Una vez más la feria de la charlatanería

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Hace tiempo que no nos encontrábamos por estos lares, pero es importante retomar el hábito de quejarnos de algo que está mal, usando la palabra, y es que hace poco, mientras caminaba por las calles del Degollado me encontré una lona colgada en las ventanas del auditorio Petronilo Monroy, en ella se anunciaba la séptima Feria Holística en Tenancingo.

Lo que le ha pasado al mundo con la pandemia del SARs Cov 2 es algo increíble en tantos sentidos, que es imposible abordarlo todo en unas cuantas líneas. Sin embargo, si algo nos quedó claro es que la evidencia científica es infalible para bien y mal. Por un lado, vimos una cura en tiempo récord y por el otro, vimos a los exceptivos palidecer ante la contundencia de la muerte.

No es necesario recapitular las muchas escenas de pánico y angustia que nos tocó vivir pues están aún frescas en nuestra mente. Teniendo eso en cuenta, es lamentable que haya quienes no se animen a abrir los ojos. Es penoso que aún hoy, en ésta que se sugiere como una nueva era pospandemia, se sigan ofertando este tipo de ferias que son un peligro inminente que cuestan vidas humanas a la postre.

Para los que no estén familiarizados con el asunto, una feria holística ofrece una serie de conferencias y foros de, en esencia, la medicina alternativa. Es decir, todo aquellos que se aleja de la comprobación científica. Esto, sin una motivación aparente.

Por principio de cuentas hay que decir que la medicina alternativa no existe, la medicina es una, y es aquella que está basada en el método científico. Cien años atrás un bebé podía morir por una infección de oído. Hoy, eso es tratable entre otras cosas, gracias a la aparición de la penicilina.

Dentro de las ferias holísticas no existe un sólo tratamiento que pueda ofrecer esas garantías, el de ir a la farmacia y por 50 pesos, curar algo que antaño era letal. Entre los muchos negocios de estos circos para incautos están la homeopatía, la acupuntura, la meditación y por supuesto el chantaje de los tratamientos naturistas. Entre muchos otros. Reitero, ninguno de ellos ofrece estudios sobre la eficacia de su tratamiento.

Sin profundizar demasiado en el tema, la homeopatía alega que ciertas disoluciones de la sustancia curativa –sin que se exponga cuál– tiene un efecto más poderoso  sobre el cuerpo y por ende lo cura. Esto atenta incluso contra la lógica y para ello, uso el ejemplo que descubrí por accidente en casa. Hace algunos años mi perro se comió por accidente una bolsa completa de chocolate en polvo. Algo así como 200 gramos. Esto me preocupó, pues como se sabe, el chocolate es mortal para ellos. Sin embargo, indagando en el blog de un veterinario, supe que la cantidad de chocolate debería ser mucho mayor para que algo le pasara.

Mi perro siguió tan sano como antes. El tema es obvio, incluso para que una sustancia nociva haga efecto sobre un cuerpo, debe ser proporcional a la masa y el malestar. No hay razón de ser de aquella formula en que se basa la homeopatía.

En el terreno de la salud mental, ahí está la historia del demente de Osho, su ídolo, un lunático que con esa bandera de paz y temple cometió cientos de atrocidades. Está maravillosamente documentado en Netflix, la pieza se llama Wild Wild Country. De mucho servirá para entender el fanatismo de estos personajes.

Por su parte, los tratamientos naturistas prometen curar enfermedades como el cáncer y la diabetes con base en batidos vegetales. Falso, pero quiero detenerme aquí un momento. Exponiendo la falacia de este asunto y la evidencia en un grupo de universidad, una de mis alumnas me contó que su tía, quien había muerto un mes atrás, había sido victima de estos charlatanes. Dejó su tratamiento médico. La historia completa está aquí, en otra de mis columnas.

He ahí el peligro de estas chapuzas: alejan a personas desesperadas por una cura de tratamientos que en el peor de los casos prolongarán su vida y les dará tiempo valioso con su familia. Con todo esto, no hay una sola justificación para que este tipo de ferias se siga llevando a cabo en ningún sitio, pero, sobre todo, para que el ayuntamiento de una ciudad lo valide.

Antes de cerrar esta columna, quiero contarles mi experiencia con este tipo de ferias. Hace un año me tocó ver uno de los testimonios de uno de los llamados sanados, una mujer víctima de cáncer. Era lastimosa la forma en que fue llevada al escenario, no se podía mantener siquiera en pie, era claro que ese tratamiento no estaba funcionando, sin embargo, gracias a las porras y al discurso ladino de ese charlatán que lideraba, todos estaban dispuestos a creer que es así, pues estos grupúsculos tienen también algo de sectarios.

Pero algo está pasando con este gremio. Se comienza a legislar, a llevar a las rejas a estos criminales y creo que éstos comienzan a saberlo, pues su discurso en algo ha cambiado, ahora ya no invitan abiertamente a los participantes a dejar sus tratamientos. Por otro lado, la hostilidad que se respira, y con que se trata a los que claramente no confían en sus embustes deja mucho que desear de una persona que presume estar en paz consigo mismo.

Al final del día no me atrevería a pensar que quienes van por la vida ofreciendo estos chantajes a la gente sean malas personas. Lo digo en serio, creo que todo ser humano pasa por esa etapa en la vida en que el sufrimiento y la desesperación es tan poderosa que se aferra a una idea, a una creencia, pues eso sublima el dolor. Lo irritante es cuando se asumen intelectualmente superiores y moralmente tan solventes como para que les importe poco la salud, la vida de otros, haciéndolos responsables a ellos de su fracaso terapéutico. –La palabra terapia les queda grande–.

Pienso en mí en la época en que la rebeldía de la adolescencia me hacía estar en contra de todo. Acepto que me parecía sumamente seductora la idea de curar al mundo tan solo con buena vibra. Muchas personas me recuerdan con esa frase. Todos podemos equivocarnos, y al mismo tiempo recapacitar. La vida me encarriló en el camino de la psicología y luego en el de la ciencia. Por cierto, otra de las disciplinas que se encuentran en un periodo de resignificación. También ha estado plagada de charlatanes exquisitos históricamente.

En tanto al ayuntamiento de la ciudad, no es la primera vez que comete errores así de groseros. Hace no mucho, en el día del locutor, no sólo no se incluyó a la radio oficial del municipio, sino que en la foto de las redes aparecían cuando menos dos medios apócrifos.

Pero bueno, en ese terreno se puede permitir tropezones, pero no en el terreno de la salud. Hace no mucho, el mismo ayuntamiento ofreció una sesión de quiropráctica en la plancha del jardín Morelos. Lo que el ayuntamiento ignora es que la quiropraxia no está avalada como un tratamiento médico. Sin ir más lejos, este año ha sonado mucho el caso de Caitlin Jensen en los Estados Unidos, dado a conocer por la revista People. La joven fue al quiropráctico para solucionar un dolor de cuello y terminó con tres vertebras rotas y en estado de coma, un coma del que probablemente no despierte nunca. Casos así hay por motones. Se cumple una vez la máxima de que la ignorancia mata.

Por último, y aunque se tienen los elementos para que este tipo de ferias no se lleven a cabo, es poco probable que esto suceda. Hay que dar pequeños pasos para que eso pase. Entonces, sirva esto como un exhorto al área encargada de aprobar este tipo de eventos a acercarse a la información y documentación. También, para que se coloque una advertencia en el recinto en que se pretende hacer esto para que los que acudan, sepan que ninguna de estas ofertas cumple con un protocolo científico y mucho menos deben sustituir el tratamiento médico en curso. No atender esto es solapar la muerte de algún desesperado cuya vida desafortunadamente se encuentre amenazada.