Un brindis por los recuerdos

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Soy de esas personas convencidas de que los idiomas son más que una jungla de conjugaciones. Desde pequeña, cuando jugaba Turista –y hacía evidente mi futura intensidad en la toma de decisiones– me encantaba imaginar lo que hablaban las personas representadas por esos hermosos trajes típicos y colores de cada continente. Y me gustaría pensar que eso me llevó al francés, pero lo cierto es que el deseo de aprenderlo, ya siendo una jovencita, surgió de un hermoso libro, bestseller de la literatura mexicana contemporánea, A la Sombra del Ángel, donde Antonieta Rivas Mercado, la gran mecenas y artista mexicana con un destino trágico, se convirtió en mi mentora y ejemplo a seguir –todo menos su suicidio–. Ella  hablaba francés a la perfección y había sido Francia su destino, no solo final, sino en los múltiples viajes a los que te lleva la vida misma. Fue así como después de tomar la materia en preparatoria y un malentendido por parte de control escolar de la universidad donde estudiaba, que mi papá aceptó inscribirme en la Alianza Francesa de Toluca. Sin saberlo, esa tarde de septiembre en que me llevó para pagar mi primer trimestre, me cambió la vida.

La Alianza Francesa de Toluca cuenta con 76 años de historia en la capital mexiquense. Eso nos lleva al año de 1945 cuando por iniciativa del francés afincado en la ciudad, Henri de Deverdún y con el apoyo de la profesora Bertha Bouquet y el gobernador Isidro Fabela, iniciaron las clases de francés en el Centro Escolar Lázaro Cárdenas. Era febrero y el mundo aún habitaba en las tinieblas de la Segunda Guerra Mundial, aunque Francia llevaba pocos meses de haber sido liberada de la ocupación Nazi. La intensión era consolidar los lazos entre los ideales de libertad y democracia de Francia y la ciudad que se abría paso a su modernidad. Fue así como a los pocos meses de haber iniciado las clases, Deverdún se entrevistó con el secretario General de la Alianza Francesa de París y se inició la aventura por donde desfilaría una comunidad de mexiquenses que devendrían en políticos, artistas, gestores culturales y amantes de la literatura, todos coincidiendo en ese amor por las letras de Víctor Hugo y el cielo bohemio de los impresionistas.

Estudiar francés fue una aventura. Primero, había que pasar la frontera fonética. No solo la r especial –que, a ciencia cierta, por problemas de pronunciación en castellano, nunca me costó trabajo–, sino por la sutil identificación de la e y sus posibilidades de sonido. Después, entender que no todo lo que puede leerse como si fuera español con acento extraño, es francés. Cuenta con su propia lógica, estructura y reglas. Superado eso, llega el punto en el que cualquier alumno trilingüe, asumo se enfrenta: pro–anglosajón–progalo. En mi caso, ganó Francia.  Concluí mis estudios en inglés, y me volqué, como enamorada de la vida, a todos los cursos que pudieran darse en mi escuela de francés. No sólo en la locura de la gramática, sino en los misterios de la literatura y las grandes novelas que hacen la Historia.

La red de alianzas francesas en el mundo surgió en el lejano año de 1883, en París, con la primera Alianza, un centro dedicado a la enseñanza no nada más del idioma francés, sino de su cultura. Una gran estrategia que hoy podríamos describir en los términos de diplomacia cultural y que encontró eco, tan sólo un año después, en México. Así, en la ironía de un tiempo narrado entre pasteles y el destello fugaz de un imperio, la Ciudad de México contó con la primera Alianza Francesa creada fuera de Francia. Esta historia de encuentros, décadas después, llevó a Toluca, la misma que por un tiempo se le considerara como la pequeña Francia por sus construcciones que recordaban a una típica ciudad gala, a ser una de las primeras urbes en provincia que contaran con su propia alianza. Un periplo digno de los viajes de Julio Verne, donde después de estar instalada en distintas sedes, ancló en un edificio blanco, de tres pisos con un auditorio pequeño, en una calle lateral al Teatro Morelos,  Aquiles Serdán, el corazón de las artes escénicas de la ciudad.

Ser estudiante de la Alianza Francesa deja una huella en el corazón, que no nada más se delata en la compresión de textos o en las citas anuales del Tour Francés… sino en la posibilidad de pintar la vida y los recuerdos, en tres tonos. Como una Marianne que guía el destino…  La cafetería no era cualquier cafetería, era el lugar de los croissants, café, jugo y con singularidad, ambientado por un mural. De esos tres colores, azul, blanco y rojo, que en el silencio coqueteaba con la geografía de las intensiones, siendo creación del mismo hombre que había convertido un antiguo mercado porfiriano, a unas cuantas cuadras del edificio de la Alianza, en el vitral más grande del mundo. Leopoldo Flores, el padre de los muros de Toluca, dejó su propia estela francesa en el mural Alianza Cultural que desde 1985 acompaña esos cuernitos de jamón del intermedio sabatino durante los cursos matutinos… que desde entonces se entreteje en la bella época del destino.

El pasado fin de semana, en una ceremonia especial para todos los asistentes, la Alianza Francesa de Toluca celebró sus más de 75 años de historia. Apelando a la verdad y a los nuevos tiempos que nos ha tocado vivir… o sobrevivir… esta celebración debió haber tenido lugar un año atrás salvo que justo, hacía un año atrás todas las clases y actividades de la alianza migraron al salvavidas de la posibilidad virtual. Tenía mucho tiempo de no reconocer esos rostros de mi juventud que me hicieron brindar por los recuerdos. Los mismos que cambiaron mi vida. Sí, yo, y asumo, varios de los invitados podrían contar lo mismo: encontramos en Francia, más allá de la ausencia de la s, la presencia de un hogar…. de una vida por escribir. Algunos, efectivamente realizaron sus estudios en Francia, otros dibujamos sonrisas en las calles como turistas errantes buscando una propia historia y todos, redactamos nuestros sueños con esas palabras que sólo pueden llevar la tinta de la vida… esa que se vive en francés.