Posgrados en ocaso
Si nos ponemos a pensar en la situación actual de los estudios de posgrado en el Perú, darnos de bruces con la diferencia entre lo que son y lo que deberían de ser no es solo común sino inevitable. Este tipo de extensiones académicas típicas de quienes tenían verdaderas y ambiciosas aspiraciones de conocimiento están, en su sentido más puro, casi extintas. Y, tal y como se presenta el panorama, puede asegurarse que en unos años los posgrados se parecerán muy levemente a lo que originalmente fueron.
En lo personal, entiendo por posgrado la continuación de los estudios de grado que se llevan a cabo, antes que nada, con la humildad de quien acepta que terminar una carrera es acercarse a los primeros minerales de una beta muchísimo más grande; y con el valor necesario para no quedarse en la epidermis del conocimiento, algo indigno del profesional apasionado. Siempre se puede seguir aprendiendo y todo trabajo siempre es mejorable, me dijo una vez un profesor brillante en la Universidad.
En el Perú ahora mismo la cosa es muy distinta. Siendo claros, la mayoría de posgrados se cursan con el único objetivo de subir de puesto en el trabajo o en la Universidad. Son rarísimos los casos de personas que tiene una vocación intelectual genuina y que esperan los ascensos laborales como algo secundario tras el posgrado. De hecho, es algo hasta entendible. No pueden confiárseles grandes responsabilidades a personas pobremente cualificadas. Lo que sucede, es que exigir maestría en donde capacitaciones o diplomados bastan, es una exageración que redunda en tener muchedumbres de personas que abarrotan las aulas de posgrado para obtener un cartón e irse. Y, claro, que con todo esto la Universidad pierde la calidad propia de su oficio, el desinterés propio de quien investiga por y para la ciencia que cultiva, y se va tornando más en algo institucionalizado, en el sentido más pragmático del término.
Hasta aquí, puede decirse que la mercantilización y la vulgarización de los posgrados en el Perú y en otras muchas partes del mundo, constituyen, entre muchas otras cosas, una razón más a favor de que la sentencia de muerte de la Universidad como institución está cada vez más cerca. Y que esta será más que justa si se continúa haciendo de ella un centro de acción política y económica. También, que claramente no todo el fenómeno es malo, si se recuerda que la mentalidad pragmática y utilitaria es solamente una más de todas las que se pueden adoptar frente al paso por la universidad y por la vida. Y, que, por lo mismo, una posible solución es volver a la profundidad y bellezas propias de las ciencias del hombre y de las artes en todo el espectro universitario, pues es sabido que un hombre que pasa por aquellos reinos nunca vuelve a ser el mismo.