¡Simple señorita!
Muy sonado el caso de la doctora de la Universidad Autónoma del Estado de México, que se indignó porque uno de sus alumnos osó dirigirse a ella como Miss, el tema preocupa, no sólo porque el enojo resulta a todas luces sobredimensionado, sino porque la argumentación utilizada fue, no nada más absurda, sino discriminatoria.
Yo no soy la señorita del Vips y no soy la señorita que está a cargo de nada, replicó con enojo profundo la notable académica, pregunto, ¿Qué hay de malo en ser una señorita en el Vips?, ¿esto significa un escalón menos en la cadena de la evolución?, ¿equivale a una agresión?, por el contrario, estamos hablando de seres humanos que han decidido ponerse al servicio del otro; esto merece todo nuestro respeto, y esta es la actitud que se espera de alguien dedicado a la docencia, quien de facto, está convencido de ser para el otro al compartir conocimiento.
Prosiguió, me parece una falta de respeto, se los he dicho, ante el intento del alumno por explicar su dicho. Con todo respeto, y tratando de encontrar alguna razón lógica, no encuentro, por ningún lado, una sola señal de que se le haya faltado al respeto. Quienes nos dedicamos a la docencia, entendemos que un alumno te puede decir profesor, profe, teacher, doctor, doc, master, sensei, y, aunque la autonegada miss lo dude, ¡míster! Es decir, ni siquiera conoce las diversas formas de interactuar en un salón de clase.
Aún hay más, ya con el rostro desencajado por el enojo remata: sólo las mujeres no tenemos derecho a tener grados, debemos ser minimizadas a ser una simple señorita, porque no merecemos tener grados académicos.
Primero, por supuesto que tienen todo el derecho a tener grados, y en nuestro país tenemos cientos de miles de ellas que lo han logrado y que por su destacadísima trayectoria se han ganado a pulso el respeto de la sociedad, sin tener que andar restregando al otro lo que son; algunas de ellas, la doctora Rosaura Ruiz Gutiérrez, la doctora honoris causa Elena Poniatowska y la doctora Tessy María López Goerne, sólo por citar tres casos.
Segundo, la expresión simple señorita, es a todas luces clasista y es un ejemplo claro de cómo es que se puede minimizar al otro por su condición social o laboral, nadie en el mundo es simple, todos tenemos algo que aportar y tenemos un lugar preciso en cualquiera de los contextos en los que nos movemos; suponer que porque no se tiene una posición privilegiada se es simple, resulta estúpido.
Esta forma de pensar, tan mezquina y tan egocéntrica, es lo que ha dado al traste a la conformación social; asumirte más que el otro, pensar que tienes mayor valor, depender de los grados para legitimar tu existencia o exigir lo que debes ganar con autoridad moral, desnuda la verdadera esencia de las personas, a veces, lo que encontramos da muchísimo miedo.
Versa el adagio, para ser torero hay que parecerlo; de la misma manera, para ser doctor hay que mostrarlo. Que chiquitas pueden llegar a ser las personas por su arraigado complejo de superioridad.
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