PERIODISMO Y LITERATURA

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18 tomos son los que presentan la obra de Francisco Zarco, y tales escritos comprueban, que tan sólo con 40 años de vida, supo imprimir su sello al siglo XIX mexicano. Sabios como Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez “El Nigromante”, Ignacio Manuel Altamirano y, Francisco Zarco, son prueba de la inteligencia que el siglo decimonónico da nuestro orgullo, en las épocas de vida independiente que tenemos desde 1821 a la fecha. Es interesante revisar el libro seleccionado por René Avilés Fabila, en el cual leo el segmento número Uno de Ensayos Morales y descriptivos, señala lo siguiente en el artículo titulado El cielo y la tierra, con tema de la Luz, dice Zarco: parece ser la luz la obra más bella, la más pura de cuentas nuestros ojos admiran. Es el meteoro más sorprendente, y el que embellece a la naturaleza toda. No es fugaz, ni fosfórica como el relámpago; no es fantástica como la exhalación que cruza la bóveda del cielo en medio de la noche; es apacible, es tranquila, es el fluido que ilumina constante el ancho espacio; es lo que tiñe, con sus mil colores, todo lo que es bello y placentero a la vista del hombre. Un párrafo y ya nos habla del hombre que escribe este texto. 

Un hombre que se le considera político o periodista, y en el caso particular del político, se nos hace raro que pueda tener la sensibilidad, al estilo de W. Goethe o de Sor Juana Inés de la Cruz, que se sorprendían de lo que leían, pero también de lo que la naturaleza les daba por doquier. Y sabemos bien, porque la clase política que vivimos en el siglo XXI no tiene esta cultura, ni esta sensibilidad, ya que lo único que desean que se hable, es de las cosas de la política como si esta fuera la sola sed o voracidad por el poder político. Cuando la vida es muchas otras cosas, muchísimas más, que la sola consecución del poder político y económico. Raro que nuestra mejor generación de políticos que ha dado este país se interese por otras cosas; más allá de las luchas entre conservadores y liberales, entre centralistas y federalistas. Así se piensa en Benito Juárez, el político más político de esa generación, al cual las leyes, es decir la jurisprudencia y la política le interesaban sobre todas las demás. 

Su generación se lo reprochaba seguramente, pero hay casos en los cuales la batalla de una idea hegemónica en ciertos momentos de la historia de un país obliga a ello. Ahí es donde se identifica al verdadero político. En el caso de Francisco Zarco, el político, es prueba de cuán lejos y ricos eran en su extensa cultura: cultura que se expresa en la vida de nuestro Goethe mexicano, el michoacano Melchor Ocampo, que alcanzó aristas y alturas en el saber de lo humano y del patrimonio natural como pocos en el siglo XIX. Si en verdad queremos conocer nuestra patria hay que ir a estos ejemplos que hablan de otro tipo de mexicano, ese que sabía que estaba construyendo una nación con su propia identidad y amor por el pueblo y sus cosas.    

Qué conservador aliado al alto clero de aquellas décadas aciagas para México tenía tan bellos pensamientos al citar a Dios y su religión. El alto clero del siglo XIX fue rabiosamente antiliberal pues no soportaba perder la riqueza material, que ajena a Cristo se había fundado en herencias y riquezas mal habidas en los 3 últimos siglos. El liberal Francisco Zarco decía: Cuando Dios, con el poder inmenso de la palabra, sacaba la luz del caos y de la nada, cuando al crearla vivificaba los cielos y los mundos, debió de quedar contento y satisfecho de su propia obra. ¿Qué sería la creación entera, si no la bañasen torrentes de luz? ¿Qué valdría cuanto existe, si yaciera en hundido entre tinieblas? Sería casi la nada. ¡Oh!, la luz es la que anima la existencia de las criaturas, es la que vivifica la tierra, es la que esparce la belleza, la que sola nos revela la grandeza de Dios, y la que cría en lo íntimo del corazón el sentimiento… Cómo es posible haber acusado a Miguel Hidalgo y a José María Morelos y Pavón de herejes, al igual que otros curas, que desde el movimiento de Independencia en 1810 buscan con todo su afán y a costa de su vida, el lograr la libertad, igualdad y fraternidad; bajo condiciones en los cuales los ricos y conservadores no quisieran poner al pueblo de rodillas. 

Los liberales del siglo XIX fueron en muchos sentidos respetuosos de la religión, en particular de la católica bajo la cual se habían educado ellos y sus padres. René, cita el artículo que está fechado en el año de 1850. y que aparece en el Presente amistoso en año de 1851. Un país dividido, robado por el vecino del norte en más de la mitad de su territorio, y el Alto Clero apoyando tales latrocinios; sin aceptar que en muchos de los liberales, existía el mejor ejemplo del feligrés comprometido con su patria y su religión. Más adelante, en el artículo citado dice: ¡Qué espectáculo tan grandioso es contemplar la obra de la luz! Ella da sus destellos bellísimos a las estrellas y luceros; ella tiñe de zafiro la bóveda del cielo; ella pinta los mil colores de cada árbol, de cada flor… Sin ella no relucieran las alas de la mariposa, ni el plumaje del colibrí; sin ella no tendría el púrpura el clavel, su nieve el lirio… Sin ella no brillarían cual llamas el diamante y el rubí; sin ella no serían refulgentes y apacibles los ojos de la mujer, ni habría carmín en sus labios de seda

Poesía pura, mejor no lo podrían decir nuestros gurús de la sabiduría: Goethe y Sor Juana Inés. Y en todo ello, siempre está Dios. Lo cita una y otra vez. Dice: Desde el seno de Dios brotan límpidos y puros los rayos poderosos de la luz; rápidos como la voluntad infinita, recorren en instantes las regiones en que giran mil mundos: no hay ave cuyo vuelo sea comparable con el curso de la luz; ni el relámpago, ni el torrente, ni el pensamiento del hombre puede alcanzarla en su carrera… Y cada uno de sus millares de rayos lleva consigo los gérmenes de la hermosura, lleva consigo todos los colores; y al caer sobre las obras de Dios, les imprime un sello de belleza, los pinta con un color a cada una, sin confundir jamás uno con el otro; sigue sumisa las leyes inmutables que le traza la sabiduría del Ser Eterno…, no hay sermón dicho, que sea más bello en el púlpito que esto que escribe en 1850, un liberal puro como lo es Francisco Zarco. Ejemplo de político y ejemplo de periodista. 

Ejemplo de escritor que se hace literatura en sus obras, las cuales están regadas por doquier; como sucede con periodistas de pura cepa que escriben en vida para varios periódicos o revistas. No hay de otra, el destino de los grandes periodistas queda en su obra, que va de un lado a otro: por territorios o por tiempos, que son presente cuando escriben sus columnas, sus reportajes o entrevistas. Cuando se ‘matan’ a diario para hacer que el periódico esté listo en la madrugada de cada día, pues debe de salir pase lo que pase. Y muchas veces el poder de la mala política es quien se encarga de buscar que no salga, quemando papel o sustrayéndolo, quemando maquinaria: la que maldecida para dictadores, imprime cosas en contra de los malos gobernantes. De eso conoció mucho Zarco en su carrera veloz que tuvo al vivir sólo cuarenta años. Poesía pura era la que escribía el patriarca de los periodistas: ¿Ah!, sin la luz, los cielos y los mundos serían casi la nada; las alas de las tinieblas ennegrecerían a la creación, reinaría el caos… Y se da en el final de tal artículo el tiempo para hablar del mundo de la cultura. Ha escrito de la naturaleza, su belleza y la reflexión sobre algo que nos pare inicuo a quienes vemos sin ver lo que es el día y la noche. 

Pero Zarco, que en sus artículos no desea escribir de política, termina con un párrafo letal al decir: En el mundo moral también hay una luz que anima a los espíritus, que los embellece, y les hace sentir emociones deliciosas. Sin ella, la duda y el hastío desgarran el corazón. Esa luz sacrosanta, es la esperanza, es la fe. Para saber quién es el hombre o la mujer que escribe basta con leer uno de sus textos, no cualquiera, ciertamente, sino aquél nacido de su sabiduría y de su corazón. De sus limpias manos, que permite hacernos con quién es que ha andado, a quién ha leído, qué cosas ha visto en el día a día. Con 21 años, Francisco Zarco tenía ya muy claro lo que era. A quien respetaba y admiraba, pero también cómo es que ese siglo bárbaro le había educado, no para ser un mal ciudadano, sino para ser el nuevo mexicano que la patria necesitaba.