Pláticas a lápiz
No hay peor encierro que el que armamos
sobre nosotros mismos.
Aristóteles
Pertenezco al café de fin de semana por las mañanas, a las pláticas a lápiz con lectura. Agradezco regresar a la tibia cama de domingo y perderme otros momentos entre la calidez de las sábanas lectoescritas de vivencia.
En este tiempo de encierro aprendo a disfrutar el lugar que me anida. Ensayo mirar indiferente los trastes amontonados y asaltarlos con espumas detergentes cuando menos lo esperan. En la concordia del diario encierro aligero la rutina con la gracia de saberme lúcida, existente.
En turbios tiempos de contagio, ensayo no temerle a los terrores de mi noche. A despertar bendecida por el inconsciente sueño de la madrugada. En insomnes noches, me levanto de madrugada para refugiarme en las teclas de la máquina procesadora de opiniones.
En este encierro, me acepto invitaciones no planeadas por los distintos espacios de mi templo acompañándome de pláticas de café libresco y cuaderno; a deambular por los pasillos del recinto que me protege de la suelta perra de la muerte.
En este aliento divino, aprendo de las caminatas acompasadas de pensamientos interminables seguida de ideas andantes de mí.
Callo el celular para alejarme del estridente mundo tecnológico atiborrado de pandemia. En esta casa he aprendido a cerrarle la puerta a la estrepitosa muerte llamada la Covid-19.
Aquí me tengo, sin huecos interiores, sin heridas lastimeras, sin falsas amenazas, sin deseos no cumplidos resguardando la salud y vida que hoy son el doble regalo de Dios.