Echándole ganas

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Dice un adagio que cada uno tiene el gobierno que se merece. Desde mi punto de vista esto es una gran mentira, porque de ser cierto, el nuestro tendría que ser ¡peor!

Muchos, con ojos de lechuza, preguntarán de dónde emana este sacrilegio, simplemente de la conducta complaciente y conformista que pulula de muchas personas que, tras el amparo de algunas frases hechas y socialmente aceptadas, evaden sus compromisos y responsabilidades.

Si a eso le sumamos que muy pocos somos los que exigimos que alguien cumpla con sus cometidos en tiempo y forma, esta marea de apatía se expande sin control cual verborrea incontrolable desde un palacio.

Cuantas veces habremos escuchado el chocante al ratito, que evidencia que una persona no es capaz de seguir una instrucción o acatar una orden porque llanamente no se le da la gana, una frase que lo único que deja claro es la capacidad para retrasar la toma de decisiones al punto de la omisión.

Mañana lo entrego, otra frase hecha que pretende cubrir la incapacidad por cumplir con una tarea, que además nos cobraron a precio de oro, situación muy típica en los talleres automotrices, casas reparadoras de electrodomésticos y muchas empresas dedicadas a la oferta de servicios, por citar algunos ejemplos.

Pero la que se lleva todos los galardones es la tan afamada echarle ganas.  México quedo eliminado del mundial, pero le echaron ganas; mi hijo ha reprobado el ciclo escolar, pero me consta que le echo ganitas.

Echarle ganas no es suficiente, el esfuerzo debe ir acompañado de conocimiento, dedicación y voluntad por, verdaderamente, hacer las cosas con base en un objetivo claro y preciso.

Pensemos en que quiero ir a Cuernavaca, y llego hasta avenida Insurgentes para iniciar mi viaje, pero en lugar de encaminarme hacia el sur, comienzo a caminar en dirección contraria, hacia el norte, ¿voy a llegar?, evidentemente no.  Le echo ganas y me voy trotando, más rápido, ¿entonces voy a llegar?, no.

Seguir repitiendo esta frase resulta una verdadera oda a la mediocridad, porque lo único que hace es legitimar que algo de voluntad en el discurso es suficiente para no hacer las cosas, o peor aún, simular que las estoy haciendo.

Si, además, eso va acompañado de un discurso convincente para el interlocutor, mucha gente se sale con la suya y nos convence de que son verdaderas lumbreras; a cuantos conocemos que son el ya merito, toda la vida han estado a nada de romperla en la vida, aunque en los hechos no hayan logrado nada. Se escudan en el echarle ganas para salir adelante, aunque en los hechos nada pueda ser comprobable.

Otros tantos que tienen mil trescientas ideas, todas –en apariencia– sumamente  atractivas, pero que por la razón que sea, no se llevan a la práctica; inmediatamente, la dichosa frase como escudo ante la incapacidad.

Resulta muy cómodo nadar de muertito y querer convencer al de enfrente que quiero hacer lo que no tengo intención de iniciar.

¿Verdad que merecemos cosas más horribles?

horroreseducativos@hotmail.com