Horacio Zúñiga Anaya y mi venturoso azar

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Tercera y última parte

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Por otro lado Horacio Zúñoga fue el favorito de los gobiernos estatales y por ende de la imprenta de la EDAYO y por decir su plackett Aguiluchos es de colección: realzado artísticamente, con un listón que une comienza loando así la gesta de los Héroes Niños de Chapultepec:

Aguiluchos, aguiluchos

Cuando suenan vuestros nombres

A manera de repique

Los lebreles de los ríos

Hacen alto…

Enrique Díaz Nava, grabó un LP con este y otros poemas de Zúñiga y de fondo una soberbia banda de guerra… ojalá exista.

Y de nuevo el poeta, su voz, y sus letras, ya muerto, causaron conmoción en el magro escenario toluqueño: de lo que dejó en el tintero se edita su novela Miseria, obra que quién hoy la tenga posee un tesoro.

En el centro de cafetómanos que al menos leían, corrió el rumor de que la habían quemado: ese no era el maestro, tal vez al final de su vida se le fue la onda… amén que salió de la imprenta con innúmeros errores ortográficos. La leí y en efecto, un desilusionado colérico Horacio abjura de lo creído, escrito y vivido.

Enrique Díaz Nava me propone la presentación junto con José Muñoz Cota en la casa del maestro en la subida del Ranchito. Con gusto acepté sabiendo que sería un tácito mano a mano con el Santón de la oratoria mexicana, con el Supremo Cultor de la Palabra Oral. La sala auditorio de la añeja casa del poeta no admitía mucha audiencia: sólo diré que su cupo se llenó con la flor y nata de la cultura local.

Para mí; ¡qué lío fue hablar de la final dicotomía del maestro, específicamente del libro en cuestión. Dos Horacio’s un antes y ése, ahora creo, salí del paso ciñéndome y adornándome lo menos. Cerró el maestro Muñoz Cota y mi recuerdo es que Don José se cubrió con el lienzo de la palabra que deslumbra, en su voz, estuvo la zuñigueaña esencia. Diré que el libro Miseria es otra cosa. Bien analizado, el libro es una especie de testamento del maestro… ¿verdad 100% pura? CHI-LO-SÁ.

Bien. Desde que me vareo con su bastón, continuamente crucé metafóricamente con el maestro: en cierta ocasión en que andaba con el ánimo por los suelos me metí a soliloquiar frente a una copa en la cantina El Nuevo Continente y veía como subían por el brandy las burbujitas del Tehuacán cuando al mirar a la concurrencia sorprendido noté que don Rodolfo García Gutiérrez y José Yurrieta Valdés, orfebres del bien hablar y maestros de la pluma, brindaban con cierto enojo. Le dije al barman, mi tocayo Raúl:

– A esos dos señores mándales una tanda de lo que estén tomando.

Al verme, me llamaron a su vera y luego me contaron que venían del Aula Magna de la UAEM donde al hablar de Zúñiga, habían discrepado con Maricruz Castro Ricalde.

– ¿Qué hacemos aquí?, Dijo mi amigo Rodolfo. Tengo una casita por la estación… 

Compramos nuestro vino, platicamos y nos ahorramos un dinerito. Y ahí en grata compañía fue tarde y mucha noche de hablar de Horacio Zúñiga, de mi parte, antes de desenredar el ovillo literario felicité a Rodolfo por el poético ensayo de El Sol sobre la madrugada, sólo los soñolientos guardias… A mí, en lo solemne silencio, la ironía: la voz de trueno silente y el maestro enclaustrado en su féretro.

– Y a esa hora fue que me sentí en comunión con el maestro. (Ojalá se rescate esta joyita literaria, al igual que el libro El Savonarola Laico de Clemente Díaz de la Vega). Volviendo con los maestros, con más alcoholes de los debidos creí clarificar conceptos además de sobre Zúñiga de la literatura en general y quedé peor. Solté palabras que no encajaban en el espectro de la amable bohemia. Interrogué:

– Mis amigos… ¿Y si Horacio Zúñiga fuera mucho oropel y poca substancia?

No me la acabé. Las precisiones poéticas de mis maestros, me apabullaron bien y bonito.

El sol y la sombra de Horacio me siguen. Sin ir más lejos hace como doce años en el Aula Magna de la UAEM asistí por accidente al homenaje al maestro que hicieron al alimón el H. Ayuntamiento de Toluca que presidía Martha Hilda González Calderón y la UAEM presidida por Jorge Olvera al que por accidente me tocó estar en primera fila, una edecán ex alumna me ubicó ahí, junto a los integrantes del grupo poesía coral.

Tanta gente hay que se ha arrogado el rito zuñigueano y hoy de Muñoz Cota y se ha formado en la Clásica oratoria que hasta un grupo de Oratoria Coral se formó. Vestidas (os) impecablemente, continuamente se levantaban las guapas damas y los apuestos jóvenes a declamar poemas del bardo; por su parte la presidenta municipal y el rector –turbándose en las traslucidas palabras Zuñigueanas– se  expresaron admirativamente del maestro en sendos discursos.

Iba a emprender la graciosa huida cuando el grupo coral se levantó para declamar, el poema Lengua de Maravillas a veces en solitario, a veces en grupo. 

Fiuu, terminaron. Y el de junto a mi, le dijo a su vecino.

– Te saltaste güey.

– No mames. ¿Tú crees que la pendeja gente entendió?

Se debe apuntar que el maestro tuvo el honor de que su obra completa fuera publicada en el rectorado del Dr. Olvera.

No puedo adelantar vísperas porque no tengo ningún ejemplar.

La oratoria fue tal vez el más fuerte rasgo del maestro. Cuando estuve en su casa, Arturo García Formenti y José Muñoz Cota lo reconocieron como excelso verbomotor… igual que el selectísimo público.

Nunca lo escuché y lo deploro, aunque he de decir que aprenderme partes de poemas del maestro me salvó –y a veces me hizo ganar– en los arduos momentos de la improvisación.

Me explicaré; Vas tejiendo palabras del tema en cuestión, cuando se te corta la luz. Son unos segundos que si se continúan dan al traste con tu actuar. Y es cuando venía el salvavidas: Sin venir al caso engolabas la voz: Y como el Quijote magnifico buscando senderos el loco inmortal halló la lucidez de la gloria. Y regresas al tema de la nacionalización del petróleo:

Y tú Cárdenas tu espíritu expropiador. Ya regresaste al hilo de la disertación y volví a manejar la palabra en una carretera sin baches.

Y para terminar lo que viví siendo maestros de ceremonias en la prepa 3 de la UAEM.

Al concluir ciertas solemnes ceremonias, cuando era rector Marco Antonio Morales Gómez, se cantaba el himno Universitario. No es secreto de estado que cuando comienza todos los del presídium, con vehemencia van juntos: Instituto perínclita cumbre donde el alba es faisán de arrebol, cuando siguen difíciles cuartetas zuñigueanas sólo uno que otro silabea más que cantar.

Increíblemente un ex director seguía cantando –sin saberse el de la UAEM– mejor  el himno del Estado de México: –porción  es de la prístina cuna de la gran libertad nacional–.

Alguien lo calló. Y al final todos felices arremetieron: Instituto perínclita cumbre…

Y así acabo también yo.

Ah, y como sea lean al maestro. Y como lo trillado: Pues su opinión es la más válida.

… Y con esta publicación curiosamente me continúa persiguiendo el maestro Horacio Zúñiga.

SALUD.