¡PUEBLECITO MÍO!
Un acierto fue hacer la publicación del libro ¡Pueblecito mío! Al ser una narración muy sentida de don Isidro Fabela ante un pedido de quienes fundaron la editorial Cuadernos del Estado de México, en la cual según diversas versiones estuvo a cargo de José Yurrieta Valdés, Alejandro Fajardo, Rodolfo García, Enrique González Vargas, empresa que tuvo muchos aciertos, pues en la misma se difundieron muchos de los mejores escritores del siglo XX; según me llegaron a contar en décadas anteriores, dentro de lo que fue la vida literaria y cultural del siglo anterior aparecieron desde el poeta Gilberto Owen hasta la narradora Carmen Rosenzweig, el grupo tunAstral y el arquitecto Alfonso Rojas W., más de setenta volúmenes en pequeño formato, ciertamente, cubrió una etapa que debemos de recuperar con nuevas ediciones de dichos textos, pues forman un mapa de la creación en diversas áreas del conocimiento mexiquense.
Las palabras que inscriben el prólogo son del abogado reconocido, así como excelente académico Enrique González Vargas, originario de Calimaya, México: bien se puede decir, que fue uno de los estudiosos más queridos en aquellos años en que la entidad surgía día a día como una poderosa expresión industrial, pero también por la tradición del fabelismo cuidando su presencia de amor y apoyo a la cultura en general. Cuadernos del Estado de México es una prueba dentro del sector social, es decir independiente, que desde otras esferas que no son el sector público era posible pensar y llevar a cabo la edición de libros que en varios sentidos amplió el trabajo que en la época de Mario Colín Sánchez al frente de la cultura oficial hacía a través de la publicación de proyectos como la Biblioteca Enciclopédica del Estado de México que tanto prestigio dio a la entidad en el país. Escribe González Vargas: Los Cuadernos del Estado de México contribuyen a la historia de la literatura mexicana, presentando el aspecto poco conocido de unos de los hombres representativos de su entidad, de México y América: el licenciado Isidro Fabela. Con el único derecho de haber nacido en el mismo paisaje y expresando el simple pensar de un coterráneo, que en última instancia no es sino el reflejo del pueblo que lo vio sobresalir del nivel común, en importantes aspectos que integran el actual perfil de México, constituyen para nosotros un deber el reconocimiento del licenciado Fabela, como precursor de la Revolución, protagonista de su lucha justiciera, escritor de prosapia que amplía los horizontes de la buena democracia, y que, con afán polígrafo, explora las bellas artes, la oratoria, el derecho, la historia y la política apasionada de veinte naciones que hablan español y fraternizan con el indio, contra un poder mecánico, agresivo y cegador.
La edición de este libro y la belleza del mismo fue un hito para esta Editorial que desde la vida social mantuvo un trabajo de excelentes autores, comprobando que no sólo el sector público podía tener aspiraciones por publicar lo mejor de nuestra entidad en sus intelectuales, científicos y artistas: fue una época dorada mitad del siglo XX y las siguientes tres décadas sin duda alguna para beneficio de los mexiquenses, como expresión de amor por la cultura en el contexto nacional. Las palabras conque abre Isidro Fabela su libro son de agradecimiento: “A mis Editores: Mis estimados amigos, los jóvenes maestros de la Universidad del Estado de México, licenciado don Enrique González Vargas, don José Yurrieta y don Rodolfo García, tuvieron a bien pedirme alguna de mis obras para publicarla en su interesante colección Cuadernos del Estado de México. Accediendo al gentil requerimiento de mis generosos editores, escogí este libro por ser de aquellos que más quiero, no por el valor intrínseco que pudiera tener, sino por haberlo escrito mojando la pluma en la sangre de mi corazón. En sus páginas palpita el inmenso amor que consagro a la villa en que nací y al pueblo de la provincia que tuve un tiempo el honor de gobernar. Al publicar este breviario emocional en Cuadernos del Estado de México, cumplo el vivo deseo de rendir homenaje a mi tierra natal, a mis coterráneos cuyo recuerdo tiene sitio preferente en mi almario, y a la madre naturaleza de la que soy devoto admirador.
Quienes le propusieron esta edición, no sabían que les iba a entregar un material que es oro puro, del mayor valor en cualquier editorial no sólo de México, sino de Iberoamérica. Comprueba así, el sabio y humilde Isidro Fabela Alfaro que pudiendo entregar a una gran editorial mexicana, como ya lo era Fondo de Cultura Económica para ese momento, año de 1958, decidió entregar su corazón a una editorial independiente, mostrando en ello el respeto que todo esfuerzo bueno merece ser apoyado sin miramientos y con extrema humildad. Un hito sin duda lo fue en su momento. No dudo en pensar que la edición fue perseguida porque todo mundo quería tener este libro tan emblemático del alma de Fabela: ¡Pueblecito mío! Tal saludo a Mis editores va firmado en agosto de 1958. Precisamente en una década en que han de salir en México libros tan relevantes como Pedro Páramo de Juan Rulfo y La región más transparente de Carlos Fuentes.
Creo necesario citar de nueva cuenta a Enrique González Vargas, quien en su Prólogo dice: Pero el aspecto que presentan las páginas siguientes exponen su calidad más recatada y fecunda; su parte cordial y sensible, generosa y delicada, que recuerdan la humanidad de la poesía indígena, la delicada orfebrería del espíritu colonial, con leve aroma romántico de inextinguible presencia en nuestras bravas luchas por la independencia y por la democracia, esencias que hacen que el mundo comulgue con México, que es ternura hacia el hogar, devoción al paisaje infantil, amistad encendida hacia el humilde, nostalgia permanente del perfume del alba en el campo de América.
Aquí se habla del corazón de un político —no sólo fue eso—, pues su intervención en la educación al darle la autonomía al Instituto Científico y Literario de Toluca, o al crear museos de amplia proyección, donde destacan los murales de Ernesto García Cabral y Carlos González —se pueden gozar en su magnificencia: siendo nuestra capilla más importante en el género del muralismo y, bien se pueden comparar con respeto a la capilla de Chapingo, pintada por Diego Rivera el siglo pasado—, ubicadas en edificio que fuera del museo de Arte Popular, hoy recibe nombre de biblioteca José María Heredia. El índice del libro es objetivo en lo tratado: “¡Pueblecito mío! / En mi casa natal / He vuelto al campo / La escuela de mi pueblo / “Mis grandes amores” / Despedida / Escuela secundaria de Atlacomulco / Carta a mi hijo Daniel / ¡Madre! / Homenaje a las madres / Entre madre e hijo / Para ti, amor mío”.
Bien me dijo algún día el cronista de Toluca que al escribir sobre un libro no citara su contenido, pues ese saber es tarea del lector del libro que ha de leerlo. La lectura del mismo parece de aquél que ha ido muy lejos, pero a la vez comprueba que en su alma ese pueblito del que escribe Fabela ha estado enraizado en su alma, escribe: ¿Por qué te quiero tanto? ¿Por qué cuando te miro, de los fondos profundos de mi alma nace un canto de aleluyas y el canto se me transforma en mística oración? ¿Por qué te quiero tanto, pueblecito mío? ¿Qué me has dado tú que yo me he dado a ti con adoración santificada por su propia pureza? Es que amo a la vida como a un Dios y esa vida nació aquí, y por eso es tuya. Nacer, crecer, amar, crear, creer, soñar, padecer, todo eso es vivir, todo eso entraña la existencia mía que fue engendrada aquí. Por eso Atlacomulco es la morada dilecta de mi corazón; por eso mi pensamiento, después de vagar por el mundo, se acoge siempre a tu recuerdo con fidelidad invariable. Y por eso también cuando arribo a las lindes de tu cuerpo, el espíritu se me ensancha para poder cabida en su espacio a todos tus seres y todas tus cosas.
Un tesoro entregó a los editores independientes, en colección que es parte de la mejor biblioteca mexiquense surgida a mitad del siglo XX. La lectura de sus recuerdos con bella prosa y, en momentos poesía que le es propia por cualidades de escritor fino, nos recuerda que siempre regresamos al lugar donde se nace.