…ASÍ ERA MI VALLE
Lectura para el gozo… para la felicidad que dan las letras cuando se sigue la huella que indica con el dedo, mano y brazo extendido en gran Borges: lee para tu gozo, esa es la máxima felicidad que puedes tener en vida, diría el invidente que desde los cincuenta de edad perdió la vista y se le acabó ese placer que da la lectura, el descubrimiento de mundos que sólo por el milagro de la creación del libro desde Juan Gutenberg en el mundo occidental, los habitantes del siglo XV recibimos de Europa y para América después el tesoro de la lengua, y la joya que es más que un diamante; el libro y sus diversas vestiduras que las nuevas tecnologías aportaban hasta llegar a crear libros de arte hoy increíbles… gozo en la lectura, leer a Javier Ariceaga Sánchez: I / desde el cerro de la Cruz logré admirar otra vez el magnífico panorama de las montañas de Valle de Bravo. Allá hacia el norte, los montes de Tilostoc parecían caer sobre la verde laguna que refulgía con el sol ante un cielo azul esplendoroso. Otro escritor es este, otro cronista, no más aquél que pinta vecindades y barrios de Toluca, sino que enfrenta en arrobado enamoramiento un paisaje que no podemos imaginar los de Toluca al estar encerrados en este centro del Valle de Tolocan, donde el ombligo es el cerro del dios Tolo, con toda su prestancia, pues desde sus alturas se puede ver y vivir en 360 grados toda la excelsitud del lugar donde hace siglos se sembró la semilla que crecería de manera descomunal hasta convertirse en la capital mexiquense: la Bella Toluca, como diría don Poncho Sánchez García.
Leer, leer y más leer, como pide Sor Juana Inés de la Cruz, escribe Javier: Al frente, en el poniente, los cerros de San Juan Atezcapan remojan sus faldas en la orilla del lago, que se interna tranquilo en la comunidad de El Rincón de González; donde algunas barquillas de pescadores mazahuas lanzan la tarralla buscando lobinas y mojarras. Al sur, la sierra formada por El Pinal del Marquesado se alargaba en declive hasta el oeste rematando en La Peña preñada de Otzoloapan; al tiempo que el viento de San Juan peinaba la laguna para chocar con los cerros de la Mesa de Jaimes. Al oriente, en lo alto, cerca del Divisadero, el Cerro Gordo, estirando el pescuezo dominaba altivo un panorama orlado de diferentes verdes. Este fresco puede enseñarnos de que se hace el cronista. Los detalles pequeños, pequeñísimos son parte de su personalidad en conjunto. Crónica que no refleja los detalles, las fechas, las citas de lugares y sucesos que rompen la rutina o lo cotidiano que no es vida viva no es crónica.
¿Es un relato o una crónica de extensa experiencia?… escribe: Pero plagada mi memoria de recuerdos me detuve un momento donde aún se encuentra la Cruz de la Misión, observé aquel contorno de montañas que parecían llamarme por mi nombre, para contarme otras historias que acontecieron en mi ausencia y, cerrando los ojos dejé que las evocaciones llegaran a mi mente como bandadas de palomas.
Los que no saben que mezclar los géneros de la literatura es propiedad de los cronistas que en verdad lo son. Se puede contar lo que sucede en la realidad con ojos de poeta, con lenguaje de poeta, con humildad y pasión por las palabras que pueden decir bellamente los sucesos de lo cotidiano: porque lo cotidiano también es belleza que se extiende a la vista y en la existencia deja su huella cuando la felicidad es algo que existe en realidad.
Seguir gozando de las palabras creadas por Ariceaga: …Había llegado allí ya casi viejo, y al mirar aquella alegoría me perdí en el movimiento cotidiano de la gente por las tranquilas calles del pueblo, que parecía haber salido de la nada derechito a mi alma. La magia de las palabras en manos del verdadero escritor. Porque debe quedar claro, más allá, pero mucho más allá del cronista, poeta, narrador, cuentista o relator, del ensayista o el dramaturgo está el Escritor. El que es capaz de juntar géneros o decidirse por vocación por uno o dos de ellos. Pero todo tiene que resolverse en el mundo de las letras si es que se nació para ser escritor de verdad. Javier Ariceaga es periodista o cronista, pero sobre todo es escritor que nos arroba con sus imágenes del arrabal en Toluca, o los paisajes bucólicos de su Valle de Bravo del que se enamoró para siempre.
Cada párrafo una imagen o varias imágenes: Y para evitar que escapara de mi visión aquella fantasía volví a grabar todas esas siluetas que llegaban con sus voces y sus cantos que trataban de darme las quejas de sus cuitas. Y allí estaba todo, sus risas, sus leyendas, las casonas antiguas con sus huertas, sin faltar las anécdotas sabrosas que caracterizaron a ese pueblo lleno de la inocente picardía. Llegó a mi memoria el paisaje cuando en la casona de doña Carmelita Reyes viuda de Enríquez, observábamos los ocasos del sol con sus distintos y maravillosos crespúsculos. Vimos también aquella Peña que fue el risco gigante, el atalaya echado en la laguna, esa peña que todas las mañanas se acicalaba en el espejo que rosaban con sus picos la verde superficie. Es otro el Ariceaga que escribe sobre Valle de Bravo, sí y no. Lo es porque aquí es el amoroso de Jaime Sabines, que siente en su sensible alma que es posible encontrar el paraíso aquí en Tierra.
Seguir por ello sus letras: Miramos de frente a los aborígenes de San Lorenzo, comunidad ribereña, pescar en pequeñas canoas la tilapia carnosa, acompañados de sus hijos y, vimos a los patos silvestres que sumergían sus cabecitas escarlatas, buscando lentejillas, dejando un camino ilusorio sobre el agua ondulante, que al golpe de la brisa formaba círculos que se iban agrandando hasta perderse. Y en el espacio libre de una atmósfera clara las golondrinas se deslizaban por el cielo con su elegante vuelo, retratando su figura menuda en la laguna, al tiempo que una sinfonía de trinos le daba parsimonia al panorama. Retrato de la naturaleza. Retrato de un barrio. Retrato de la vecindad. Retrato de la cantina. Retrato de las calles. Retrato del paisaje que es el paraíso aquí en la Tierra.
Enamorado de los colores, de los olores que tiene ese mágico lugar que se desperdiga por todas las laderas de la montaña o la presa que algún día hundió al pueblo viejo, para venir a crear nuevas maneras de sobrevivir a sus habitantes. Unos fueron aquellos que vivieron antes de hacer la presa de Valle de Bravo, que termina en el saber popular por ser una Laguna del amor y el romance. Quien conoce una vez Valle de Bravo, enamorado ha de retornar una y otra vez sin cansarse jamás de mirar y mirar su laguna, sus laderas con sus casas y la peña que mira al fondo de ese mar naciente. Son palabras de Ariceaga las que definen de mejor manera esa realidad amorosa: desde allí vimos aquella fantasía de color esmeralda en el día caluroso del verano, con sus ráfagas nítidas; hasta las hojas secas del otoño con su color dorado. Desde allí solíamos trasladarnos hasta las chozas miserables de los aborígenes en la orilla del lago, y allí fuimos testigo de sus ayeres perdidos en el monte; eran tristes lamentos de impotencia, gemidos de “indios” con muecas de dolor. Eran los alaridos del aborigen marginado que aún disfraza su pena en alegría.
Pocos cronistas del siglo XX fueron tan sensibles a la situación de los hombres y mujeres, de familias por doquier que viven en la pobreza extrema tanto en Valle de Bravo y sus comunidades más allá de la presa, que los barrios de los cuales él es un cronista que nos recuerda la gran herida que este país tiene ante la injusticia social que no sólo no se cierra, sino que se abre cada día más, como pidiendo que se acerque una nueva revolución para acabar con lo viejo, e iniciar la batalla por un mundo mejor. No es vana esperanza o ilusión fallida, es el deseo de escuchar lo que es la realidad a través del cronista, y Javier no puede negar la cruz de su parroquia en el deseo que haya justicia social.