Remojo

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Cada año, un inventario;

mi caduca memoria no rescata

los ultrajados deseos del

pasado año, las ilusiones

expectantes, el mes tras mes,

rebanarse los dedos para llegar

a las fiestas sin que nadie vea extraño

que voy muriendo mientras digo algo:

una sonrisa, un último rostro,

leer de un poema curioso.

¿Qué le pasa a esta ánima? Duele

su queja penitente y cotidiana.

De mis pecados me encargo, tengo

listo el saldo y el perdón esperando;

las buenas obras pendientes

como los halagos extendidos

a los buenos samaritanos.

Los demonios amarrados, exhaustos,

el psicoanalista aún en el umbral del patio.

Así como merecemos nacer abrigados,

así mereceríamos una buena muerte,

tranquila, con el pulso sosegado.

Sólo esto pido a cambio de un buen trato,

dejaré de molestar a cualquiera

que hubiera antes interpelado

comprendo que nadie es moneda de oro

ni agua para el sediento, menos yo,

que permanezco ignorada hasta por mi gato.