Perú: 201 años de lastre

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La proclamación de la independencia del Perú se concretó el 28 de julio de 1821, el día nacional de la patria y a la vez el día para conmemorar con más o menos alegría el avance del tiempo sobre la juvenil república peruana. Desde entonces, se ha podido entender que el Perú es una amalgama infinitamente rica, potente y fluctuante, que ha exigido sinfines de pernoctas al discurrir de las ideas de todas las conciencias que, sin temor, han impuesto a su intelecto, la tarea de encerrar qué es esencialmente el Perú como nación y como problema y posibilidad.

Tantos problemas a la hora de conceptualizar con honradez y pertinencia a la insigne nación andina se han debido a un obstáculo en el camino, superado en la historia de la tradición literaria peruana con facilidad o con absoluta torpeza y no por ello menos denunciado. Pasa, pues, que quien afana pensar al Perú y a sus problemas tiene siempre infinitas dificultades a las que enfrentarse, y aun así, acometer esta empresa suele hacerse intentando sortearlas como mejor sea posible. Pero, rara vez se han parado todos estos aventureros a pensar: ¿cuál es la génesis de tantos escollos, y por qué no atacarlos directamente, para después disertar sin tributos por pagar?

Este paredón es la pluralidad de versiones e interpretaciones que del Perú se han dado. Tan diversas como ricas, y tan furibundas como virulentas, ha sido su conjunto el que ha terminado por impedir que se pueda dibujar un perímetro conceptual a través de las tres columnas que sustentan el territorio peruano: la costa, la sierra y la selva. ¿Qué puede pensar en claro sobre sí mismo un país que posee una capital, o un par de regiones, absurdamente convencidas de que cada una por su cuenta es tierra santa, y que todo cuanto a ellas es aledaño, es una indigna imitación de sí mismas, y que todas ellas, sólo deberían de estarles subordinadas?, y a la vez, ¿qué se puede sacar en claro de las disertaciones nacionales de regiones que, fruto del centralismo y del atraso inevitable en materia educacional, académica y cultural, han terminado sucumbiendo a tener por guía al marxismo latinoamericano? Pues nada distinto que tener asegurado el destino del absoluto desentendimiento.

Hoy nos centraremos en el primero de los ejes de la imposibilidad de la cohesión peruana: el autoentendimiento de una capital o de una región como tierra santa, y su peor consecuencia. Tierra santa es, en el contexto peruano, el convencimiento fatídico y ambicioso de que cualquier lugar ajeno al que se habite, no debe de ser visto como un territorio aliado o una potencial fuente de progreso, sino como una tribu indeseable; condenada a la ignorancia y a la pobreza educacional, que pretende habitar un lugar al que no han sido invitados. Es la transmutación patética del esclavismo y la servidumbre colonial. La más vergonzosa rabieta ante el entendimiento inconsciente de que aquél que posee la mitad de los recursos que quien vive con opulencia, puede ser dos o hasta tres veces más productivo y fecundo en sus actividades y proyectos; y, por tanto, la génesis del lastre que lleva impidiendo parcialmente durante más de dos siglos el avance del Perú, mientras le hace acumular una gigantesca deuda de atraso cultural.

Hablamos del racismo peruano. Fenómeno característico de sobremanera, que ya tiene dos centurias de antigüedad, en las que una cínica ceguera autoocasionada, ha sido esparcida por las esporas de la esclavitud y la servidumbre que se fueron regando por sobre las juveniles conciencias republicanas. Hasta ahora, que cuajan de sinsentido en un racismo visceral, contagiado, sin aminorar la intensidad, de los ideales esclavistas y supremacistas de los que se originó.

Dicha transmisión sería la causa primera y directa de que permanezca una anemia conceptual que sufrió, sufre, y seguirá sufriendo la gran mayoría de peruanos educados en hogares ubicados en castas medias altas que, avalada y mantenida por la tendencia natural a no esforzarse del género humano, se manifestaría en la indigente analogía antropológica de es que son serranos: un cáncer intelectual masivamente contraído desde la cuna y sufrido en estado metastásico durante la adultez, cuyos síntomas suelen ser una insensibilidad cavernaria, una imposibilidad de sentir culpa, una indigna comodidad intelectual, y una facilidad inaudita para vociferar infamias como: Cholo de mierda, Regresa a tu cerro, Vicuña, Alpaca, Guanaco, Así son estos indios o, ciñéndonos al actual panorama político: Al chotano, ni la mano.

Extraño, tristísimo y más que vergonzoso el espectáculo hoy apuntado. Acrecentado, además, con el agravante de, que, la primera solución y denuncia del deleznable fenómeno, no tiene dos siglos, como la república peruana, sino veinticuatro, como lo confirman las palabras del sofista Hipias: Dado que todos los hombres provenían originalmente de la tierra y que por lo mismo, se iban derivando progresivamente de la fermentación del lodo o del limo, en ningún momento la naturaleza dio a alguien el derecho de vanagloriarse de haber surgido de mejor materia que cualquier otro.