Caos imperante
Transitar por la vida nos permite conocer a muchas personas, idealmente para establecer vínculos con otros seres humanos que nos complementen, ayuden a construir sinergias positivas y, con ello, favorezcamos una mejor interacción con el mundo.
Este mundo ideal quizás tuvo pertinencia en los primeros años de la humanidad; sin embargo, es claro con el paso del tiempo, el ser humano fue descubriendo otro tipo de sentimientos y poco a poco ha ido perdiendo su esencia, anteponiendo el interés personal por encima del interés común.
En lugar de buscar armonía y estabilidad, se busca el conflicto y el caos como forma de vida; la envidia, el rencor, el coraje, la necedad, la soberbia y la estupidez, acuden a los espacios de interacción y van dejando una estela de problemas que impiden la resolución de conflictos de manera sensata, enfatizando a la maldad como instrumento de poder.
Sorprende, además, que pareciera que estamos conformes con este caos imperante y, sin objeción alguna, perecemos legitimar estas condiciones de vida sin hacer el mínimo esfuerzo por modificar las cosas.
En el proceso, personitas que disfrutan denostando al que se deja; convencidos de que, sembrando rumores, gritoneando a la gente, minimizando las virtudes del otro, tirando porquería sobre los demás y manipulando la información, obtienen un poder lleno de amargura y sustentado en la falacia.
Personas altamente conflictivas, casadas con su forma de interpretar al mundo que, ante cualquier riesgo que les quite sus prebendas, atacan sin miramientos al enemigo, entendido como todo aquel que se interponga en sus deseos.
Entes tan llenos de arrogancia, que suponen que sólo lo que ellos proponen tiene validez y merece ser atendido; quien sea que opine algo será inmediatamente sometido y no de la manera más amable. Individuos que, con un poquito de poder que tengan, se autonombran emperadores del mundo y basan su trabajo en el caos.
De la misma manera, aquellos que nunca asumen sus responsabilidades y viven culpando al otro de lo que dejaron de hacer; siempre hay una explicación, siempre hay un culpable, porque evidentemente existe la incapacidad para enfrentar los obstáculos o para reconocer –con la mayor humildad– que nos equivocamos.
Impera el caos; hoy la gente quiere sangra a cualquier costo, por pequeña que sea la falta, ya no basta con una disculpa, no, se buscan castigos ejemplares contra quienes resulten responsables. El tema es que cuando estos mismos inquisidores cometen un error, exigen que se valide su condición humana y piden una clemencia que no están dispuestos a dar.
Consecuencia de todo esto, personas extremadamente tóxicas, que contaminan los ambientes: familiar, laborar y social.
Cuantas veces habremos vivido el hecho de que la ausencia de una persona acaba significando paz para un espacio determinado; mágicamente se acaban los conflictos, se consiguen acuerdos o se vive en paz por un rato. Doloroso que así sea, pero tan real como el universo mismo.
Vivir en caos significa vivir en el conflicto; ¿no sería mejor una postura amable ante la vida?
Nada como tener la libertad de actuar, siempre que pensemos en el bien de todos. Suena fácil, pero parece que preferimos el conflicto. ¿Por qué será?
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