Días verdaderos
Hay días en los que no encajamos ni con nosotros mismos. Días en los que algo se siente fuera de lugar, aunque todo afuera parezca estar bien. Días en los que nos cuesta levantarnos, en los que las cosas nos pesan más de lo habitual, o en los que simplemente no encontramos ganas para nada.
Lo curioso es que muchas veces esos días aparecen sin una razón clara. No pasó nada grave. No hubo un conflicto ni una mala noticia ni una situación específica que lo justifique. Sin embargo, estamos incómodos, irritables o tristes. Nos sentimos desconectados, agotados o demasiado sensibles. Y al no poder entenderlo, lo etiquetamos rápido: hoy tengo un mal día. Pero… ¿y si no fuera tan así?
Desde hace tiempo vengo observando que lo que llamamos mal día no siempre es un problema. A veces es, en realidad, una manifestación profunda de que algo dentro nuestro necesita ser mirado, reconocido, atendido. Y lejos de ser un error o una falla, puede convertirse en una oportunidad. Por eso, dejé de decir malos días. Ahora les digo días verdaderos.
Un día verdadero es ese en el que tu alma no puede sostener más el disfraz, en el que tu cuerpo empieza a hablar por vos, en el que las emociones que venías guardando buscan salir. Es un día donde lo verdadero irrumpe, incluso si no nos gusta.
Y es que, muchas veces, lo que nos descoloca no es el día en sí, sino el hecho de no saber qué hacer con lo que sentimos. Porque estamos acostumbrados a funcionar, a resolver, a seguir adelante sin detenernos a preguntarnos qué necesitamos. Y el alma, que no entiende de agendas ni de rendimiento, encuentra su forma de hablar: con apatía, con cansancio extremo, con lágrimas que no se explican o con un enojo que parece venir de la nada.
En realidad, no es de la nada. Es de adentro. Viene desde un lugar profundo que lleva tiempo intentando ser escuchado.
Puede que ese malestar sea el resultado de un cansancio acumulado. O de una desconexión con lo que verdaderamente queremos. Puede que estemos sosteniendo más de lo que podemos, o ignorando señales internas desde hace rato. También puede ser que estemos atravesando un tránsito energético o astrológico intenso, como una Luna nueva que toca puntos sensibles de nuestra carta natal, una oposición de Saturno que nos pone frente a responsabilidades internas, o el querido Quirón activando viejas heridas emocionales que aún no cerraron del todo.
Y no hace falta ser astrólogo para sentirlo. Basta con estar vivo y prestarle atención al cuerpo, al ánimo, al ritmo interno. Porque aunque nos hayan enseñado a ir hacia afuera, el verdadero termómetro está adentro.
Por eso, en lugar de resistir esos días o taparlos con más actividad, te invito a hacer algo distinto: detenerte. Respirar. Escuchar. Y abrir espacio para preguntarte qué es lo que realmente está pasando dentro tuyo.
En esos días verdaderos, lo importante no es encontrar una solución inmediata, sino abrir un espacio de contención y cuidado para con vos misma. Porque muchas veces, lo que necesitamos no es resolver, sino simplemente ser sostenidos. Sostenidos por nuestra propia presencia, por un acto de amor hacia lo que sentimos, incluso si no sabemos explicarlo.
Y como sé que no siempre es fácil sostenerse sola en esos momentos, te comparto una pequeña caja de herramientas para transitar los días verdaderos. No es una fórmula mágica, ni una lista rígida. Es una serie de recordatorios, de prácticas suaves que pueden ayudarte a volver a vos con más compasión. Podés empezar por respirar profundamente, sin subestimar el poder de tres respiraciones lentas y conscientes. Inhalá por la nariz contando hasta cuatro, sostené el aire unos segundos y exhalá por la boca. Sentí cómo tu cuerpo se afloja, aunque sea un poquito. Hacerlo varias veces a lo largo del día puede ayudarte a reconectar con tu eje. Luego, podés poner una mano en el pecho y otra en el vientre. Cerrá los ojos unos minutos y sentí el contacto. Volvé al cuerpo. Ese gesto tan simple, de llevar conciencia al corazón y al centro, puede ayudarte a estar más presente, más arraigada.
Hacete también una sola pregunta amorosa: ¿Qué necesito hoy? No qué necesito para siempre, ni qué voy a hacer con mi vida. Solo: ¿qué necesito hoy, en este instante? A veces la respuesta es descanso. A veces es ternura. A veces es un límite. Permitite recibir esa respuesta sin juzgarla. Escribí lo que sentís. No hace falta que tenga forma ni lógica. Simplemente soltá en un papel todo lo que pasa por tu cabeza o tu corazón. A veces, al escribir, comprendemos mejor lo que está pasando. O simplemente lo liberamos. Permitite llorar. Si hay lágrimas, dejalas salir. No intentes controlarlas ni distraerte. El llanto es un acto sagrado de liberación emocional. No debilita, alivia. Hacé algo que te traiga a la tierra. Puede ser caminar descalza, preparar una comida con atención plena, regar una planta, mirar el cielo. No como forma de evasión, sino como manera de volver al presente. Rodeate de lo que te nutre. Si podés, hablá con alguien que te escuche sin querer arreglarte. Poné música que te haga bien. Elegí una lectura suave, un aroma, una manta, algo que te contenga. No para distraerte, sino para acompañarte con más amabilidad. Y recordá que esto también pasará. Incluso si el día parece no tener fin, incluso si te sentís perdida, esto es un momento. No es una sentencia. No es un defecto. Es parte del viaje.
La belleza de los días verdaderos es que nos devuelven una parte de nosotros que quizás teníamos olvidada. Nos recuerdan que no estamos aquí para funcionar como máquinas, sino para experimentar, para sentir, para aprender a vivir desde un lugar más sincero.
Y aunque no se sientan cómodos, esos días traen consigo una semilla de transformación. Porque cada vez que te escuchás de verdad, cada vez que te abrazás aun en la incomodidad, creás una conexión más profunda con tu ser.
Así que la próxima vez que te sientas rara, bajoneada, o simplemente diferente, no te apures a llamarlo un mal día. Detenete. Escuchá. Preguntate. Quizás no sea malo. Quizás sea el día más honesto que hayas tenido en mucho tiempo.