¿Sin explicación?
Durante algunas décadas hemos escuchado con relativa frecuencia que nuestro México es el país donde no pasa nada, dada la parsimonia con la cual se enfrentan algunas conductas que, desde la lógica más elemental, requerirían de mayor firmeza.
Por ejemplo, hay evidencia de que varios ex funcionarios desaparecieron una buena cantidad de dinero de las arcas en sus respectivas instituciones y, por razones misteriosas –más bien inexplicables–, andan por la vida quitados de la pena, restregando al mundo que son capaces de salirse con la suya porque están muy bien parados, dándose el lujo de disfrutar de banquetes exquisitos en restaurantes de gran clase.
Algo similar ha sucedido con personas que sorprendidas in fraganti recibiendo cantidades importantes de dinero, no son siquiera requeridas por la justicia con argumentaciones por demás inconsistentes y aludiendo a precisiones semánticas, que flaco favor le hacen a los involucrados. Estas argumentaciones sólo evidencian que, probablemente, resulta que en el país si pasan algunas cosas, pero solamente para quienes no gozan de algún privilegio o resultan ser enemigos del sistema.
Lo preocupante es que estos modus operandi se replican en los espacios laborales, pues hay organizaciones que tienen en la mesa todo tipo de argumentación posible para establecer que algún colaborador de la misma, actúa de manera poco proba en su espacio laboral, y a pesar de todos los pesares de dominio público, se mantiene en su puesto de manera inconcebible.
Las familias no quedan exentas de este tipo de circunstancias, y se dan situaciones en las que un hijo es capaz de sacar algunas monedas o billetes de la cartera de la madre, y a pesar de tener la confesión expresa del menor, no aplicar alguna sanción para corregir la conducta inapropiada.
Aquella idea de causa y efecto parece no tener cabida en culturas como la nuestra; es imposible corregir sin algún mecanismo que deje claro, de manera lúdica, que ante una acción, corresponde una reacción.
Esos niños crecen de esa manera, con ese paradigma, y se convencen de que pueden hacer lo que sea porque no hay autoridad lo suficientemente fuerte que se los impida; la repetición de esos patrones de conducta nos llevan a una sola palabra, tristemente vigente en el contexto actual: impunidad.
Cuando la gente pregunta, ¿por qué hay impunidad? y vocifera que no hay explicación, se equivoca profundamente; si la hay y está a la vista de todos.
En aras de obtener lo que buscamos, de sacar provecho de las circunstancias o de no meternos en problemas, nos hemos vuelto permisivos al punto de legitimar lo que hace algunos años sería impensable, aplicando aquella de que calladito me veo más bonito.
Es importante corregir a quien comete un error, no porque exista una dureza tácita, sino porque es a través de éste, como podemos encontrar madurez y una más precisa conciencia de lo que significa hacer las cosas bien.
En efecto, no pasa nada porque nosotros no queremos que suceda, nos es más conveniente callar y dejar ser que asumir una responsabilidad social más profunda.
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