TOLUCA EN UN BARRIO
La escritura de San Juan Chiquito / Un barrio de Toluca fue un largo tiempo de inspiración del cronista que apenas tenía 28 años de edad. Es importante citar este hecho, pues los escritores en su inspiración tienen etapas de creación juvenil, aquella de madurez y la que trae consigo toda la experiencia y sabiduría de los años. Así que es en la juventud que nace este libro emblemático para la capital del estado de México. No es poca cosa, si es que los poetas han de ser recordados por un solo verso, en el caso del cronista un solo texto de memorias y sucesos le puede significar ese reconocimiento.
El apreciar a don Alfonso Sánchez García a través de su obra, ya para los ochenta contaba con una extensa bibliografía que le hacía merecedor de los reconocimientos que vendrían más tarde: por ejemplo, la presea José María Cos que le fuera entregada hasta el año de 1992, cuando por su carrera periodística y belleza de su prosa debió de recibirla antes. Recordarlo por un solo libro no es suficiente, al revisar lo escrito la gran mayoría de su obra da prueba de que fue un ser humano al que nada le era ajeno, y es que su infancia, juventud y madurez, son prueba de su inteligencia perceptiva e inquieta por saber de las cosas y sus efectos.
El texto sobre un barrio toluqueño deja lección tras lección de qué trata la crónica y cómo debe escribirse la misma, le cito en el apartado titulado Unas gentes: Me preguntaba un amigo: ¿Oye, que vacilón es ese de ponerle en grandes letras “Casa de Vecindad”, a un edificio que evidentemente es una vecindad?, Bueno —le contestábamos— porque antes no lo fue precisamente para el simple habitar, sino para el “cohabitar”, que ya resulta más complicado. Temen los actuales dueños que les suceda lo que a la escuelita aquella de “Las Leandras”, o al oriental que siempre aclaraba que era “Chino de China”, por los pelados que le decían “Chino de mierda”. Un joven escritor, que destaca por dos acciones en su vida, como profesor de educación en aquellos años de ilusiones en la pedagogía nacional: aspirando a crear un México de profesionistas universitarios y normalistas dejando atrás el mundo rural para dar paso a la urbanización del país. Su paso por la Preparatoria Adolfo López Mateos es prueba de ello. Por otra parte, su trabajo como periodista le hizo laborar, tal cual dice su curriculum vitae, cito la cuarta de forro del texto El plumaje del mosco: Fundó y fue director del diario El Mundo, además colaboró habitualmente en El Noticiero, Rumbo, El Diario, Pulso y otras publicaciones locales. En otras publicaciones de aquí surgiría la revista Magisterio, que no era poca cosa en la década de los setenta, cuando la creación de escuelas Normales logró excepcional crecimiento bajo la dirección en la Educación estatal de don Agripín García Estrada.
No son datos menores. El cronista enseña en sus lecciones vivas que todo cuenta en la vida de un hombre o una mujer. Y si eso es importante, lo es más cuando se desea hacer recuento de una comunidad, delegación municipal, pueblo o barrio en la naciente ciudad que se urbaniza. De ahí la importancia del texto de García Sánchez, pues nos deja en una fotografía de múltiples rostros lo que eran aquellos tiempos de la Toluca que estaba por entrar al crecimiento demográfico y urbanístico de grandes proporciones. En sesenta o setenta años todo ha cambiado en la ciudad.
Y al leer su libro regresamos a ese pasado que es nostalgia, escribe: “
Efectivamente, mi barrio de san Juan Chiquito produjo, incluso, lo que los buenos puertos comerciales, sus lenonas, sus chamacas alegres: la Fulana, la Zutana, la Negra, etcétera, etcétera. Por la zona del occidente en las afueras de Toluca se decía de la famosa zona roja que regenteaba la Negra, y a los adolescentes se nos decía que cuidado y fuéramos a tales lugares ya que el pecado y el diablo andaba sueltos. Don Poncho, escribe de esas realidades, pero también recuerda otras cosas del barrio: Produjo también intelectuales que tal es Alfredo Lara Castell, a cuyo padre mencionamos como el relojero y joyero de la barriada. Con la misma tiesura, el mismo paso largo, la natural arrogancia de siempre, veíamos pasar al entonces líder juvenil, de izquierda, paladín de los campesinos, que más tarde habría de llegar también a maestro y periodista. Fue en sus luchas juveniles cuando, por un desgraciado incidente, perdió la visión. Pero Alfredo daba para más, para mucho más de lo que ha sido, según decían las chamaconas del barrio que eran sus admiradoras.
Es importante citar a don Poncho en esa cualidad que resaltaba en él. No era envidioso al reconocer cualidades en los otros. Esa manera de ser, le distinguía sobre manera. Cuando vemos en la convivencia social, estudiantil o laboral los sentimientos negativos de antipatía que están por doquier.
Él sabía reconocer cualidades en los otros. Como espectador que fue toda su vida de todo lo que se movía y no se movía, supo aquilatar con afecto y simpatía lo que le dio cariño por doquier. No hay nada peor en un escritor que quiere ser cronista que el que tenga por defecto la envidia en su persona. Muchas veces le oí hablar de diferentes personas en diversos rumbos laborales o sociales de los que trató de decir lo bueno y, muy raras veces, las cosas que no le gustaban. Y claro que hubo de esas emociones, pero no le fueron propias de manera cotidiana. Vivió la vida a plenitud y por eso podía escribir y hablar de ellas con conocimiento de causa. Lección obligada del Cronista es hablar de las cosas y los hechos, de las personas, porque tiene los conocimientos de ello. No se puede ser banal dejando ir el chisme o el rumor así porque sí. Su vida de periodista le dio instrumentos necesarios para convertir igual que el recordado cronista de Naucalpan, Ricardo Poery, quien también destacaba en el Valle de México por su carrera de periodista. Dos personalidades diferentes y a la vez envidiables que me enseñaron a querer tanto al periodismo en el que habían labora como reporteros y directivos o fundadores de periódicos o revistas. En mi vida no tengo duda que personajes como Sánchez García y Poery me llevaron a cambiar perspectivas y profesión que me dirigieron definitivamente por el terreno de las letras, en las que con gran pasión me dediqué a la columna periodística o el artículo de fondo. Siguiendo ese ejemplo de los dos, así como de otros estudiosos tal cual lo es para mí Margarita Loera Chávez y Peniche, cronista de Calimaya, don Alberto Fragoso, cronista de Cuautitlán “el viejo”, que no de Romero, pues le enojaba que a su municipio el suegro de Porfirio Díaz le manchara con su feroz y negro ejemplo, de haber sido el responsable nacional de los odiados jefes políticos en la dictadura porfiriana.
Los cronistas de los años ochenta eran puro magisterio, que en honor a quien honor merece, fueron seleccionados por don Mario Colín Sánchez, para aquel entonces director de Patrimonio Cultural y Artístico en el gobierno de Jiménez Cantú. En esa década de los ochenta fue donde conocí al historiador y cronista de Tepetlixpa avecindado en Toluca —originario de Zitácuaro, Michoacán—: José Luis Alanís Boyso o a Pedro Gutiérrez Arzaluz —ejemplo de cronista perfecto—, por su pasión en la investigación y, su trabajo serio como escritor de columnas en revistas y periódicos de la crónica relatando los sucesos e historia de Ocoyoacac y sus alrededores. Recuerdo bien sus textos en el periódico Ocho Columnas dentro del suplemento que laboriosamente e incansable hacía el mayor editor independiente de nuestra entidad, Héctor Sumano Magadán. Rememorar, siempre hacerlo, pues representa en la vida de los hombres el ejemplo perfecto para darles identidad y sentimiento de clase y humanidad. Los cronistas son desde las épocas prehispánicas en este país los fedatarios de la historia y la memoria de los individuos y sus pueblos, eso me decía una y otra vez don Poncho, en el espacio donde como subdirector de Patrimonio Cultural y Artístico me recibía para hablar de todo lo que era el acervo cultural de una de las mentes más informadas en Toluca y la entidad. Maestro lo fue y lo es.