QUE VIVA LA CAPACIDAD DE ASOMBRO
El irregular y monótono goteo de un grifo que sutilmente cambia de tiempo y espacio es un jazz acuoso.
La lluvia que abrillanta las hojas del higo en su golpeo suave hace discurrir el pensamiento.
A la luz solar se descomponen en hirientes colores los pedazos de una copa que se rompió y ahora que es cristal cortado transforma los rayos solares en cromático paisajito.
Y entre la tierrita que quedó entre la banqueta y un poste, un diente de león maduro, solitario, es arrancado y al soplarle, su corola se deshace y expande alfileres de plata.
Y es en el mercado donde todos tus sentidos se solazan con los colores, los sabores, y el gusto culinario. Unos bisteces chillan en la cazuela y junto, un zapote con cascara, una jícama abierta y un jitomate bola te recuerdan el mes de la patria y al darle vuelta a un melón, al recorrer su árida superficie, te imaginas que le das la vuelta a un mundito en 80 segundos.
La nocturna lluvia dejó charquitos que son espejos para ver el cielo y a una que otra blanquísima nube que en la tarde noche se deshará y las gotas formarán los charcos de mañana.
Cierto, es tiempo de lluvias y parte del gélido goteo al llegar a tierra entrara en un enorme tambo donde elotes hirvientes les quitaran lo frio y en un rato más calientes sin querer contendrán tibias gotas de lluvia.
Ahora vemos un cuadro, vívido, puntual, arte puro de José María Velasco: el casco de una hacienda de 1900 y tú, de mente audaz te metes al cuadro y caminando llegas a la enorme pileta y le lanzas puñados de agua al pato que lentamente anda como remando.
En el mercado compré un caleidoscopio y volviendo a la niñez me solacé con las figuras que a cada vuelta me presentan sin repetir las corolas, los triángulos o la estrella multicolor y un millón de maravillas, tantas que puedes hasta la eternidad navegando en paisajes de luz y color.
¡Ah esos tiempos de imaginar!, de vivir inolvidables odiseas, cuando al ver el fondo de una canica bombacha navegabas dentro de un mundito de ilusión. Tiempos de cansina tranquilidad, de cuando las pequeñas grandes cosas te alegraban el corazón. Gusto de vivir, capacidad de asombro, de preferir la imaginación a la técnica… que si existía ni la notamos.
Hoy el cemento sepultó a pasto y flores silvestres y el celular suplió al papalote y a las muñecas de trapo.
Con trabajos se mantienen la jalea de membrillo, el capultamal y el dulce de tejocote y parte de nosotros qué daríamos por volver a escuchar la voz de mamá llamando a merendar… a veces sólo un bolillo con frijoles, pero en una mesa llena más que de lujos de amor.
Gracias a la vida que nos dio el chance de poseer poesía interna y ver que en las cosas aparentemente nimias y sencillas estribaba en mucho la razón de vivir.
SALUD