Triste realidad

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El confinamiento que estamos viviendo a razón del coronavirus nos ha puesto, sin duda alguna, ante una realidad diferente.

El ser humano, por su condición social, no está hecho para esta reclusión, y mucho menos en países como el nuestro, donde la fiesta y el relajo son parte natural, del ADN social.

No existen fórmulas mágicas para hacer más llevadero el asunto, pero es de sentido común suponer que si estamos hablando todo el santo día del coronavirus, si estamos atentos a todo mensaje sobre el tema, y no tomamos las medidas sanitarias correspondientes, estamos en mayor riesgo de sufrir, psicológica o físicamente, algún estrago que altere nuestra estabilidad emocional.

Me parece que lo mejor que podemos hacer, es ocuparnos; por más criticado que sea el asunto, que los niños y jóvenes estén tomando clases en un esquema virtual y a distancia, de alguna manera hace que sus esfuerzos se enfoquen a la culminación de las tareas. Lo mismo sucede con el home office, nos tiene atentos a lo que debemos hacer y, en consecuencia, hay menos tiempo para pensar tonterías.

Habría pensado que esta condición se podría convertir en una oportunidad valiosa para hacer lo que pocas veces podemos por el trajín diario: interactuar con mayor profundidad con nuestros familiares en casa.

Pero, triste realidad, es lamentable observar cómo, lejos de generar sinergias, construimos barreras que en muchos casos han llegado a grados de violencia, física y psicológica.

Muchos padres de familia han evidenciado que nunca han estado preparados para serlo; llegan a un grado de desesperación por tener que sufrir a sus hijos que andan por aquí y por allá buscando culpables por su incapacidad para controlar, orientar y dirigir los esfuerzos de sus querubines.

Matrimonios, acostumbrados al cada quien por su lado, que ante la inevitable circunstancia de tener que convivir días completos, caen en el desprecio, la agresión, la intolerancia que, en su conjunto, se transforma en verdaderos infiernos hogareños.

Los pensamientos negativos pueden convertirse en habituales, y con el tiempo, conducir a la depresión o convertirse en un obstáculo para realizar cambios para capitalizar de la mejor manera esta situación de emergencia global.

Carecemos de creatividad, y echarle imaginación es un mecanismo valioso para canalizar nuestras energías hacia aspectos que pueden representar cambios positivos: hacer pequeños cambios en casa, innovar en el tipo de actividades para involucrar a quienes habitan un mismo espacio.

Por supuesto, nada es posible sin una disciplina en las diversas actividades; dejar todo a la improvisación puede acabar por ser contraproducente. Necesitamos de rutinas precisas, considerando que el orden externo influye de manera directa en el orden interno. Cuando logramos tener nuestras acciones bajo control, se evita tomar decisiones no razonadas que posteriormente estaremos lamentando.

Pero si no hay orden, y gusto de vivir en el caos, en espacios desordenados, sucios, con decenas de cosas regadas por todos lados, acabaré por asumir que mi vida completa es eso; un caos.

Finalmente, es importante ejercitar la mente, pero requerimos, por si fuera poco, de madurez, convicción y amor por nosotros mismos y por el prójimo.

Si no queremos, pues asumamos la triste realidad en la que cada uno de nosotros prefiere vivir.

 

horroreseducativos@hotmail.com