PERDÓN Y RECONCILIACIÓN
En cierta ocasión, hablando con una persona sobre el perdón me dijo: -yo no puedo perdonar a mi esposo probablemente Dios sí, pero yo no-
Por justicia, la ley obliga el castigo de quien comete una infracción, la ley únicamente puede admitir castigo cuando se demuestra la culpa a la luz de la verdad.
-Yo no puedo perdonarlo, tal ves Dios, pero yo no- me dijo aquella persona.
El problema aquí le dije, es que sin perdón no puede existir remisión de pecados y al no existir el perdón, quedamos atados a los efectos del dolor, de la zozobra, de la incertidumbre, del peso que provoca el odio y el rencor, de manera que el perdón no tiene solo que ver con la justicia, sino también con la razón y sobre todo con el corazón.
Es decir; si a pesar del acto de justicia no soy capaz de perdonar, el corazón no sanará jamás y quedara atado a raíces de amargura que no nos permitirán experimentar la calma que otorga el perdón.
Ojo, cuando no perdonamos, quedamos sujetos a la maldad de quién nos daño y sin darnos cuenta comenzamos poco a poco a cargar la culpa de quién nos ofendió.
De manera que, quién merece juicio que lo obtenga, quién castigo lo reciba, pero no tiene porque el corazón nuestro seguir atado a ese dolor además culposo e inmerecido, que se cumpla la sentencia, pero que no quede en mí, raíz alguna ni peso ajeno.
Esa es la obra redentora, el verdadero perdón otorga libertad.
“Y conoceréis la verdad y esta os hará libres” quien perdona no exime de culpa a nadie más bien, consigue libertad para sí mismo, entonces la justicia tendrá un efecto completo.
Vivir en libertad lo cambia todo, quita el peso de los hombros, nos da claridad y por supuesto paz.
Ahora bien, hablemos sobre la Reconciliación.
Del lat. reconciliāre. Reconciliación es según la Rae: “Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos.”
Reconstruir la conexión empática y personal con alguien no es fácil. El proceso, que viene de la mano de un cambio de actitud de cara a cómo se percibe a la otra persona, puede ser muy complejo, y el tiempo y la disposición a perdonar, así como tratar de entender la mentalidad de quien causo el daño es importante para que las heridas sanen.
Regresando a nuestra definición: “volver a las amistades” la palabra volver expresa algo muy interesante:
Significa, regresar al punto de partida o retomar desde donde se dejó. Es decir, encontrar el punto exacto de quiebre, donde es necesario corregir lo dañado.
La reconciliación es necesaria cuando existe una transgresión de por medio, sin importar con exactitud quien sea el que transgrede, es necesario reconocer la existencia de una ofensa o falta. Acto seguido, volver al estado original de la relación que se ha fracturado.
“Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.” Jesucristo.
Reconciliación es el reconocimiento profundo, cierto y verdadero de la ofensa y la acción determinada del perdón.
Descubrir o ponerle nombre al culpable de la ofensa, finalmente solo declara la autoría de la falta, lo realmente importante es, tener la capacidad de ofrecer de corazón y con honestidad una disculpa y acto seguido, volver a la amistad y recuperar lo perdido.
La reconciliación es posible cuando reconocemos que no está en nosotros la posibilidad de hacerlo, auténticamente necesitamos del Señor.
Ahora debemos reflexionar y preguntar ¿será realmente necesario perdonar a mi cónyuge cuando me ha ofendido? ¿O a mi hijo a mi jefe o al conductor que me pitó en la calle?
Lo que necesitamos tener claro es que guardar rencor nos daña a nosotros no al autor de la ofensa. Otorgar perdón no es olvidar sino liberarse de una atadura impuesta por el dolor o la indignación.
Cuando perdonamos y además somos capaces de buscar reconciliación, declaramos en favor nuestro sabiduría, fortaleza y verdadera libertad; libertad para amar, reír, gozar y disfrutar de cada momento hermoso de la vida sin culpa ni fijación alguna.