Cultura y transculturización

Views: 940

Primero que nada recurro a la definición de psicología transcultural como el estudio empírico de miembros de varios grupos culturales que han tenido diferentes experiencias que los conducen a diferencias predecibles y significativas en su conducta. En la mayoría de tales estudios, los grupos bajo éste hablan diferentes lenguajes y son gobernados por unidades políticas diferentes entre si tal cual lo señaló Thorndike (1973). Sin embargo, para Berry (2002) es el estudio de similitudes y diferencias en el funcionamiento psicológico individual en varios grupos  culturales y etnoculturales; de las relaciones entre variables psicológicas y socioculturales, ecológicas y biológicas; y de los cambios que se llevan a cabo en esas variables.

Valdría la pena reflexionar sobre el hecho de que la psicología transcultural ha señalado la existencia de diferencias entre individuos de cultura occidental y sujetos que viven en condiciones culturales diferentes a las que caracterizan a las sociedades del mundo desarrollado: educación formal, urbanización, modernidad, entre otras cosas. Estas diferencias se ponen de manifiesto en diversos procesos cognitivos. Por ejemplo, la investigación transcultural ha afirmado la presencia de variantes en la conducta perceptiva ligadas a la cultura. En primer lugar, hay diferencias entre los sujetos de cultura occidental y los de otras culturas en el manejo de los estímulos bidimensionales y en la interpretación de las claves de profundidad de dichos estímulos (como lo han señalado Cole y Scribner, 1974). Las personas no occidentales, en sus formas de vida, interpretan con mayor dificultad las claves de profundidad de los estímulos bidimensionales. Respecto a la percepción de los colores, Luna (1979) encontró diferencias asocidas a las condiciones culturales en la denominación y la agrupación de sus tonalidades.

Por ejemplo, las personas de Uzbequistán, en el Asia central, que vivían en condiciones culturales tradicionales a menudo denominaban los colores por el nombre de los objetos que tenían dichos colores. Aunque conocían y empleaban también nombres categoriales para los colores, la frecuencia de empleo de estos nombres era mucho menor que la que se encontraba en los individuos de condiciones de vida modernas, trabajadores de granjas colectivas, sujetos escolarizados. Igualmente agrupaban las tonalidades por luminosidad o saturación más que por el criterio de pertenencia al mismo color general. Así es que estos datos sobre diferencias culturales en la percepción parecen mostrar que ésta tiene un carácter particular y menos conceptual en los individuos no occidentalizados respecto a los de cultura occidental, como lo explicaron Cole y Scribner (1974) y una preferencia selectiva por las propiedades externas de los estímulos, como el color, que no va siendo sustituida con la edad por atributos como número y función, tal como ocurre en los sujetos de cultura occidental, de acuerdo con lo señalado por Bruner, Greenfield y Olver (1965).

Sin embargo, uno de los temas más estudiados, si no el que más, en la psicología transcultural ha sido el modo en que agrupan o categorizan los estímulos los individuos de otras culturas. Por ejemplo, en su expedición a Uzbequistán de los años treinta, Luna (1979) llevó a cabo una serie de investigaciones sobre este tema.

Concluyó de ellas que aquellos individuos que se encontraban inmersos en condiciones de vida tradicionales tendían a agrupar los estímulos sobre la base de su pertenencia a situaciones prácticas comunes en las que aparecían los estímulos. Por ejemplo, al proponérseles la terna de objetos pala, leño y hacha para que agrupasen dos de ellos, excluyendo un tercero, tendían a agrupar hacha y leño, dado que el hacha sirve para cortar el leño, rechazando la pareja pala-hacha, cuya base es la categoría instrumentos de trabajo. Esta tendencia fue observada por Luna tanto en tareas de emparejamiento como la descrita cuanto en otras de agrupación de varios elementos, en las que rechazaban la realización de agrupaciones categoriales taxonómicas. En contraste, los sujetos cuyas condiciones de vida podían calificarse de modernas mostraron una clara preferencia por el empleo de criterios categoriales taxonómicos en las agrupaciones. Las tendencias apuntadas por este investigador, parecían confirmarse en una serie de investigaciones en las que se observaba que los sujetos no escolarizados de otras culturas tendían a efectuar sus agrupaciones basándose en atributos externos de los objetos, tales como el color, como el caso señalado por Cole y Scribner (1974).

Ahora bien, los sujetos escolarizados de otras culturas mostraban, en cambio, tendencias muy semejantes en sus respuestas a las de los niños occidentales. Por ejemplo en España, Ramírez (1986) realizó una investigación con adultos andaluces, en la que los resultados han sido bastante coincidentes con los de Luna y otros autores. La tarea empleada en este trabajo ha sido de emparejamiento de dos elementos de una terna, rechazando al mismo tiempo un tercero. Tras inducir a los sujetos a que emplearan el concepto de vida como base de los emparejamientos, se les pedía que eligieran un dibujo, de entre dos que aparecían en la parte derecha de la lámina, para emparejarlo con otro, colocado éste en la parte izquierda de la misma lámina, y que representaba siempre a un ser vivo, animal o planta. La tarea estaba graduada en niveles de dificultad creciente, de modo que la relación entre los seres vivos de la terna era más compleja, más lejana en términos de tipicidad y grado de inclusión en la clase, de acuerdo con Rosch (1975) Así, por ejemplo, mientras que en la primera lámina los dos elementos vivos eran caballo y cerdo, dos animales prototípicos, en la última eran eucalipto y langosta, el segundo de ellos no era una planta, sino un animal, atípico además. El aumento de la dificultad, de la distancia entre los elementos a emparejar se tradujo en un incremento del número de emparejamientos de tipo asociativo o contextual, es decir, basados en relaciones de pertenencia a situaciones prácticas comunes. Un ejemplo de este tipo de respuestas sería la de aquellos que consideraron que el eucalipto debía emparejarse con la langosta porque se pueden comer langostas a la sombra de un eucalipto. Este tipo de respuestas fue predominante en todos los sujetos. Aunque algunos de ellos habían estado acudiendo al centro de adultos durante unos tres años, esa experiencia escolar no había modificado las tendencias que halló Luna y que han hallado igualmente otros autores en los sujetos de cultura tradicional.

La importancia de los rasgos externos en la clasificación ha sido también resaltada por los antropólogos en el terreno de la clasificación de los reinos animal y vegetal, como lo hizo Berlin (1972). En este sentido hay que decir que las investigaciones más recientes tienden a enfatizar el peso de la semejanza perceptiva como aspecto configurador de las clases, en lugar de la significación funcional de las plantas y de los animales en el plano de la supervivencia. En resumen, de las investigaciones citadas sobre agrupación y categorización parece deducirse que los sujetos de culturas tradicionales tienden a agrupar los estímulos sobre la base de relaciones dadas en el contexto de actividad práctica y que cuando categorizan utilizando un criterio taxonómico, éste suele estar relacionado con los atributos más externos, menos abstractos de los estímulos.