Brevicuentos

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Newton

El sabio inglés Isaac Newton tenía dos mundos: el de la ciencia, específicamente en la física en donde apenas había logrado descifrar los galimatías de la gravitación universal. Y su otro mundo, era el doméstico y particular en la localidad de Woolsthorpe, con familia, amigos y vecinos, quienes querían saber algo del trabajo de su coetáneo.

Mientras veía la ecuación   pensó en lo difícil de explicar a unos ciudadanos no cercanos a la ciencia: en razón directa al cuadrado de sus dis

Y entonces se le vino feliz idea: a gente sencilla, una sencilla y visible explicación y el sabio ideó: simplemente dejar caer dos cuerpos en un tablado, uno más pesado. Así mato dos pájaros de un plumazo: como la gravedad atrae a los cuerpos y luego, el que es más pesado cae primero.

Así anunció a vecinos y amigos que pasado mañana 13/03/1687 iba a ser una pública prueba.

Don Isaac ideo dejar caer en un tablado dos objetos. Y además de distinto peso. Pum, pac, el ruido irregular al caer era todo.

Al dirigirse a la tarima se le unió la gente, Newton llevaba un pequeño yunque y por una granja tomó una piedra.

Llegó, subió a la tarima; el yunque en una mano y la piedra en la otra. La gente expectante.

Dejó caer los objetos. Pum y pon; sólo que, en la piedra sostenida apenas por una caquita de gallina, iba una pluma, la que se desprendió y volateó.

El pum, pon pasó desapercibido. Ahora la multitud veía como la pluma se contorneaba en el aire; suavemente subía y bajaba hasta que exacta, puntual, se clavó en la pelambre de Newton.

Y ahora sí, la multitud prorrumpió en hurras y vivas en honor del científico que para estas alturas tenía la mímica y los ojos de qué chinga pasó.

El rostro del arte

A paso veloz remodelaron la galería April que poco a poco recobraba su esplendor.

Limpieza del lugar, repintado; los filos dorados recobraron su lúcida elegancia. Pintores de brocha gorda y albañiles trabajaron a marchas forzadas y por fin quedó para la presentaron colectiva de lo más granado de los escultores y artistas plásticos surrealistas.

Los más audaces trabajos tuvieron su espacio, aunque por la necesidad de inaugurar apenas comenzaban a poner las tarjetas del nombre del artista y de su obra; y por la urgencia no terminaron.

– Déjenlo así. Orita que inauguren, luego colocamos el santo y seña, dijo él curador.

Llegaron las autoridades cortaron el listón y oooh, un bloque de hielo con un cirio pascual en medio iba formando una sombra húmeda en el piso, piedras calizas formaba una pirámide inclinada, espejos colocados en diversas posiciones multiplicaban rostros. En otro espacio, alambres de colores se elevaban semejando colorida lluvia; dos tambos de basura pintados de negro con dos puntitos blancos parecían escudriñar al público. Oooh, cada vista era un concepto revolucionario.

Los críticos, veían todo, deplorando no saber el nombre del artista… bueno, el lunes venimos.

Cuando oooh, un buen número de exigentes críticos rodeó a una ajada escalera salpicada de colores, manchada de goterones negros, de agujeros en los que, en lugar de barrotes para subir, el artista había cambiado por gruesos alambres, raspaduras aquí y allá.

– Todo; maravilloso, dijo un exigente crítico, pues esa escalera reúne lo popular y tradicional con la modernidad; que original, dentro de su surrealismo, lo cotidiano.

El que fue al  WC a fumarse un cigarro, nervioso y perplejo, fue el curador en jefe de la exposición, quien enojado masculló:

– ¡Pinches albañiles que no alcanzaron a sacar su escalera! … ¿y ora?

EROMUSICAL

 

El morboso y diestro ejecutante de la guitarra, al verla colgada, lenta, parsimoniosa, bella y queriendo saciar su escondido deseo de tocarla, la bajó de su pedestal; le fue quitando lentamente el estuche, la envoltura que la vestía, que la ocultaba y apareció lujuriosamente bella en su deslumbrante desnudez…

Era una guitarra sevillana buena para el romance y el jaleo. Inmediatamente el músico no detuvo la intención de tocarla, de sentir que juntos comulgarían en el altar del arte.

Y primero fue recorrer sus redondeados pliegues exteriores, no era tan grande como un violonchelo, más bien pequeña tanto que la podía poner en sus piernas. Volvió a tocar los sinuosos bordes cuando un ling, le hizo ver que algo sensible había tocado y fue cuando sintió que debía de comenzar a adentrarse en sus encantos.

De inmediato notó que estaba bien afinada y sintió cierto celo profesional: seguramente otras manos ya horadaron, ya pasaron deleitándose por sus sensibles cuerdas y con cierto celoso, nerviosismo, procedió a mover los dedos de las dos manos: con la izquierda tocando la parte superior que permitió a la derecha sacar sentidos quejidos musicales de la parte inferior.

Comenzó a tocar El tercer hombre la melodía de Anton Karas: tu, tu tum tun tum, tum tum. Lenta, parsimoniosamente sus dedos tocaban donde deben. Repitió la dosis: tu tum tun tum, tum tum. Las cuerdas como que adquirieron calor. El músico fue –por medio de maestros toques– haciendo suya a la guitarra. Arriba pisaba y  abajo, remataba. El hombre al alimón con la fémina guitarra fueron aumentando el ritmo y el nuevo ser –El tercer hombre– fue gestándose, con arte y con amor. Y así,  finalmente guitarrista y guitarra sevillana llegaron a un hermoso y frenético orgasmo musical.