CARTAS A UN JOVEN POETA
Hay escritores emblemáticos en todas las lenguas y culturas. Pronunciar el nombre de Rainer M. Rilke en el mundo de la poesía es llamar a la fortuna. Nacido en 1875 y fallecido en el año de 1926, no es que hubiera vivido tantos años, sólo 51. Sin embargo, las diversas lenguas en el mundo recurren a él. Sus poemas Elegías de Duino y Los sonetos de Orfeo, representan en el siglo XX dos poemas que siguen vagando por el mundo de la literatura con toda su fuerza y admirable creación imaginarias. No hay escritor serio que no haya leído su texto Cartas a un joven poeta, la lectura del mismo es lección viva para el incipiente escritor. Confirmación de la experiencia para quien, por su madurez, comprende las verdades de Rilke.
Ediciones Koala, lo publicó en el año 2003, con la traducción de Luis Rutiaga, quien en el prólogo señala: Rainer María Rilke es una de las cimas de la poesía alemana y de la literatura moderna. Poeta metafísico, místico, precursor del existencialismo, poeta de la pureza estética y de hondo lirismo, su obra es motivo de acuciosos estudios. El paladín de la poesía pura era un hombre de una extensa inestabilidad afectiva, un ser angustiad y desvalido, que ejerció durante su vida un extraordinario poder de fascinación. Al final de dicho prólogo Rutiaga escribe: Estas cartas son las contestaciones de Rilke a otras, que no están en el libro, que le envió Franz Xavier Kappus, joven poeta que le pide consejo sobre la poesía y la vida. En estas breves cartas Rilke habla con una bellísima prosa poética sobre la necesidad de escribir, de qué leer y quién o qué debe influirte para ello. También cuenta de la soledad, de la cual aconseja amarla, acercarse a ella con respeto y unírsele sin ningún tipo de miedo, y por supuesto del amor y de su búsqueda a veces desesperada.
Franz Xavier Kappus nos hace saber que fueron diez cartas a partir de las postrimerías del otoño de 1902 y hasta 1908, diez cartas ya eternas. A su solicitud él dice: Pasaron muchas semanas, hasta que llegó la respuesta. La carta, lacrada en azul, tenía sello de París, pesaba mucho en la mano y mostraba en el sobre los mismos trazos claros, hermosos y firmes que, desde la primera a la última línea, había en el texto. Así comenzó mi correspondencia regular con Rainer María Rilke, prolongada hasta 1908. Menguó después paulatinamente, pues la vida me arrastró a los dominios de que había querido guardarme la instancia cordial, delicada y conmovedora del poeta. Pero eso no es importante. Sólo son importantes las diez cartas que siguen; importantes para el conocimiento del mundo en que Rilke vivió y creció, e importante también para muchos de hoy y de mañana que se forman y devienen. Y donde habla un artista grande y sin igual deben callar los pequeños. Berlín, junio de 1929. Un joven que pide al Maestro que le responda a sus preguntas. Un Maestro que por el camino de Sócrates, decide contestarle por escrito, con paciencia, con sabiduría, con el corazón antes que como los sofistas: cobrando por el sólo hablar, aunque ese hablar sea una serie de falacias, que Sócrates desnudaba en su ignorancia utilizando su método de preguntas y respuestas. El Maestro que es humilde, como lo es en sus cartas Alfonso Reyes, esos hombres o mujeres, como Gabriela Mistral cuando se dirige a Carlitos Pellicer. Dice Rilke a la primera carta de Kappus: París, a 7 de febrero de 1903 / Muy distinguido señor: hace sólo pocos días que me llegó su carta, por cuya grande y afectuosa confianza quiero darle las gracias. Sabré apenas hacer algo más. No puedo entrar en minuciosas consideraciones sobre la índole de sus versos, porque me es del todo ajena cualquier intensión de crítica. Y es que, para tomar contacto con una obra de arte, nada, en efecto, resulta menos acertado que el lenguaje crítico, en el cual todo se reduce siempre a unos equívocos más o menos felices. Las primeras palabras de diez cartas que han de formar un libro que se convierte en especie de Biblia para todo aquél que desee apasionarse por la poesía, su lenguaje, y su arte. Siguiendo la vocación que nos recuerda lo dicho por Federico García Lorca: la poesía no requiere de snobs, sino de amantes.
En Cartas a un joven poeta, Rilke desarrolla su sabiduría sobre el tema de la poesía. Y su libro, es un clásico infaltable en cualquier biblioteca de literatura, de la poesía y del arte. A más de cien años de haber escrito estas diez cartas, éstas siguen tan frescas y vigentes como nunca. En el segundo párrafo de la primera carta dice: las cosas no son todas tan comprensibles ni tan fáciles de expresar como generalmente se nos quisiera hacer creer. La mayor parte de los acontecimientos son inexpresables, surgen dentro de un recinto que nunca holló palabra alguna. Y más inexpresables que cualquier otra cosa son las obras de arte: seres llenos de misterio, cuya vida, junto a la nuestra pasa y muere, perdura. Sí, es importante pensar que a través de la historia la aparición de los Maestros del tipo del filósofo griego, Sócrates, vienen y dan su vida por lograr dar, a los demás, enseñanzas que en el tiempo han de ser eternas y válidas para cualquier cultura. Sabio es lo que le dice en otro párrafo: Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes le preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien —ya que me permite darle consejo— he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería de hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie… No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir. Ante todo eso: pregúntese en la hora más callada de su noche: “¿Debo yo escribir?” Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un “si debo” firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida, Que hasta en su hora de menor interés y de menor importancia, debe llegar a ser signo y testimonio de ese apremiante impulso.
Una sola carta con respuestas como lo que leemos sería suficiente. Me pregunto ¿cuál es el precio de estas cartas manuscritas por Rainer María Rilke si se pusieran en subasta en cualquiera de las firmas más grandes y caras de Nueva York o París y Milán? Seguro que han de tener un precio alto en dólares o euros. Y eso da gusto, pues lo que escriben los genios de la literatura sin duda deben tener precios en sus manuscritos o primeras ediciones, tal y como sucede con las obras de artistas visuales que se valoran en millones de dólares. Así como en Julio Cortázar, Alfonso Reyes o Reiner María Rilke, sus cartas son extensos tratados de sabiduría, de amor por el otro, de respeto y comunicación. El magisterio en estos 3 escritores que han dejado la huella del humanismo, convertido en palabras que llenan el papel para entregar una carta, un recado o mensaje, para mejorar al otro: su lector, el mismo que si comprende la primera lección del que responde a sus cuestiones: respetarlo y saber que merece respuestas serias, sabias, sinceras, porque así sienten la empatía con el que se ha atrevido a cuestionarlos con admiración y respeto. Los textos que recibe Franz Xavier Kappus son así, un clásico de las letras universales y hacen del género epistolar prueba de su riqueza, que nace del alma antes que del intelecto. Esa relación humana que bien se convierte quizá en el arte: que tanto le interesó como fin último a Rilke en todas las horas de su vida. Rilke, ¡el grande Rilke! que le dice: Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente. Eso, es el poeta, ese ser que no se puede encarcelar, pues le acompañan sus recuerdos de infancia, su adolescencia… su vida toda.