Bendita humanidad

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Ha pasado el tiempo, como es su sana costumbre; a través de lo que se presente, el tiempo simplemente sigue su paso incapaz de detenerse.

Los días pasan y la pandemia que vivimos parece debilitarse poco a poco, así, como onda de mar, va dando sus últimos golpes hasta perder fuerza, precisamente lo que esperamos que pronto suceda con la pandemia del covid-19 y toda su familia de variantes.

Pero la raza humana siempre voraz, con su naturaleza evolutiva, inconsistente e impredecible, una vez más deja claro que, algunas pandemias no se controlan ni con tres dosis. Hemos vivido desde siempre diferentes tipos de pandemias: La peste, el sarampión, el VIH, la influenza, por mencionar algunas, pero nunca es suficiente, el dolor, el egoísmo, el desamor, la continua sed de poder y riqueza, es la constante en la ecuación.

Ahora mismo, la humanidad se encuentra en lo que pudiera considerarse la antesala de la fatalidad universal, una guerra que con cualquier error o palabra mal dicha o mal interpretada, puede convertirse en una gran guerra mundial.

¿Les parece exagerado?  Ojalá y lo fuera, pero me temo que no lo es, considerando los factores que envuelven toda la trama mundial que se está viviendo, pero sobre todo, la raíz de la actual guerra.

Sin importar el nombre de quien se escuche en el ámbito noticioso como ejecutor, la maldad implícita en tales acciones de guerra, define motivo y consecuencia.

Jesucristo dijo: “La paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No dejen que su corazón se turbe y tenga miedo.”

Me llama de manera especial la atención cuando dice: “yo no la doy como el mundo la da.”

Efectivamente, la paz que el mundo promueve, es frágil, endeble, sin sazón alguno y es que la paz, que no solamente es un derecho de los seres humanos, también es un valor esencial y social, per se, establece la ausencia de violencia y esta se logra únicamente, cuando no se persiguen ni anteponen a los máximos principios morales, la voluntad unilateral y la falta de valores como la honestidad, la solidaridad, la responsabilidad, la tolerancia y la empatía.

La paz verdadera, se sostiene o se alimenta del amor verdadero, el amor como fuente inagotable de virtud y fortaleza, que nunca cambia, que vela por el interés común y confirma en todo tiempo la buena voluntad de Dios.

Algunos dicen cosas como: —¿Por qué Dios permite la guerra? ― —¿Por qué permite que pase esto o aquello? ― La verdad es que Dios nada tiene que ver con esta fatalidad, su voluntad es siempre perfecta, él es creador, no destructor y no envío a su hijo al mundo para cumplir el capricho de alguien en particular, todo fue por amor, porque sin amor de nada valdría.

El apóstol Pablo dijo: “Por lo demás, hermanos, piensen en todo lo que es verdadero, en todo lo honesto, en todo lo justo, en todo lo puro, en todo lo amable, en todo lo que es digno de alabanza; si hay en ello alguna virtud, si hay algo que admirar, piensen en ello.”

Por supuesto que hemos hecho exactamente lo contrario; nuestros dichos y nuestras acciones con total incongruencia, operan en forma contraria al consejo de Pablo.

La reflexión final es la siguiente: No podemos luchar contra una pandemia con la mano derecha y con la izquierda comenzar una guerra, ¡No más! Basta, que las lecciones que la historia nos ha dejado, cumplan su querella.

Santiago el apóstol dijo: “…cuando su fe es puesta a prueba, produce paciencia. Pero procuren que la paciencia complete su obra, para que sean perfectos y cabales, sin que les falta nada. Si alguno de ustedes requiere de sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios se la da a todos en abundancia y sin hacer ningún reproche. Pero tiene que pedir con fe y sin dudar nada, porque el que duda es como las olas del mar, que el viento agita y lleva de un lado a otro. Quien sea así, no piense que recibirá del Señor cosa alguna, pues quienes titubean son inconstantes en todo lo que hacen.”