+Como si fueran 100 años de soledad, pero apenas van 10; Cuando me entrevistó Gabriel García Márquez a pesar de que El coronel no tiene quien le escriba
La frase:
Pero el poder —como el amor— es de doble filo: se ejerce y se parece.
NOTICIA DE UN SECUESTRO
Cuando me entrevistó Gabriel García Márquez a pesar de que El coronel no tiene quien le escriba (Primera de dos partes)
Cuando se hizo la entrevista, Gabriel José de la Concordia García Márquez corría de los periodistas. A nosotros nos hizo correr, esperar, para finalmente entrevistarnos en 1975.
Desde aquel entonces, vive en México, nos recibe, pero no quiere hablar salvo dos o tres cosas que no tienen trascendencia o bien que tienen una posición: no escribe hasta en tanto no caiga Pinochet. Claro que esto no se cumple, en realidad es que sí escribe, aunque no es material para publicar.
A pesar de que no ha querido hablar nuevamente con nosotros, dice que le quitamos mucho tiempo, he aquí lo que alguna vez nos dijo.
– Aló.
–¿El señor García Márquez? Le hablamos para pedirle una entrevista, aprovechando su estancia en México. Es para un periódico de provincia.
– Mire, es usted el número 52 que me pide tal cosa. Francamente ya no sé qué decirle. Desde ayer que llegué a México, no me han dejado tranquilo ni un minuto. Entonces si le digo que sí, tendría que decirle lo mismo a los 51 que le anteceden, por lo que mejor le digo que no.
– Nosotros venimos desde Toluca, hemos hecho un viaje especialmente para entrevistarlo. En la Comisión que juzga a la Junta Chilena, usted no se ha parado. Por ello, le pedimos que a nosotros nos diga que sí, no importa que a los restantes 51 les diga que no.
– Pero mire, lo de menos sería decirle que sí, pero luego me va a hacer las mismas preguntas que ya me han hecho en muchas ocasiones, en todas partes del mundo. Además, hoy no tengo tiempo para ello, estoy a punto de tronar.
– Creo que el mayor mal que podría desearle es que triunfe en el periodismo y que se le ocurra publicar un libro de éxito, para que ande como yo, y verá que se va a arrepentir, ¡ya no tiene uno vida privada!
– Precisamente, por eso queremos entrevistarlo, porque le aseguramos que va a ser distinto, hemos leído muchas entrevistas suyas y no coincidiremos con las preguntas. Además, si me desea eso, de ser un periodista triunfador, pues ¡ayúdeme! concediéndome la entrevista.
Por la vía telefónica, hemos tenido esta conversación, pues estábamos en el Hotel del Prado donde se juzgó a la Junta Chilena, se escuchó un silencio. Luego de varios segundos la voz del autor de Cien años de soledad, que dijo:
– Mire, le voy a conceder la entrevista, pero mañana por la tarde, usted me busca y vamos a hacer esto: si usted de verdad ha leído mis entrevistas y libros, me lo demostrará con preguntas distintas y además hablaremos de otros escritores. Le preguntaré, usted me contestará, escribirá la entrevista y me la firma.
– Como usted quiera, con tal de que nos dé la entrevista.
Al otro día, García Márquez no se apareció por el Hotel donde se hospedaba. Como a eso de las 19:45 horas, llegó. No le vimos pasar, pues en la entrada había mucha gente, aquello era una sucursal de gringolandia, estábamos hasta el tope de oír inglés.
Le hablamos por el teléfono interno. Contestó, le tuvimos que recordar todo y dijo….
Aquí, en la estancia del hotel.
– Bueno, hacemos la entrevista de cinco minutos, pero hasta dentro de quince, mientras me cambio calcetines. Cuando bajó la escalera, lo reconocimos de inmediato, vestía de mezclilla, pantalón y chamarra vaquera, su rostro blanco y cincelado de guerrillero, con ojos sonrientes, un bigote nietzscheano y verrugas jocosas. Gabriel José de la Concordia García Márquez, su nombre completo, se parece a sus personajes cuando habla, como si estuviera solo.

COMIENZA LA ENTREVISTA
Calmado, como si no tuviera urgencia de irse, nos suelta la siguiente pregunta:
– A ver ¿qué sabes de mis obras?
Antes de contestarle pensé: este condenado sí va a hacer efectivo lo que dijo, acerca de entrevistarme, le expresé:
– Sé que, García Márquez nunca fija completamente sus términos, las posibilidades son inagotables. Una sola fuente ha alimentado todas sus obras, que han crecido en él, lado a lado, como frases de una misma imagen, o impulsos que describen una sola figura total.
– El coronel no tiene quien le escriba, Los funerales de la mamá grande y La mala hora fueron escritas las tres, más o menos al mismo tiempo, cada una como un eco de las otras, contenido en ellos o conteniéndolos.
Debería, originalmente, formar un solo libro: La mala hora, que incluiría a los demás, agregamos; nos interrumpe y dice:
– Quise ponerle todo lo que sabía, luché con él, cinco o seis años, sin ver nunca la salida. Había demasiada acumulación. Tratando de estructurarlo –era obeso– le hice brotar los tumores. Deseché partes y amplié otras que adquirieron vida propia. Así nacieron de las costillas de Adán, El coronel y los cuentos de Los funerales, donde se repiten los mismos personajes y situaciones que pertenecen al mismo esquema.
– El coronel –agrega García Márquez– empezó como un episodio de La mala hora, pero a medida que el protagonista adquiría peso y volumen “se salía”, hasta que tuve que darle casa propia. Fue como una desviación para desenredar el hilo antes de volver a la matriz, donde me esperaban mil hilos más, listos para ramificarse en todas las direcciones desde su carrete infinito. Lo interrumpimos y le decimos:
– Desde entonces García Márquez explota minuciosamente su veta única. La duda metódica le hace releer constantemente sus libros. Puede recitarlos en cualquier momento.
– Es cierto ello– añade.
– ¿Qué sabes de La hojarasca, por ejemplo? –de nuevo pensé… “Caray, al fin periodista, me está entrevistando”, expresé:
– La hojarasca tuvo gran éxito en Colombia, donde se vendieron treinta mil ejemplares en cuanto salió. García Márquez nos dijo:
– Sí, pero eso se debió a mis amigos en el periodismo.
Agregamos: – es una obra un tanto despatarrada, impulsiva, verbosa escrita en arranques que no llegan a encadenarse completamente. El autor parece dar vueltas a su tema al revés y al derecho, sin encontrar nunca los puntos cardinales –.
– Es que me atropellé un poco –dice. Le decimos: – Le salía inconexa y sin ningún propósito literario… nos interrumpe y agrega: – es el único libro que está escrito con verdadera inspiración, me absorbía y arrastraba un torrente de ideas que reventaban las compuertas. Era una época Faulkeneriana.
– La hojarasca, continuamente, es un libro embrionario que usted comenzó cuando tenía 19 años, aunque lo publicó ocho años después, está lleno de acontecimientos históricos que le servirán de telón de fondo al resto de su obra, pero a pesar de sus esplendores, este libro se le malogra, porque está escrito en un idioma prestado que nunca llega a ser un lenguaje personal. Sus juegos de tiempo con sus retrocesos y repeticiones, son recursos mal aprovechados, que frustran el propósito que deberían servir.
– ¿Cómo podrías comparar La hojarasca con El coronel no tiene quien le escriba? – nos pregunta.
– El meteorológico coronel de –El coronel no tiene quien le escriba– es su personaje más acabado, en la que es probablemente su obra más perfecta. La distancia que entre La hojarasca y El coronel hay, es la que se da entre el despilfarro y la economía absoluta.
– Cierto –dice– además, a medio camino interviene una lectura cabal de las obras de Ernest Hemingway, mis favoritas, mas no creas que es una influencia directa, es sólo una relación platónica, una cuestión de tendencia estilística general.
– Para ti, ¿Qué es el libro Los funerales de la mamá grande?
Le digo, – creo que es una sátira del matriarcado, a excepción del cuento superficial que da título al libro.
Inmutable, con las manos entrelazadas, nos pregunta: – ¿qué opinas de La mala hora?
–Es un libro que tiende por un lado a la parábola, no llega a realizarse plenamente es inapelable. Interrumpe para decir: Cien años de soledad será como la base del rompecabezas, de lo que te pregunté, se conoce el origen y el fin de los personajes, y la historia completa, sin vacíos de Macondo.

Aquí lo entrevistamos
– ¿Qué significa El otoño del patriarca, su último libro que publicará en abril próximo?
Se toma la barbilla, pensando que ha perdido la iniciativa y que ahora el entrevistado será él, por lo que contesta:
– Con mi nuevo libro termino el ciclo de Macondo y cambio por completo el tema, lo que se puede esperar del nuevo canje, es el profundis del despotismo, no será un libro muy largo, sino sólo apenas más largo que El coronel. Es el monólogo del dictador en el momento de ser juzgado por un tribunal popular.
Antes de que pretenda escapar, le lanzamos la siguiente pregunta: – ¿Por qué escribe?
– Para demostrarle a un amigo que mi generación podía tener escritores. Eso fue cuando tenía 17 años.
– ¿Después?
– Caí en la trampa de seguir escribiendo por gusto y luego en otra trampa de que nada en este mundo me gustaba más que escribir y ahora otras trampas me amenazan, primero demostrar que mi libro Cien años de soledad no fue un flautazo.
– ¿Qué piensa de usted como escritor?
– ¡Que más valdría estar muerto! Me he negado a convertirme en un intelectual, quiero mi vida privada, pero no me dejan, la prueba está con las entrevistas que me solicitan.
– Y porque fui periodista muchos años y vi que hay mucho interés en ti por ser mejor.
– Cabe hacer notar que del periodismo aprendí ciertos recursos legítimos para que los lectores crean la historia.
– ¿Es cierto que le molesta la influencia de William Faulkner?
– No es que me moleste, lo que me ocurre es que no entiendo muy bien la forma en que los críticos establecen las influencias.
– Por cierto, ¿Cuáles son sus autores favoritos?
– No tengo autores favoritos, sino que unos libros me gustan más que otros y no todos los días. Esta noche por ejemplo, haría la lista siguiente: Edipo rey de Sófocles, Amadís de Gaula de Garci Rodríguez y Lazarillo de Tormes, Relación del primer viaje en torno al globo o alrededor del mundo, de Antonio Pigafetta y Tarzán de los monos de Edgar Rice Burroughs y dos o tres más.
– Cierto, la crítica se equivoca muchas veces, sobre todo en Cien años de soledad que plantea cien problemas, uno de ellos: el juicio que Úrsula se hace de Amaranta al final de sus días, puede ser un juicio del autor puesto en boca de uno de sus personajes. Sin embargo, la naturaleza equivocada del juicio permite pensar que en realidad nos hallamos ante un juicio de Úrsula. Se trata pues de una trampa y Cien años de soledad es una novela llena de estas referencias ¿estaría dispuesto a discutir su obra con un grupo de críticos?: le preguntamos, señaló:
– Por supuesto que no. Los críticos son hombres muy serios y la seriedad dejó de interesarme hace mucho tiempo, más bien, me divierte verlos patinar en la oscuridad. Uno de ellos decía comentando Cien años de soledad, que la mención de Víctor Hughes que, como tú sabes, es un personaje de Alejo Carpentier, era “una ingenuidad que delata la admiración mía y que pone en guardia al lector”. La ingenuidad es suya, al no darse cuenta de que también se menciona a un personaje de Carlos Fuentes y otro de Julio Cortázar, así que utilizó un carácter que evidentemente es de Mario Vargas Llosa, e insisto muchas veces en una frase de Juan Rulfo.
– ¿Es usted un escritor comprometido?
– Pienso que mi contribución para que América Latina tenga una vida mejor, no será más eficaz escribiendo novelas bien intencionadas que nadie lee, sino escribiendo buenas novelas.
– ¿Cuál es la novela ideal?
– Una novela absolutamente libre, que no sólo inquiete por su contenido político y social, sino por su poder de penetración en la realidad, y mejor aún, si es capaz de voltear la realidad para mostrarla como es del otro lado.
– ¿Qué importancia tiene lo imaginario y la existencia personal en su obra?
– El origen de mis relatos es simple. Todo el argumento de La siesta del martes, que considero mi mejor cuento, surgió en la visión de una mujer y una niña vestida de negro, caminando bajo el sol abrasante de un pueblo desierto. De El coronel, lo primero que vi fue al hombre. De La hojarasca surgió el recuerdo de mí mismo durante muchos años. Lo único que sabía de Cien años era que un viejo llevaba a un niño a conocer el hielo. De mí última novela la imagen que tuve durante muchos años fue la de un hombre inconcebiblemente viejo que se pasea por los inmensos salones abandonados de un palacio lleno de animales.