RODOLFO GARCÍA GUTIÉRREZ

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Rodolfo es hijo intelectual del Nevado de Toluca, a él le debe muchas de sus mejores páginas, porque en ellas, se ve información que logró atesorar este cronista ejemplar a nuestras vidas. Hombre que mira hacia todos lados en el tema de la ciencia y las artes, por eso cita: También a los pintores ha interesado el Xinantécatl. Luis Coto dejó de esta montaña un colorido testimonio. El cuadro se exhibe en el Museo de Bellas Artes, y fue pintado en Toluca, quizá desde la azotea de una casa que podría ser localizada por el rumbo de los Baños Rosa María. Aparece en primer término una verja de fierro, límite de un huerto. En el segundo plano se mira la iglesia del Ranchito, a medio construir; pues le falta la torre con que hoy en día la contemplamos […] Personas hay que aman el Valle de Toluca como la niña de sus ojos. Entre ellas el licenciado Mario Colín, coleccionista acérrimo de los cuadros del Nevado, lo mismo los de Javier Guerrero, que los de Nava y Mendieta. Pocos saben de vericuetos o de conocimientos cuya objetividad da seriedad sobre el Volcán como en Rodolfo.

Al retornar a la lectura del texto Un ascenso infantil el cronista escribe: Un día se habla del nevado de Toluca. Govea que es el más intrépido —ha sentido los garfios del hambre y los latigazos de la miseria—, se ofrece a servir de guía. El sábado siguiente, cinco improvisados alpinistas salen a píe, a las seis de la mañana, de Toluca. Toman por el camino de Capultitlán. Después de hora y media llegan a Tlacotepec, y desayunan en la escalinata del templo. Luego prosiguen su marcha. Curiosa caravana la suya: no llevan equipo de montañistas. Van con la ropa de todos los días. Con la que asisten a la escuela. Recorren un largo camino bordeado de capulines e izotes. Como a las diez de la mañana llegan a la región boscosa. Han ido caminando lentamente. A Govea se le ocurrió llevar su cámara de trabajo, y el enorme cajón y el tripié dificultan la marcha. La montaña ha perdido perspectiva. Gran parte del monte se asienta en terreno plano. Luego sigue una falda vertiginosa, donde crecen árboles gigantescos. La noción del tiempo se pierde. ¿Cómo saber la hora en que se vive o se cansa, si ninguno lleva reloj? Por el sol que asoma a veces entre los claros del follaje, se infiere que son como la una de la tarde. A la orilla de un riachuelo, sentados sobre troncos podridos, comen los viajeros. Al otro lado del arroyo la vereda se pierde. Govea no sabe qué camino seguir, lo dice claramente la perplejidad de su expresión. Se aleja un poco para reconocer la ruta. Vuelve, y con un movimiento de cabeza indica el rumbo que se debe seguir. Seguir y seguir las palabras —oro de la lengua—, para comprender pasión y vida, entregada a la crónica que fue su existencia.

De lo que escribe el originario de Huixquilucan, México, es de hechos que han causado peligrosos resultados a jovencitos que piensan que es fácil ascender a las alturas del Volcán. Sin comprender —mucho más, en aquellos tiempos que la nieve era compañera permanente de su cima—, correr peligro de muerte al perderse sin ayuda, ropa adecuada y alimentos, entre sus lomeríos y la vegetación. Quiénes hemos sufrido este tipo de emociones al caminar por sus faldas sabemos que no es broma el hablar y pensar en el Volcán como un cerrito al que se le puede visitar a pie y perderse en un territorio fácilmente ubicable. ¡Claro que uno se pierde! Cuántas amistades me han contado del susto que han tenido al caminar sus faldas solamente, pues entran por un lado y después de horas van a llegar a otra parte totalmente distinta y alejada del lugar de origen. Parece que le conociéramos en toda su magnitud, pero sigue siendo una incógnita que en fondo se ríe de quienes cercanos a sus límites territoriales no nos damos cuenta de la grandeza, que le infieren sus miles de años de existencia terrenal: se ríe de los límites que marcamos como sucesos de creación de culturas, comunidades, pueblos, villas o ciudades: el volcán de Toluca es el fedatario y memoria cierta de lo que ha sucedido en estas tierras, por donde han pasado pueblos originarios: olmecas y toltecas, y más adelante matlatzincas, otomíes, nahuas y mazahuas: cuatro culturas que por sí solas son orgullo del pasado prehispánico, colonial y, del México Independiente desde 1821.

Largo escrito donde relata e imagina una crónica de visita por viajantes novatos que ponen en peligro su vida sin saber. Es tan amigable siempre el Volcán que nadie le teme en su extenso y alto territorio que le domina. Escribe: Ya no se ve el sol cuando llegan a la carretera que lleva al cráter. Sueltos pedruscos dificultan el ascenso. Es necesario unir cinturones y emplearlos a manera de cable. Desde un recodo de camino se mira gran parte del valle de Toluca. Cien años antes, los ojos de un viajero ilustres —Heredia— contemplaron idéntico espectáculo: Al norte se extendían —dice— los ricos valles de Toluca e Ixtlahuaca, salpicados de pequeños lagos artificiales, y numerosas poblaciones y haciendas. El gran monte cónico de Jocotitlán dominaba al último: y mucho más lejos terminaba el cuadro una larga serie de alturas. Al oriente yacía el gran valle de México, bajo un mar de vapores, entre el cual descollaban majestuosamente los montes nevados, Popocatépetl e Iztaccíhuatl”. Cronistas e historiadores, se informan por medio de lecturas de sus homólogos y no les causa pena hacerlo. Mientras más se apoyan en investigar a los iguales, más resultan creíbles e informados. Cuanta Rodolfo: Cuando los andarines doblan el picacho oriental del Xinantécatl, la noche se tiende en los edredones de la nieve. Parece que de un momento a otro va a seguir entre las nubes, la redonda cara de la luna. Tras un largo serpenteo llega al cráter el camino. A su derecha duerme su brillante espejo un lago diminuto. Y más allá, otro de mayor tamaño, se esconde en el fondo de la muerta caldera. No se mira el cielo. Ninguna estrella tirita en el espacio; ningún satélite traza guiones de oro en la pizarra del cielo. Como fantasmas aparecen las inciertas paredes de un abandonado refugio alpino. Bajo sus techos destartalados dormitan los viajeros. De insomnio y calambres es la noche. No podemos imaginar cómo le hicieron para ir con ropa de calle en Toluca o en el pueblo de Capultitlán, por no citar Tlacotepec, donde las alturas hablan para la década de los treinta del siglo XX en que nos cuenta Rodolfo hicieron ese viaje peligroso al cercano Volcán que incita a propios y extraños a visitarle sin ningún peligro; es anfitrión, que desde hace miles de años seguro vio por primera vez subir a olmecas o toltecas, en esos años que todavía no se vislumbraba lo que Toluca: del dios Tolo o Tolotzin, habría de llegar a ser con cerca de un millón de habitantes: tal cual sucede con Tlalnepantla, Naucalpan, Nezahualcóyotl o Ecatepec. La capital mexiquense se convirtió en rápida receptora de migrantes —sobre todo del país—, lo que le ha convertido en una Macrópolis. Que une por igual al oriente con Lerma, San Mateo Atenco y Ocoyoacac; así como Zinacantepec y Almoloya de Juárez por el occidente y sur; y por el norte Ixtlahuaca y Jiquipilco. Bella crónica sobre el fotógrafo Juan Govea.

Relata Rodolfo: temprano amanece en las alturas. Casi se puede decir que toda la noche es la hora del alba. Como a las cuatro de la mañana las nubes que velan el cráter se desperezan. Ya se puede ir por agua a la laguna del Sol. Más tarde, el café reconforta y calienta. A las doce del día, sólo Govea y uno de sus compañeros han logrado llegar hasta el Pico del Fraile. El Sur se arrebuja en los vapores de la tierra caliente. Los valles de Toluca y México se dominan en toda su extensión. Maravilloso espectáculo el que desde aquí se contempla. ¡Con razón los dioses viven en las alturas! Cierto el Olimpo de todas las cosas lo imaginamos en las alturas, esas que desde tierra miramos cuando pensamos en el Volcán, o cuando miramos el cielo diciendo que ahí está Dios, o cuando creemos que ahí deberán de ir los ciudadanos de todas las edades, que mejor se porten en vida en el bien de sus conciudadanos. A esto nos lleva la bella lectura de los textos del cronista del Xinantécatl.