sin miedo a su cultura profunda, extensa, admirable, o a sus cualidades y fortalezas como poeta y prosista, como ensayista. Los hombres grandes y talentosos se unen, no se destrozan entre ellos. Fue intelectual y pedagogo, que al mismo tiempo que habla de lo propio, lo hace por aquello que está fuera de la patria, y lo valora con igual sentido y afecto.

Lo particular va junto con lo general. Sólo así se entiende el hombre o la mujer contemporánea a sus vivencias, al amor por lo humano. Cita permanentemente la Constitución de aquellos años: Consecuente con semejante premisas, agrega nuestra Constitución, que la educación mexicana debe robustecer en el educando el aprecio por la dignidad de la persona y para la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad y el respeto para los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos los hombres. Cito este párrafo pues no debe extrañarnos que la Constitución en el tema de la educación para el año 2022 que vivimos tenga otros contenidos. Ha habido, se dice más de 700 arreglos a la Constitución de 1917, que no nos debe sorprender que de sus párrafos hechos bajo los hechos de la guerra civil y por espíritus que amaban como nadie a la patria. En estos tiempos el pedir que hay que hacer nueva Constitución —como si sólo fuera el cambiar de vestido, así como así— nos comprueba, que en los tiempos del presidente Adolfo López Mateos, la insistencia en el amor al hombre, a la patria, como tesoro labrado en batallas terribles y comprendiendo que no debemos buscar banalmente al México bronco.

Sabemos está allí, aunque se piense que en el país fuera de la terrible y cruel delincuencia organizada que vivimos, nada pasa en realidad. Palabras sabias y humanistas por encima de todo las de Jaime Torres Bodet: Lo que procede os inducirá a no menospreciar el valor personal de cada educando y, equilibradamente, a no fomentar en él, por flaqueza, una conciencia excesiva e injusta de ese valor. La despersonalización del hombre es un mal funesto; pero lo es igualmente la idolatría. Palabras para el ahora. ¿Por qué los alumnos hoy son lo más irrespetuosos posibles? ¿Por qué se ha perdido ese respeto y amor al educador por quienes forman la comunidad escolar? ¿Por qué los gremios sindicales en el país miran más a sus intereses y, al final, quizá miran su tarea sin cumplirla? ¿Por qué esa enajenación de olvidar a sus alumnos?…