Recuento

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Los frascos están vacíos, el espíritu del perfume se debilita y desaparece lento,  en poco tiempo solo quedará polvo,  los recuerdos en una mente que empieza a acumular años, hacen lo mismo.

Para ella hay momentos en sepia, colores vintage en vainilla y chocolate.

Seguramente su padre hubiera sido un excelente compañero de vida,  le hubiera enseñado los secretos de los motores y las matemáticas, a evadir el horror de las madrugadas y a cazar sueños para ponerlos en una bola de algodón con diez gotas de agua.

Le hubiera enseñado el lenguaje de los pájaros y en las noches de luna menguante serían lobos,  astronautas,  gitanos con el porvenir de oro y zafiros.

No hubo mas lunas y el porvenir fue un trozo de carbón con el que ella dibujaba monstruos en el piso porque hay padres que enseñan diferente, que hablan diferente, que caminan en dirección opuesta, con los lentes sobre la nariz, los zapatos gastados y con la bondad bien guardada porque el mundo devora sin piedad los sentimientos de cristal.

Padres con exterior de metal pero un extraño color de papel cebolla en los sentimientos.

Padres de mazapán.

Ella guarda en una cajita algunas fotografías,  seiscientas preguntas,  varios besos de papel y goma, frasquitos con lágrimas de ausencia y la carta de gratitud para el hombre que, con una semilla,  le regaló la vida.

En otra estrella, en otro plano, en una vida diferente, tal vez crucen sus destinos nuevamente.