DIF quemado y bajo fuego
Sólo falta que se constituya el sindicato de presidentas por honorarios del DIF, pues, de presidentas honorarias pasaron a ser presidentas por honorarios. El lucro suplantó al altruismo. El servicio mediante retribución sepultó al voluntariado.
Luego, vinieron los excesos. Al DIF se le consideró la bolsa donde echar mano a miles y millones de pesos por parte de las primeras damas, en un principio, y después, por parte de las madres, hermanas e hijas de los titulares de los poderes ejecutivo nacional, estatal y municipal.
El DIF extravió su filosofía de servicio y asistencia social. Se apartó de su misión histórica. Cayó en la vorágine del clientelismo mercenario y se convirtió en un ariete más para derrotar al enemigo político electoral.
En lugar de perfeccionar sus funciones y atribuciones, se decidió amontonarle programas y tareas que compiten con los que realizan otras áreas de la administración pública, incluso, actividades de promoción agrícola y forestal. Hoy, el DIF se hunde en una falsa transversalidad de las políticas de gobierno.
Los reportes ahí están. En esta desmesura de usar los recursos para crear una nómina inmoral y en esta irracionalidad publiadministrativa se inscriben cuestionamientos y las propuestas de desaparición del DIF, incluso, las asonadas provienen de los más audaces promotores del clientelismo político electoral.
En el otro extremo, están los defensores a ultranza que han tenido en el DIF una fuente para el crecimiento del patrimonio de su propia familia.
En un punto de realismo, están los resultados que no cuadran con la misión del DIF.
La desintegración y la violencia intrafamiliar aumentan. La explotación y el abuso infantil se regodean. El maltrato mete en apuros a los adultos mayores.
Como telón de fondo está un paisaje triste que retrata a miles de niños y mujeres en bajo puentes, camellones y cruceros. La pobreza en los hogares y la mendicidad en las calles aumentan. Las entregas de despensas y aparatos pueblan la narrativa del clientelismo electoral.
La ruptura del DIF de un sistema universal de salud fracciona la red de hospitales, pulveriza esfuerzos médicos, acusa desigual equipamiento de las instituciones de sanidad, eleva la asignación discrecional de recursos por medio de la gestión en la intimidad del lecho del poder.
Se tapa el Sol con un dedo mediante la negación para buscar soluciones acordes a la modernidad que se alejen de los paliativos dados a los problemas de movilidad urbana de las personas con discapacidad.
Como estas hebras en el tejido del DIF, en salud, en desarrollo social, entre otros hilos sueltos, se deshilacha la política sectorial.
Entre la inercia y el marasmo de los funcionarios del DIF, también, muchas veces, entre la buena intención y espíritu noble de las presidentas del DIF pero con la dificultad para replantear su papel en un sistema complejo, resulta difícil que haya un golpe de timón que ponga a esta institución en las coordenadas de ruta hacia el logro de los objetivos de un Estado moderno, garante y protector de las personas que en su territorio caen en orfandad, situación de calle y nuevas formas de agresiones que lastiman a los seres humanos y quebrantan los derechos sociales.
Lo preocupante salta a la vista. No hay una hoja de ruta alternativa en los retumbantes gritos de los que proponen la desaparición del DIF. Tampoco hay argumentos de parte de los defensores a capa y espada para sostener a esta institución sobre columnas de eficiencia social, eficacia y racionalidad administrativa.
Mientras tanto, entre lo quemado del DIF por conductas deplorables y resultados frustrantes, enmedio de la guerra política, el DIF está bajo fuego.