RETORNAR A SAN JUAN

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El cronista se hace de nostalgias. De melancolía por el paraíso que se ha ido. De aquello que fue su infancia con sucesos que guardan momentos únicos, inolvidables. Así se suceden al interior de la familia todo tipo de recuerdos. Bien haría la sociedad toluqueña en nombrar a su cronista de familia. Dentro de la misma se descubriría infinidad de integrantes que de las memorias de familia se puede reconstruir sus hechos, aquellos felices, esos otros llenos de tristeza. Seguir el ejemplo de don Alfonso Sánchez García es camino seguro para comprender cómo se hace la crónica cotidiana. Él escribe en su libro San Juan Chiquito / Un barrio de Toluca lo siguiente: El asunto es que cuando volvimos a la sedante provincia después de una excursión de 10 años en la Capital de la República, ya entonces cargada de smog, de malos humores, de comida fétida y de conciencias cochinas, se nos ocurrió añorar esas calles, esos rincones, esas vecindades donde transcurrió nuestra primera infancia y del recuerdo pasamos, por vicio, por inercia profesional, a las referencias escritas. Nació entonces la serie de articulillos que se publicaron en “El Sol de Toluca” con el rubro de “San Juna Chiquito, un Barrio” y que nos costaron, como era de esperarse, algunas satisfacciones y no pocos disgustos.

Estas palabras que forman parte de la Introducción del texto referido, son reglas imprescindibles para quien desde la crónica desea relatar los hechos de familia o de sus relaciones de vecindad que tiene quien recuerda oral o por escrito todo aquello que ha vivido o visto pasar ante sus sentidos. El Cronista con mayúscula está formado de memoria, de memoria que une palabras y letras para hacer vivo sus recuerdos y, así traspasarlo a sus oyentes o a sus lectores. Eso nos enseñó durante varios años el cronista de Toluca.

Seguir al profesor Mosquito, en sus columnas, pequeñas, como alfileres tirados al centro de nuestras mentes, y que dejaban una y otra vez la realidad enmarcada en alguna orilla del periódico El Noticiero de azul pintado por las tardes toluqueñas. Dice don Poncho: Años más tarde, cuando la política nos llevó de plano del puñetazo polémico, el maestro Ramón Pérez “Rape”, nos comentaba con su suave solemnidad, con su voz tranquila, con su espíritu bueno y trasparente: “Caray, profesor Mosquito, ¿Por qué no mejor vuelve usted a escribir cosas como aquello de San Juan Chiquito, con su color, con su calor, con sus gentes?” Estamos hechos de crónica. Es el género literario más cercano al ser humano. Es su forma natural de transmitir sucesos de la vida en el hombre y la mujer. El texto de don Poncho es un texto clásico dentro de la crónica clásica de Toluca, pero es por extensión un libro ejemplar para seguir en su composición y contenido. Sí, hay que felicitar en aquellos años a Mario Colín Sánchez por haber hecho su publicación después de su aparición en la década de los cincuenta.

Nos cuenta don Poncho: Insinuaba el maestro que precisamente por no estar implicados a la vanidad histórica (o cosas por el estilo) los comentarios remembrantes sobre mi proceloso barrio había reunido algún pequeño auditorio. No quise decirle al Mesié Pérez que estas cosas, cuando salen, es una vez en la vida. Nada más. Y aquello sucedió, aclaramos, definitivamente, sólo en 1955. Sí, las lecciones sobre lo que es la crónica y cómo se escribe ésta lo hace el profesor Mosquito con la sencillez que toda crónica lleva consigo. Escribir con el corazón en la mano, con sinceridad a toda prueba, con el cariño de saber que se relata aquello que le es más cercano a quien siendo cronista de un momento o por largos tiempos, lo hace convencido que no escribe como el sofista: sólo por ganar dinero o reconocimientos, cuando ello, sabemos se convierte en piezas ‘literarias’ que al revisarlas con cuidado se demuestran cual monedas falsas. Sólo falacias que con sabiduría sabía descubrir Sócrates, el maestro de maestros de la humanidad.

Cuenta don Poncho: ¡Así pues, sale y vale, sin quitarle coma ni ponerle punto, el desahogo emocional de un toluco criado en el Barrio de San Juan Chiquito! Quienes tratamos al profesor Mosquito sabíamos que él hablaba convencido que las palabras servían para dar alegría al que oía con amor al cronista que entre broma y broma daba lección de sabiduría. Pero también lecciones de humanismo donde no hay envidia o egoísmo que cupiera. Su libro es un clásico de las letras en el mundo de los cronistas y es lección que dice que cualquiera si lo hace con afecto al relatar sus recuerdos puede ocupar su vida en la crónica de la familia, de la comunidad, pueblo o entidad político-social.

Dice con palabras simples: Al final de lo sustancioso agregamos un apéndice —verdadera cola— con una serie de referencias de tipo más o menos histórico y eso con el único afán de presumir de que nuestro barrio es, como lo afirmamos arriba, muy viejo y respetable. Esta emoción recuerda que en el país de Argentina hubo un escritor llamado Jorge Luis Borges, que al publicar su primer libro de poesía titulado Fervor de Buenos Aires, y en ésta dibuja esos recuerdos que hablan del amor por la ciudad, por sus detalles que forman su personalidad única, irrepetible para cualquier otro lugar en este mundo. Sea en crónica o en poesía dos escritores, tlatoanis, dejan su huella para nuestra alegría y felicidad del lugar físico en el que han vivido.

20 artículos son el contenido dentro del marco que refiere un Barrio Chiquito, que sólo existe en Toluca, por más parecidos que puedan ser otros ciento en el país o en una docena, dentro de la ciudad. El profesor Mosquito nunca negó su profesión, siempre didáctico como buen educador en el trato y en sus escritos, dice al iniciar sus relatos, crónicas o memorias, Aquí se trata de meterse al tema: hace mucho tiempo en 1955 a las señoritas Torres que me enseñaron a leer y a decorar calaveras de azúcar para Todos Santos. Yo no puedo decir que me crie en Toluca, o que crecí en el barrio de san Juan Chiquito, más bien tengo que confesar sinceramente que me críe y crecí en la casa de las señoritas Torres. Ellas, como la enorme casona, no han cambiado nada. El tiempo parece haberse detenido en esos muros y entre sus manos. Maravillosa cualidad del profesor Mosquito, decir las cosas sencillamente, con humildad, es cualidad que fortalece el lenguaje de todo idioma. Nació y creció en el lenguaje de nuestro pueblo. Nada de rebuscamientos en su pensar o en su escribir: cómo se lo admirábamos ante aquellos que ‘académicos’ o vanidosos en el trato siempre buscaban demostrar su superioridad ‘intelectual’. Años de enseñanza en el trato amable y sencillo: cómo no recordar su llamado a profesor Paquito, para que atendiera su llamado, que en algunas ocasiones era para jalarme las orejas, pues me decía que los demás directores de área del Instituto Mexiquense de Cultura se quejaban, de que la dirección de Patrimonio Cultural hacía muchas cosas y a todo decía que sí como responsable.

Alguna vez el director de Administración me convocó a un desayuno, sólo para decirme que apostaba a que de diez veces que yo decía que ¡SI! A toda actividad él podía decir que ¡NO! y que me iba a ganar. El maestro Poncho me decía, diplomático y juicioso, que le bajara a las actividades para no despertar envidias, ni choques innecesarios. Su labor tanto en Patrimonio Cultural, como en el Instituto Mexiquense de Cultura, fue siempre de mediador; sin que ello, significara que no se podía trabajar por culpa del mal espíritu que se le endilga a la burocracia en todo momento. Nunca fue un burócrata en el mal sentido de la palabra.

Sus palabras iban con los hechos por eso relata: Las cosas serias del trabajo las trataba igual que si estuviera contando sus hechos de vida en el barrio. Eso no lo he encontrado en ningún otro jefe laboral en mi vida, y sólo al paso del tiempo he comprendido que tuve el privilegio de haber convivido con un ser humano excepcional que en su magisterio reunió el ser humano que sabía de tragedias y dramas.