Daño profundo
La convivencia humana es harto compleja y, en consecuencia, muy, muy complicada. Lo que hace felices a unos genera conflictos en los otros, todo siempre bajo la sombra de la subjetividad que acaba por destruir cualquier intento de acuerdo.
Eso lo vivimos en todos los ámbitos de la vida. En casa, cuando como padres de familia vendemos una forma de interpretar la vida a los hijos y éstos, cuando crecen, buscan aplicarla a conciencia y con gran convicción, para acabar descubriendo que eso no era el camino conveniente, y no porque lo descubran en la vida, sino porque esos mismos padres actúan incongruentemente en contra de lo que tanto alardearon por años, y además se asumen con derecho divino porque nos parieron. ¿Favorecemos la construcción de utopías sin sentido?
En el día a día, porque damos mucho más valor a las palabras que a los hechos, porque asumimos que los supuestos que construimos son verdades absolutas, sin dar oportunidad al otro de mostrar que no es así, y si nos equivocamos, tenemos que mostrarle al otro lo miserable que es porque su accionar humano no es justificable. ¿En esos valores debe construirse una relación armónica?
Porque además vivimos en la lógica de ganar a cualquier costo, no importan los argumentos, no importan las reglas, no importan los acuerdos; de lo que se trata es de que yo obtenga el reconocimiento sin mediar consecuencias, aunque eso signifique actuar de manera inapropiada.
En el trabajo, porque basamos la interacción en luchas de poder sin sentido, buscando el éxito profesional a costa de lo que sea, aunque esto implique golpear, evadir o difamar al vecino, aunque tenga que ser desleal y capaz de recomendar al amigo lo suficientemente bien como para echarle a perder su vida en la organización. ¿No es el pan de todos los días?
Hemos llegado al punto en que una persona, con evidencia contundente de haberse robado un trabajo de tesis para obtener su licenciatura, puede deambular por la vida quitada de la pena, sin un gramo de vergüenza y sin dejo alguno de ética personal o profesional, ya tendría que haber pedido una disculpa pública y retirarse del cargo que ostenta. ¿A que le temen quienes no se han atrevido a poner punto final a ese tema?
En la vida, porque, aunque haga mi mayor esfuerzo y respete las señales de tránsito, ceda el lugar a la dama embarazada o salude al llegar a un lugar, siempre habrá un gandalla que rompa con todo protocolo y acabe por salirse con la suya y, en consecuencia, hacernos sentir como estúpidos, aunque nosotros estemos actuando adecuadamente.
¿Así nos gusta vivir?, ¿no cabría un poco de madurez, prudencia, sensatez o congruencia para tratar de mejorar las cosas?
¿Con qué cara pedimos lo que no estamos dispuestos a dar?
El daño es muy grande, muy profundo, inaguantable para todas las partes.
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